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Sinopsis Sinopsis Ophiuchus. Las hijas olvidadas - Antonio, inspector de policía de la comisaría de Sevilla, y su amigo íntimo Jesús, catedrático de Historia del Arte, colaboran en la resolución de una serie de asesinatos que presentan ciertas coincidencias entre sí. Todos los cadáveres tienen unas enigmáticas incisiones en la muñeca izquierda, se hallan junto a una nota en la que puede leerse un pasaje bíblico y además fueron en vida asesinos de sus mujeres.Ophiuchus. Las hijas olvidadas es una novela policíaca que se adentra en aspectos relacionados con el esoterismo, y donde la astrología y la mitología resultarán elementos clave para desvelar los secretos más ocultos de la trama. Una obra que nos cuestiona sobre la dicotomía entre venganza y justicia y que realiza una indisimulada loa en favor del feminismo.
Ophiuchus. Las hijas olvidadas
La puerta del perdón
Adoradores del conocimiento
La autopsia
Febrero, Badajoz
Ensueño
Marzo, Cáceres
Arderá sin apagarse
El ayudante de cátedra
Conferencias y simposios
Origen, el balcón
Recortes de prensa
Mayo, Zamora
La cena
Junio, León
El geriátrico
Julio, Segovia
La bola azul
Sectatorios
Agosto, Guadalajara
María
Septiembre, Zaragoza
El sacrificio
Octubre, Huesca
Confesiones
Serventesio a la sinrazón
Noviembre, Albacete
La vieja caja blanca de madera
La carta
Diciembre, Jaén
La hermandad
El despertar
Zodíaco
El día esperado
Tvrris fortissima nomen dni proverb.18
El principito y la rosa
En honor a la mujer
Datos de autor
Ophiuchus. Las hijas olvidadas -Antonio, inspector de policía de la comisaría de Sevilla, y su amigo íntimo Jesús, catedrático de Historia del Arte, colaboran en la resolución de una serie de asesinatos que presentan ciertas coincidencias entre sí. Todos los cadáveres tienen unas enigmáticas incisiones en la muñeca izquierda, se hallan junto a una nota en la que puede leerse un pasaje bíblico y además fueron en vida asesinos de sus mujeres.Ophiuchus. Las hijas olvidadas es una novela policíaca que se adentra en aspectos relacionados con el esoterismo, y donde la astrología y la mitología resultarán elementos clave para desvelar los secretos más ocultos de la trama. Una obra que nos cuestiona sobre la dicotomía entre venganza y justicia y que realiza una indisimulada loa en favor del feminismo.
Ophiuchus. Las hijas olvidadas
© 2021, F.J.S. Bustos
© 2021 , La Equilibrista
info@laequilibrista.es
www.laequilibrista.es
Primera edición: 2021
Maquetación: La Equilibrista
Imprime: Ulzama Digital
ISBN: 9788418212727
ISBN Ebook: 9788418212734
Depósito legal: T 356-2021
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de: NOCTIVORA, S.L.
A mi padre y a mi madre, por la educación y valores que me transmitieron,
y a mi hermano, por contagiarme su pasión por los libros.
A mi hijo Martín, curiosidad incesante, a Rober, bonhomía,
y a Luisa, mi amor y mi cuásar.
A la amistad y a la familia.
Y en especial a todas las mujeres olvidadas.
La puerta del perdón
Enero, Sevilla
La sangre corría por la calle hasta perderse en infinitos ríos. La noche no podía ser más oscura. De pronto, un rayo iluminó el cielo de Sevilla. Las campanadas de la Giralda se fundían con el furor de los desgarradores truenos y los gritos desesperados por cada puñalada. Llovía de forma torrencial. El cuerpo yacía de rodillas. La muerte le llegó agarrado con fuerza a los barrotes de la verja, como si quisiera atravesarla para hallar la salvación.
Aquella noche, Antonio presentía que iban a estropearle la reunión mensual con sus amigos de la infancia. Era el primer sábado que libraba después de las fiestas navideñas, y tenía muchas ganas de beber unas cervezas bien frías entre charlas y anécdotas inolvidables que se repetirían al son de ruidosas carcajadas.
—¿Cómo han ido esas fiestas? —preguntó mientras se acercaba a Rafael, que ya estaba haciéndose hueco en el rincón más profundo de la barra del bar.
—Como siempre, en familia. Demasiada comida y demasiada bebida.
—¿Qué tal estáis, hermanos? —preguntó Pepe, que en ese preciso instante entraba quitándose su chubasquero. Dejó el paraguas empapado dentro de un viejo cubo que hacía de paragüero, y riéndose se agarró a sus amigos y los tres se pusieron a saltar haciendo círculos—. No veas la que está cayendo. No para de llover. ¡Vaya nochecita!
»¡Carlos, por favor, ponnos una rondita! —pidió Antonio sentándose en el taburete.
—¡Marchando! —le dijo el dueño, y sacó de la nevera tres tercios de Cruzcampo a punto de escarcha que inmediatamente cogieron y brindaron chocando los cristales con un «¡por nosotros, señores!».
—¿Hoy no viene Jesús? —preguntó Carlos al mismo tiempo que cortaba una tapa de queso Payoyo emborrado en manteca.
—Jesús está de viaje. Creo que lo habían invitado a la inauguración de una galería de arte. Además, recuerdo que tenía que dar alguna conferencia, o algo así me comentó —le explicó Pepe quitándole una cuña de la tabla de cortar, antes de que le diera tiempo a pasarlas al papelón de estraza.
Habían ido juntos al colegio desde los cinco años, y la amistad había perdurado hasta entonces, creando un vínculo envidiable. La vida les había tratado bien. Todos habían nacido en familias humildes, y a base de estudio y de mucho sacrificio, tanto de ellos como de sus padres, habían conseguido una buena carrera profesional.
Antonio era inspector de policía, Rafael abogado, Pepe psiquiatra y Jesús catedrático. Cada uno con sus problemas cotidianos buscaban, en estas reuniones, una forma de vía de escape donde relajarse, contarse los nuevos proyectos, los próximos viajes, hallar consejo ante las dificultades y decisiones de la vida y mantener el contacto como si de una familia se tratase.
De pronto sonó el móvil de Antonio, que nada más cogerlo y comprobar quién lo llamaba, puso cara de preocupación y extrañeza.
—Sí, voy enseguida —contestó de forma contundente.
Miró a sus compañeros, terminó de un trago la cerveza que le quedaba en la botella y se despidió ásperamente.
—Chicos, lo siento, pero tengo que irme. Luego os cuento. Parece ser que han encontrado un cadáver por la zona de la Giralda.
Antonio era el protector del grupo. Alto y robusto, de cuello elegante y tez aceitunada que delataban su raza gitana heredada de su padre. Cabello negro y rizado, con un peinado sutil y elegante. Sus ojos marrones verdosos, levemente achinados, y su nariz aguileña junto con unos labios voluptuosos lo hacían irresistible, sobre todo para los hombres.
Su homosexualidad solamente la conocían los más íntimos, y tras varios desengaños amorosos, ahora se encontraba solo. Acababa de cumplir medio siglo, pero emanaba tal fuerza y vigorosidad que no aparentaba más de cuarenta. Tenía una cicatriz de unos tres centímetros en forma de flecha que le atravesaba la ceja izquierda, dándole un atractivo aspecto de peligrosidad.
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