Vayamos directamente al grano: ningún condicionante material puede impedirme amar y ser amado por la persona realmente necesaria para darme todo el amor que necesito (y para dárselo yo a ella, por supuesto). Incluso mi cuerpo, considerado en su constitución peculiar y en unas dimensiones difícilmente modificables, jamás podrá ser un obstáculo para ese amor. Mi cuerpo, en cuanto mío, esto es, en cuanto expresión de la persona que yo voy creando libremente, jamás podrá impedirme alcanzar las demandas esenciales de mi espíritu. Si realmente soy un espíritu en mi propio cuerpo, mi yo, mi ser personal, es igualmente libre de crearse tanto en lo físico como en lo espiritual.
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Si el presente libro trata sobre el camino para llegar a ser quien quiero ser, debemos tener en cuenta que ese camino está hecho de tiempo. Es el tiempo —la extensión temporal y, sobre todo, la intensidad con que ejercito mi proyecto vital a lo largo de esa cronología—, es el tiempo, sí, el terreno donde trazo y voy dándole forma a esa persona que quiero ser. De manera que este libro abordará el modo de desplegar mi actividad creadora a lo largo del tiempo y en relación con todas las realidades temporales, en las que el trabajo, especialmente el trabajo profesional de cada día, ocupa un lugar privilegiado.
El trabajo, sea más o menos cualificado, será la dirección por la que alcanzo el sentido de mi vida. Téngase en cuenta que el trabajo es la dirección, y no el sentido: el sentido está siempre más allá de la dirección de mi recorrido, y es lo que realmente da significado propio a esa obra de arte que es mi vida. El sentido es el amor que acerca mi yo a ese tú que necesito para ser yo mismo y viceversa.
Por eso, después de los capítulos dedicados a las diversas manifestaciones del tiempo de mi vida, aparecerán los capítulos sobre el sentido de ese tiempo: la fuerza creadora del amor y de la persona amada, así como los frutos trascendentes de ese amor. Estos son, pues, los núcleos temáticos del presente libro, esencialmente unidos entre sí y con el ensayo ya citado, La vida como obra de arte (2019).
Teniendo en cuenta que el lector de esta obra tal vez no conozca la anterior, las siguientes páginas empezarán con un capítulo de síntesis sobre algunos conceptos fundamentales allí tratados, que llevarán como rótulo general “El sentido creador de la vida humana”.
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Por último, aconsejo al lector que recorra estas líneas sin prisa, con la calma propia de todo lo que es esencial en nuestra vida y que no puede resolverse mediante una lectura puramente teórica. Es más lo que no se dice que lo dicho. Sí, este libro, como el ya citado, no desarrolla los temas de que trata: solo plantea al lector unas cuestiones y le ofrece respetuosamente unas pistas muy amplias para que sea él quien aporte lo esencial de sus respuestas. Al fin y al cabo, el tiempo de la vida es el tiempo de mi vida y de la vida de cada lector. En consecuencia, cada uno ha de recorrerlo de un modo irrepetible.
Valle de Guerra (Tenerife), 21 de diciembre de 2020
1.
EL SENTIDO CREADOR DE LA VIDA HUMANA
LA FILOSOFÍA CLÁSICA TUVO EL GRAN mérito de sumergirnos en las profundidades del ser, en lo que significa que una cosa sea, que tenga realidad y consistencia propias. Esa certeza se desdibujó con la irrupción del racionalismo y de los idealismos subsiguientes, pero aún hoy puede seguir iluminando nuestro conocimiento del mundo.
Partiendo del ser, la filosofía clásica nos explicaba el actuar, el obrar, entendido como una consecuencia directa del ser. Sin embargo, de tanto centrarse en la analogía entre el ser creado y el Ser supremo, de cuya realidad todas las demás cosas participan, esta filosofía no llegó a afrontar de un modo adecuado la relación entre el ser y el existir, al menos en el caso de una realidad tan peculiar como la persona humana.
