En cuanto a libros, pocos más puedo recomendarte. En cuanto a métodos alternativos, tampoco. Hazlo como quieras, pero no abandones. Nunca es más duro que al principio.
En mi caso finalmente conseguí un puesto como lecturer en la University of Reading (Inglaterra). Esto ocurrió en enero de 2016, justo seis años después de haber empezado a estudiar inglés. Los tres años anteriores había sido profesor asistente en la Universidad de Talca (Chile) y no dejé de trabajar con el inglés. Eso sí, a partir de 2012, empecé a disfrutar enormemente del proceso de aprendizaje. La barrera de entrada del idioma ya la había superado y entendía gran parte de lo que leía y escuchaba. También escribía mis artículos en inglés, aunque necesitaban muchas correcciones. Como te decía, lo que más me costó fue llegar a entender las películas y algunas series de televisión. Incluso hoy esporádicamente tengo dificultades para entender a algunos actores.
Pero contaba que finalmente conseguí trabajo en una universidad inglesa. Cuando viajé a Inglaterra a someterme a las pruebas de selección no me pidieron ninguno de los títulos de inglés que había obtenido. Me hicieron dar, eso sí, una clase de veinte minutos (más quince de preguntas) frente a todos los profesores del departamento. Después pasé una entrevista de otros treinta minutos con el decano, el director de la escuela y una futura compañera del área. Era la primera vez que utilizaba el speaking con motivos profesionales en toda mi vida. Me preparé muy bien la presentación, por supuesto, y no debí de hacerlo tan mal. Después me enteré de que me habían seleccionado por encima de todos los candidatos internos del departamento.
Una vez en Inglaterra, seguí mejorando mi inglés. De hecho, nunca he dejado de utilizarlo desde entonces. Pero el 90 % del idioma ya lo había aprendido antes de trasladarme a Inglaterra. Hay personas que deciden irse por las bravas a otro país y aprender el idioma por pura exposición. Es perfectamente posible, no lo dudo. Pero en mi opinión, esa es la forma más traumática de aprenderlo. Además, es posible que tengas que pasar por empleos de baja cualificación antes. Por el contrario, cuando ya tienes una base sólida, lo aprendes mucho más rápido. A la larga, creo que mi opción fue más eficiente y más barata.
Aprender inglés también me ha traído otros beneficios inesperados. A medida que pasas la barrera de entrada, aprender otro idioma te abre un mundo de posibilidades. No solo te permite entender mucho mejor otras culturas y acceder a mayor cantidad de información, sino que también ejercita tu cerebro y te hace más inteligente. Hay una última ventaja: aprender otro idioma te hace mucho más empático. Como decíamos, esta cualidad es muy útil cuando intentas anticipar cómo los demás entenderán lo que escribes.
Antes de finalizar, hablemos con franqueza de dos formas de intentar sortear el problema del inglés. Como te he dicho, no hay atajo, pero siempre hay quien intenta crearlo. Por un lado, están los investigadores que escriben muy mal inglés y que, aun así, envían sus artículos a las revistas sin apenas revisarlos. Bien, esto no funciona. Los revisores de revistas decentes consideran que Sloppy english = Sloppy science (‘inglés chapucero’ = ‘ciencia chapucera’). Eso no te conviene, porque tu artículo tiene mínimas posibilidades de sobrevivir un proceso de revisión. Hay otros investigadores que deciden escribir todo en su idioma materno y después enviarlo a traducir. En estos casos, salvo que sepan escribir a la inglesa, es decir, con frases muy cortas y directas (y de estos he encontrado bien pocos), la traducción será un desastre. Los artículos hay que escribirlos en inglés desde el principio, aunque sea mediocre.
Como paso final, siempre aconsejo enviar el artículo a un editor profesional. Yo soy de la opinión de que el editor debe revisar tanto la corrección gramatical y ortográfica (proofreading) como efectuar una revisión de estilo (stylistic editing). Esto es algo más caro y requiere que sepas que el editor es competente para hacerlo. Los editores de este tipo no abundan. De hecho, lo que abundan son bastantes farsantes muy poco cualificados. Si encuentras un buen editor, cuídalo. Yo he trabajado con bastantes, pero los dos que más me han gustado han sido Oxbridge [9] y American Journal Experts [10]. Los dos son rápidos, fiables y no tan caros.
