A la hora de la prevención cognitiva, el rol de la actividad intelectual no parece ser menor: leer, estudiar, escribir, resolver crucigramas, jugar ajedrez… cada una de estas actividades contribuye a mantener las cogniciones vigentes. Recientemente, se ha establecido que el jugar bridge reduce el riesgo de demencia senil y contribuye a una "vejez lúcida". El Estudio 90 – así denominado – ha sido dirigido por la neuróloga Claudia Kawas desde 1981. El estudio incluye a 14 mil personas de más de 65 años y a más de mil sobre los 90. El estudio ha logrado pocas evidencias de que la dieta o el ejercicio disminuyan el riesgo de Alzheimer; pero sí han constatado que las personas de más de 90 años que pasan más de tres horas diarias en actividades mentales como jugar bridge tienen menor riesgo de desarrollar la enfermedad. Cabe destacar que el bridge involucra un gran esfuerzo intelectual, para memorizar las cartas y para ir estudiando las posibilidades matemáticas que tiene el compañero de ir completando una determinada ‘pinta’.
Y a la hora de preguntarnos acerca de las contribuciones del paradigma cognitivo al bienestar psicológico , es decir, a la "felicidad" de las personas, el tema pasa a centrarse en la así llamada psicología positiva. "La psicología positiva busca el equilibrio óptimo entre el pensamiento positivo y el negativo" (Seligman, 2003). En palabras de Carr, "el principal objetivo de la psicología positiva es comprender y facilitar la felicidad y el bienestar subjetivo" (2007, p. 66). No se trata de ver las cosas color de rosa; se trata de "obligarse" a ver las cosas positivas realmente existentes, porque se asume que es psicológicamente aportativo el hacerlo. La idea pretende inducir un cierto grado de "optimismo aprendido", de "esperanza aprendida"; pero sobre bases realistas. Y esta suerte de optimismo fundamentado – fuertemente ligado a la esperanza – será fuente de satisfacciones, de despliegue conductual y de mayores expectativas de vida. "Las personas optimistas, aquellas que tienden a estar de acuerdo con afirmaciones del tipo "cuando emprendo algo nuevo, espero tener éxito", tienden a ser más exitosas, más saludables y más felices que las personas pesimistas" (Myers y Diener, 1995, p. 491).
Adicionalmente, el adscribir con convicción a una creencia religiosa, puede contribuir también a enriquecer el bienestar emocional: "Los datos de los estudios muestran – en forma sistemática – que los creyentes son algo más felices y están más satisfechos con la vida que los no creyentes" (Seligman, 2003, p. 89). Resta por establecer, sin embargo, si el bienestar surge del creer religioso o es el creer el que surge del bienestar; y resta por establecer si el afecto positivo genera cogniciones "optimistas", o si son las cogniciones "optimistas" las que generan afecto positivo.
Las investigaciones que he venido mostrando, los análisis clínicos que he venido explicitando, muestran líneas de aporte etiológico y terapéutico provenientes del paradigma cognitivo. Las evidencias son suficientes como para ameritar la inclusión del paradigma cognitivo en el Supraparadigma Integrativo. A contrario sensu, no vacilaría en sostener que, tanto el conocimiento como la práctica clínica, se empobrecerían sustancialmente si se prescindiera del paradigma cognitivo.
