David Gallego Martínez - El Errante I. El despertar de la discordia

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El Errante I. El despertar de la discordia: краткое содержание, описание и аннотация

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Garrett, un mercenario veterano, castigado por la vida y movido por sus propios intereses, ha recorrido durante años muchos de los rincones de Árcanthur en busca del culpable de la destrucción de su hogar. Durante ese tiempo, no se ha preocupado por nadie más que por sí mismo, pero todo empezará a cambiar cuando conozca a un muchacho que le pide ayuda para aprender a ser fuerte.Mientras tanto, en las sombras, surgirá un corazón que cuestionará la verdad del mundo y que prenderá la llama en contra de la Capilla, la institución que promulga la religión de las Hermanas, compartida en todo Árcanthur. Lo que comienza como una conspiración, terminará por convertirse en una amenaza capaz de sacudir los cimientos del mundo conocido.

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—Ahora mismo, dormir y comer. En ese orden —fue su única respuesta.

Se detuvo a reconocer el rostro de todos los allí presentes, pero no encontró el que buscaba. Las mujeres desistieron del intento de llamar su atención al comprobar que las ignoraba por completo, y volvieron a sus anteriores posiciones junto a los clientes ordinarios.

El hombre subió a la planta superior, donde encontró cuatro habitaciones. Tres de ellas vacías y con la puerta abierta, pero una estaba cerrada.

—Aquí es.

***

Cuando las mujeres se disponían a retirarle las calzas al cliente, alguien abrió la puerta de una patada.

—Pero ¿qué…? —gritó el hombre, furioso por la interrupción.

—Hola, Gist.

El cliente tardó unos segundos en asimilar lo que estaba viendo.

—¿Garrett?, ¿eres tú?

—Pareces sorprendido. Supongo que yo también lo estaría si me reencontrara con alguien a quien daba por muerto. Si tantas ganas tenías de librarte de mí, al menos haber contratado a alguien capaz de hacerlo.

Gist palideció.

—Garrett, te juro que no sé de qué estás hablando.

—Señoritas —Garrett adoptó un tono de voz más cordial—, ¿serían tan amables de permitirnos conversar en privado?

Se apartó de la puerta a la vez que describía una ligera reverencia, y las tiernadamas, cubriéndose con sus ropas, abandonaron la habitación tan rápido como pudieron. Una vez salieron, Garrett cerró la puerta.

—¿Dónde está mi dinero, Gist?

—Puedo explicártelo —Gist echaba miradas nerviosas al saco de piel que estaba sobre una mesa de noche, pegada a una de las paredes de la habitación.

—Estoy deseando escucharlo —dijo Garrett mientras se cruzaba de brazos.

—Verás, resulta que mis contactos me dijeron que habías desaparecido, así que decidí invertir el dinero en futuros negocios.

—Y también en un par de tetas, por lo que veo.

—¿Qué?, ¿esto? —tartamudeó—. No, amigo, esto es una invitación. El cliente de mi último encargo decidió pagarme así.

—Gist, tu contacto no tenía información sobre la persona que busco, y, además, has intentado librarte de mí para ahorrarte mi parte. Te lo advertí antes de aceptar el trabajo: si intentas jugármela, te arrepentirás.

—Por favor, Garrett, ¿no podrías hacer una excepción esta vez? ¿Acaso crees que echarás el dinero tanto de menos?

En un abrir y cerrar de ojos, Garrett desenvainó la espada a su espalda y colocó la punta bajo la entrepierna de Gist, que dio un respingo al sentir el contacto del acero frío en la piel a través del tejido fino de las calzas.

—¿Qué me dices de esto? ¿Crees que lo echarás tanto de menos? —amenazó Garrett—. Quiero mi dinero, y lo quiero ahora.

Gist tragó saliva.

—Está bien. Tú ganas. Lo tengo en ese saco. Déjame cogerlo —se rindió al fin, a lo que Garrett respondió retirando el arma lentamente.

Se acercó despacio a la mesa donde estaba el saco, y rebuscó en su interior hasta que encontró lo que buscaba, ocultándolo con su cuerpo. Garrett se apoyó en la pared junto a la ventana de la habitación, frente al lugar donde estaba Gist.

—¿Sabes? Quizá tengas razón y te subestimé. Pero esta vez será diferente —dicho esto, se giró y echó a correr hacia Garrett con una daga en la mano.