Finalmente, para aclarar mi última sugerencia: ¿realmente necesito someter todos mis artículos a una revisión de idioma? Yo lo hago. Como te he dicho, tengo un nivel C2, fui tres años profesor en Inglaterra y, aun así, pago por una revisión estilística antes de enviar mis artículos a cualquier revista. En mi universidad suelen haber pequeños fondos de dinero para este tipo de cosas. Un artículo con buen inglés es diez veces más fácil de publicar. Si no puedes pagar la revisión del idioma, búscate un coautor angloparlante (preferiblemente nativo). En cualquier caso, escribir y revisar los artículos directamente en inglés te ahorrará mucho tiempo a la larga.
3.ª condición: Resiliencia a la crítica
Nullius in verba (‘en la palabra de nadie’). En 1663, la Real Sociedad de Londres adoptó esta frase como lema de su institución [11]. La Real Sociedad de Londres fue la primera sociedad científica del mundo y la primera en empezar a publicar artículos tal como los entendemos hoy en día. Más tarde se crearon otras sociedades. A ellas les siguieron las primeras editoriales científicas con fines comerciales.
El lema nullius in verba pone de manifiesto que no debe creerse nada simplemente porque lo haya dicho alguien, tenga la autoridad que tenga. Hay que comprobarlo por uno mismo. Esto sintetiza una característica del mundo académico que no es generalmente entendida por personas ajenas a él: «En ciencia, a diferencia de en el mundo real, estás equivocado hasta que se demuestre lo contrario». Esto significa que cuando escribes un artículo científico debes estar seguro de que has comprobado y defendido que las afirmaciones contenidas en él son ciertas. Por eso, cuando los revisores escrutan tus artículos, la posición por defecto es la de rechazarlo. Es tu labor convencerles de que tus experimentos y análisis conducen a un avance significativo de la ciencia que no puede ser interpretado de otra manera más que la que propones. Obviamente, esto siempre entendido dentro de los límites razonables de tiempo y recursos de los que disponen los investigadores.
Por eso, cuando alguien se pregunta por qué los académicos somos tan críticos y desconfiados, la respuesta es simple: en ciencia eres culpable hasta que demuestres lo contrario. Por eso es difícil publicar artículos científicos, y debe seguir siéndolo. Por eso también el plagio y la fabricación de datos son ofensas tan graves para la ciencia [12]. Todo lo que pone en entredicho la veracidad de las evidencias y los argumentos socava la confianza en el trabajo del investigador. Por eso también, enviar el mismo artículo a varias revistas de forma simultánea o copiar sin referenciar son prácticas no admitidas. Si el propio investigador no se comporta de forma ética, no podemos esperar que su trabajo sí lo sea.
Desafortunadamente, los comportamientos poco éticos siempre han existido. En España hemos tenido múltiples casos de políticos y jueces con tesis doctorales cuyos contenidos contenían supuesto plagio o cuya autoría era más bien dudosa [13]. Esto no es solo común de países de habla hispana. Casos similares podemos encontrarlos en países como Alemania, donde políticos con futuros prometedores fueron igualmente acusados de plagio en sus tesis doctorales [14].
Concordamos entonces en que publicar artículos es difícil y que conlleva un gran esfuerzo. Adicionalmente, el mundo académico también tiene gran inercia al cambio. La abrumadora mayoría de ciencia que se publica supone un avance incremental. Cuando esporádicamente se produce un avance revolucionario, la posición por defecto es la de desconfiar que sea cierto. Esto ha pasado múltiples veces y aunque visto desde fuera no se entiende, no son pocos los casos de premios Nobel que vieron cómo sus primeros trabajos eran rechazados [15]. Cuanto mayor es el salto de conocimiento, más difícil es defender que lo que se ha descubierto es cierto.
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