A modo de epílogo: la "Ecuación Cognitiva"
A la hora de los balances, entonces, el aporte del paradigma cognitivo no es menor. Al respecto, se ha señalado que "probablemente la más segura predicción acerca de la terapia cognitiva, es que seguirá creciendo. Las terapias cognitivo-conductuales en general, y la terapia cognitiva de Beck en particular, son las que más rápido crecen y las más investigadas en el escenario de la psicoterapia contemporánea" (Prochaska y Norcross, 2007, p. 348). Lo anterior deriva del hecho que la terapia cognitiva aporta lo suyo: evidencias acerca del rol etiológico de las cogniciones, permanente búsqueda de precisiones, focalización en los problemas actuales de los pacientes, sistematización creciente del enfoque, búsqueda de abreviar los tratamientos, énfasis en los autorregistros y en la asignación de tareas, énfasis en la investigación, documentación del valor de algunas intervenciones cognitivas, búsqueda pragmática en la formación de terapeutas, operacionalización de la terapia vía manuales, etc. Sin duda, la terapia cognitiva calza muy bien con lo que la sociedad viene requiriendo hoy en día; es decir, aporta una actitud pragmática, que privilegia tiempo y eficiencia; que privilegia el bajo costo y el alto beneficio.
Sin embargo, y no obstante todos sus aportes, las limitaciones de la terapia cognitiva se perfilan como sustanciales. Por lo pronto, la teoría cognitiva es claramente reduccionista: "Las terapias cognitivas cometen el mismo error mental que muchos pacientes y muchos seguidores fundamentalistas – la sobregeneralización – " (Prochaska y Norcross, 2007, p. 343). Bajo el expediente del reduccionismo y de la sobregeneralización, lo que le pasa a algunos pacientes tiene que pasarle a todos . Adicionalmente, los adherentes al enfoque son muy permeables al "allegiance effect"; lo habitual es que los optimistas hallazgos de los cognitivistas requieran de una corrección "desde fuera". Por otra parte, a partir de una loable búsqueda de lo simple y funcional, el enfoque cognitivo ha evolucionado en una dirección que en ocasiones tiende a ser simplista, y a veces ingenua. Al respecto, resulta sugerente el título de uno de los últimos libros de David Burns: Autoestima en 10 días (2000).
Adicionalmente, y no obstante los ya explicitados aportes terapéuticos – relacionados con el reprocesar los mismos datos, con el efecto placebo y con la meditación – , la contribución de muchas otras estrategias cognitivas resulta discutible. De hecho, el rol específico que desempeñan muchas estrategias cognitivas dista de estar acreditado. En depresión, por ejemplo, el enfoque cognitivo y el enfoque conductual tienden a obtener resultados comparables (Dimidjian et al., 2006). En este contexto, el focalizarse en el impacto emocional – supuestamente generado por las distorsiones cognitivas – podría no aportar al resultado de la terapia (Castonguay et al., 1996). De ser esto así, trabajar con esquemas y creencias, generar autorregistros, modificar estilos atribucionales, modificar distorsiones cognitivas, combatir pensamientos automáticos, etc., podría muchas veces no agregar nada al cambio terapéutico. Esto es de la mayor importancia. De ratificarse esta línea de conclusiones, gran parte del enfoque cognitivo quedaría muy mal parado. Se confirmaría así la crítica conductista, que señala que es la activación conductual el componente realmente efectivo de la terapia cognitiva (Jacobson et al., 2001).
El que una terapia genere cambios cognitivos, entonces, no significa que esas cogniciones hayan sido causales. De hecho, prácticamente todas las terapias tienden a producir cambios cognitivos, sin siquiera proponerse esos cambios (Persons y Miranda, 1995).
En unas Jornadas Clínicas realizadas en Buenos Aires (Aiglé, 2007), me correspondió compartir un Simposio con el ya citado Keith Dobson, destacado terapeuta e investigador en el enfoque cognitivo; y presidente de la "International Association of Cognitive Therapy". En un pasaje de esas Jornadas le pregunté al Dr. Dobson: "¿Diría usted que la principal causa de la depresión es la cognición?". Dobson respondió aproximadamente así: "Al paciente le diría que sí; en un nivel más científico, diría que son múltiples los factores de riesgo que pueden facilitar el desarrollo de una depresión". La respuesta de Dobson fue honesta, y resulta muy consistente con nuestros propios planteamientos. El problema es que la respuesta deja en claro las limitaciones del paradigma, y nos obliga a ir más allá del paradigma cognitivo.
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