Sin sorprenderse por la estratagema de Gist, Garrett dio un paso hacia delante y le hizo tropezar, sin que la daga que llevaba llegara a ser siquiera una amenaza. Aprovechando el desequilibrio de su rival y el impulso que llevaba, lo sostuvo por debajo de los hombros y lo envió contra la ventana, que se rompió sin resistencia cuando el cuerpo impactó contra ella. Garrett bajó la cabeza y suspiró.

—¿Por qué siempre tienen que hacerlo tan difícil?

Registró el saco y encontró dinero dentro, aunque no todo el que le correspondía. Después, se encaminó hacia las escaleras para continuar fuera, observado atentamente por las mujeres que habían escuchado la conmoción de la pelea.

Gist estaba boca abajo en el suelo de tierra, sobre una alfombra de cristales rotos que se le clavaban en la piel como agujas. Trató de incorporarse, pero soltó un alarido en cuanto sintió algo que le perforaba el gemelo. Giró la cabeza y vio a Garrett de rodillas junto a él, con la daga que había utilizado para intentar matarlo.

—Oh, perdona. ¿Te duele? —soltó Garrett con tono burlón.

—¡Demonios, Garrett! Déjame en paz. Esta iba a ser una noche tranquila.

—Lamento haberte fastidiado los planes, pero me debías esto —le mostró la bolsa con el dinero.

—Ya tienes el dinero. ¿Qué más quieres?

—Asegurarme de que esto no se repita.

Se colocó sobre Gist y lo agarró por el pelo para obligarlo a levantar la cabeza. Le puso la hoja del arma en el cuello, dispuesto a cortarlo.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué es todo este alboroto?

Una persona había aparecido del interior del edificio. Se trataba de una mujer, visiblemente mayor que las demás tiernadamas de la casa de placer, vestida con un atuendo elegante que denotaba una mayor riqueza que ellas. Debía de tratarse de la madame de aquel lugar.

Garrett maldijo para sí. Aquella noche estaba sufriendo más interrupciones de las deseadas.

—¿Quién ha destrozado mi ventana? ¿Quién va a arreglarla?

—¡Cállate, vieja loca! —vociferó Garrett.

La mujer trató de disimular su humillación con indignación. El insulto de aquel hombre había tocado una fibra mucho más sensible de lo que imaginaba.

—¿Quién te crees que eres para hablarme de esa forma?

Garrett, cansado de todo aquello, tiró la daga al suelo y se acercó a la oreja de Gist:

—Esta vez te has librado, pero la próxima vez que te vea serás hombre muerto, así que harías bien en desaparecer.

Sin mediar más palabra, montó en el caballo y se marchó, ignorando a la mujer, que no paraba de pedir explicaciones. Le había costado demasiadas molestias recuperar menos del dinero que le correspondía, pero al menos ya había terminado.

Capítulo 3

Aún era temprano cuando Garrett cruzó la aldea de Lignum de regreso a su cabaña. El sol apenas había comenzado a despuntar en el horizonte, pero algunos de los habitantes ya se preparaban para otra jornada de trabajo. Era una localidad pequeña que no contaba con más de diez edificaciones, pero los bosques de los alrededores, que favorecían una producción maderera abundante, la habían convertido en la abastecedora de pueblos y ciudades donde los árboles no crecían tan fácilmente. A excepción del herrero y su mujer y de los propietarios de la posada, todos los habitantes trabajaban en el aserradero, como si se tratase de una tarea ancestral que debiera continuarse con cada generación.

Garrett disfrutaba del aire tranquilo que se respiraba allí. No mantenía tratos con casi nadie además del herrero, al que había acudido alguna vez para herrar al caballo. Los lugareños lo conocían como el solitario de la colina, donde se encontraba la cabaña. No les daba problemas, y ellos no le causaban problemas a él, así que nadie se preocupaba ni molestaba. Si lo veían, algo que no era frecuente, solía ser en la posada o en el camino que atravesaba la aldea, siempre a lomos de su montura.

Después de dejar Lignum a la espalda, jinete y caballo llegaron a la pequeña cabaña de madera situada en una loma desde la que se podía contemplar todo el paisaje boscoso. Garrett ató las riendas a un poste y accedió al interior.

—Hogar, dulce hogar —murmuró. Llevaba varias noches sin pasar por allí, y la última la había pasado en vela.

La habitación contaba con todos los elementos que necesitaba: frente a la puerta había una chimenea de piedra en la que descansaban unos leños listos para arder; a la derecha, una mesa cuadrada pegada a la pared y una silla a su lado, y, a la izquierda, una cama sencilla y un armario. No le hacía falta nada más.

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