Vale, hagamos un recuento de los momentos más vergonzosos de mi vida: primero, cuando me fue denegado el préstamo; segundo, cuando salí huyendo del restaurante; y tercero, es justo ahora mientras veo que todos comienzan a reírse de mí. Y en todos esos malditos momentos ha estado presente el maldito Jack Myers, casi siento que lo odio. Comienzo a dirigir mis pasos al camerino lo más dignamente posible, si quería dar el show lo he logrado y con creces, estoy a punto de entrar al pequeño cubículo cuando una voz me detiene.
—Lexie. —¿Es que acaso no me voy a librar de este hombre nunca? Debe de ser el karma que lo ha enviado a esta vida solo para atormentarme.
—¿Qué quieres, Jack?, si has venido a burlarte de mí, debo decirte que el club de fans «ríete de Lexie» está en el foro.
—¿Te encuentras bien? —Tengo que abrir y cerrar los ojos para cerciorarme de que el hombre que tengo parado frente a mí es el mismo que me lanza pullas en el ascensor, ahora parece de verdad preocupado; sin pensarlo, alzo la vista para caer en esos pozos profundos que tiene por ojos y me doy cuenta que es sincero, realmente está preocupado por mí, una extraña sensación se instala en mi pecho, la quiero desechar pero no puedo, se me da muy bien lidiar con el Jack brabucón, egoísta e idiota, que se cree la última cerveza del desierto, pero con este hombre de mirada preocupada no puedo luchar.
Quiero salir de su embrujo y abandonar las cálidas aguas de sus ojos que me abrazan como si tuvieran luz propia. Pero no logro hacerlo. El encanto que nos envuelve se ve interrumpido por el chillido de una mujer.
—Jack… —dice la chica y corre hasta donde estamos, salgo del embrujo y vuelvo a ponerme mi armadura de acero, para sonreír de manera sarcástica. Tal como lo predije, la mujer que se acerca debe de tener por lo menos dos metros de piernas perfectas y estilizadas, estoy casi segura de que ella sí que puede tocar su cadera sin ningún problema, no entiendo esa fascinación que tiene Jack por las mujeres de silicona con caderas exuberantes y cabellos rubios, tan guapas que somos las de cabello castaño, normalitas, pero guapas. Bah, tengo que marcharme antes de seguir pensando tonterías. Entro en mi camerino sin dirigirle ni una sola mirada a mi enemigo favorito. Bien, ahora solo tengo que llegar a mi apartamento sin morir en el intento. Por suerte, el metro hace el camino de regreso de manera bastante tranquila, aunque el masaje del instructor me ha relajado lo suficiente como para que no me duela el cuerpo, no me siento del todo bien. Por suerte es viernes y no tengo que regresar hasta el lunes.
Desde que conocí a Jack nuestros encuentros siempre terminan en alguno de los dos ganando nuestras batallas verbales, él solo sube por el ascensor cuando me ve esperándolo, y yo trato de llegar antes para no encontrármelo, pero en todo el tiempo en que hemos trabajado en el mismo edificio, nunca he mostrado preocupación por mí. Así que esa faceta me ha dejado noqueada. Tengo que ser sincera, no es que odie a Jack, vamos, lo intento, de verdad que sí, el muy idiota después de echarme de su oficina en el banco, hizo que nadie me diera un crédito, cuando quise solicitar una tarjeta de crédito la respuesta fue la misma: «denegado». Cuando pregunté el motivo no supieron decir nada, pero la chica se chivó y me dijo que estaba fichada. ¡Como si fuera una criminal! Y el culpable de todo no era otro más que el patán de Jack. Por suerte, hoy solo tengo que pasar a recoger las cartas de la columna de Corazón al habla y leerlas, elegir una, para después darle repuesta en la revista. Eso sí que me encanta, es como leer la vida de demás personas, y no es que yo sea cotilla, pero hace que me olvide de lo patética y frustrante que es la mía.
Entro en nuestro bloque de apartamentos, y veo con asombro cómo nuestra vecina del piso de arriba está devorándose a un hombre que no es su marido, pero bueno quién soy yo para juzgarla, subo al ascensor y pienso en que mi vida se siente estancada, es cierto lo que dice Gina, debo de salir más, conocer chicos, casarme, tener hijos, no lo sé, tal vez encontrar la respuesta a todas las incógnitas del universo, pero no puedo, creo que mi vida es perfecta tal cual está. Vamos, tengo un empleo —no muy fabuloso, pero es empleo—, no tengo novio, es verdad, ni mucho menos un proyecto para casarme y tener cientos de hijos, pero eso está sobrevalorado. Meto la llave para abrir la puerta y en cuanto pongo un pie en la sala de estar, sé instintivamente que algo malo ha sucedido, no me malentienda, no es como si nos hubieran asaltado o algo por el estilo, sino que en la habitación de Gina se escucha como un sollozo desgarrador, me acerco despacio, a lo mejor un secuestrador la tiene maniatada en contra de su voluntad y por eso llora así. Demonios, tenía que haber ido a clases de defensa personal, no puede ser que ahora no pueda defender a mi mejor amiga.
Recorro con la mirada toda la estancia y veo un candelabro de plata que trajo Gina de su casa, lo tomo y lo levanto sobre mi cabeza en posición de defensa, bueno, eso es lo que hacen en las películas. Casi siento que el pánico recorre mi cuerpo, es como si estuviera a punto de descubrir al asesino, el llanto de Gina ha dejado de escucharse, seguro que ya le han de haber dado un golpe certero en la cabeza para noquearla, pobre de mi amiga lo que ha de estar sufriendo. Me acerco a la puerta y tomo entre una de mis temblorosas manos la perilla, debo de moverme con la astucia de una gacela, un movimiento en falso y terminaré también torturada, y dudo que me toque uno de esos secuestradores buenazos que vemos en las películas. Bueno, es hora de ser el héroe de esta casa, no importa el riesgo que me espera, ni la tortura a la cual seguro me someterán, todo sea por mi amiga, debo rescatarla. Mañana, todos los titulares de los diarios dirán: «Lexie Reynolds, la nueva heroína de la ciudad, detuvo el secuestro de su amiga y derribó al maleante».
Un nuevo sollozo se escucha; vale, debo actuar rápido, giro la perilla y empujo la puerta con tanta fuerza que se azota contra la pared, el grito de guerra que doy debe de haber asustado a Gina que se ha levanto de la cama donde estaba sentada y ha gritado igual o peor que yo.
—¡Qué demonios te sucede, Lexie!
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