Con la convicción de que en Dios el ser y el existir se identifican, esa tradición de pensamiento no llegó a dilucidar satisfactoriamente la relación entre el ser y el existir del hombre: un ser que no es absoluto, como el de Dios, sino participado; pero un ser que tiende al Absoluto, de quien es imagen y semejanza.
De esta manera se pensó que la esencia o naturaleza (el principio por el que una cosa es lo que es, y no otra) era una realidad tan propia de cada ser humano, y tan común a todos los individuos de nuestra especie, que el existir diario de cada hombre y de cada mujer no añadía nada esencial a su ser personal.
Gracias al personalismo del siglo XX y a la filosofía de un autor contemporáneo tan imprescindible como Leonardo Polo, he llegado a una convicción fundamental en mis reflexiones sobre el ser humano. Se podría enunciar de una forma muy sencilla: el existir diario, temporal, de cada persona conforma su ser, su identidad más profunda. Sí, es cierto que cada hombre o mujer no son solo lo que hacen y reciben cada día, pero también es cierto que cada día, en una medida mayor o menor, el ser humano puede crear o destruir su mismo ser.
De modo que el hombre no es un creador absoluto de sí mismo, pero sí que, a través de su actuar libre, puede contribuir a crear su ser propio, personalísimo, o puede contribuir a destruirlo, convirtiéndolo en un ser más chato y más esclavo.
LA LIBERTAD DE LA VIDA CREADORA
En la naturaleza casi todas las cosas obedecen a un orden que se puede explicar empíricamente. Para ello se necesita conocer unas leyes de comportamiento que pueden descubrirse de un modo más simple o más complejo. De ahí que las ciencias de la naturaleza estén siempre en busca de un saber sobre el cosmos cada vez más cierto y extenso.
Es verdad que los científicos no han conseguido explicar todos los hechos físicos que se han producido a lo largo de la historia o que se pueden prever de cara al futuro. Sin embargo, el profesional de las ciencias naturales actúa con la certeza de que todos los hechos pueden ser explicados en un momento u otro, porque, de suyo, la naturaleza no solo está sometida a unas leyes, sino que jamás podrá actuar contra esas leyes.
De hecho, cuando el equilibrio de la naturaleza se disloca o se destruye, actuando incluso contra el ser humano, esto se debe a que el hombre ha violado sus leyes previamente.
En la naturaleza —decía— casi todas las cosas obedecen a un orden que las antecede. La excepción está en el hombre. En efecto, en el hombre hay algo que está dado, que posee desde su nacimiento, pero hay un sinfín de rasgos distintivos de su ser que no le vienen dados, porque en la mano de cada hombre o mujer está la decisión de adquirir unas cualidades u otras, y aun de adoptar cualidades contrarias entre sí. Dentro de la naturaleza solo el ser humano puede contrariarse y contradecirse a sí mismo.
Curiosamente, esos rasgos distintivos adquiridos son los más relevantes en su vida, los que más cuentan en la felicidad de cada momento y en la felicidad total de su existencia. La felicidad es la conciencia de una vida cumplida, de una vida cuyo sentido se ha alcanzado satisfactoriamente.
Para ahondar en este punto, tengamos en cuenta que todo hombre o mujer es un ser humano porque ha recibido la esencia o naturaleza humana. Pero esta esencia tampoco se le ha dado cumplidamente: necesita la educación y la cultura para alcanzar la felicidad deseada. Sin educación y sin cultura la esencia o naturaleza de cada persona se deforma y se animaliza (el «buen salvaje» es un mito; con todo el atractivo de lo mítico, sí, pero no una realidad verificable). La educación y la cultura pertenecen al ámbito infinito de la libertad.
El ser humano es naturaleza y libertad. Mejor dicho: es una naturaleza libre, de modo que solo puede ser natural cuando actúa libremente; solo puede crearse cumplidamente cuando la libertad de la persona ha elegido el sentido de su vida y los medios cotidianos para alcanzarlo, para dotar a su vida de un significado pleno. El hombre ha sido creado al ser concebido (lo que he llamado creación primera) y está en continua creación de sí mismo (lo que puede denominarse creación segunda).
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