—Perdona, pero la verdad es que es muy difícil no imaginarte como Maggie Hayward , la asesina —dice al ver mi cara de ofensa.
Vale, ahora se está burlando de mí, bastardo. Espero que le caiga una maldición tibetana y un día amanezca sin dientes.
—Ja —es lo único que voy a replicar, por suerte el ascensor se detiene, voy a dar un paso para salir de ahí, pero Jack casi me empuja contra la pared del cacharro infernal y sale antes de que pueda impedírselo.
—Pequeña Lexy, liberación femenina —dice alzando un brazo en señal de protesta y se larga de ahí dando grandes zancadas, no cabe la menor duda de que la caballerosidad ya no existe en nuestros días.
Lo bueno es que soy una chica que no se deja desalentar por nada, así que aliso mi vestido, me paso la mano por el cabello y salgo antes de que el mentado chisme ese cierre sus puertas de nuevo y me lleve hasta el último piso, no es que me haya pasado, vale, solo una vez, pero mi labial estaba corrido y mientras me retocaba los labios, el ascensor comenzó a avanzar. Técnicamente no fue mi culpa, debería de traer un sensor que distinga en qué planta se queda la gente. Avanzo hasta recorrer los metros que me separan del pequeño camerino, he leído el guion del programa del día y parece ser muy divertido, o eso espero.
«Puedo hacerlo, claro que puedo hacerlo» pienso, mientras estiro el tapete de yoga. Gary y yo estamos preparados con nuestra indumentaria que consiste en unas licras superajustadas de meditación y un chándal a juego, el instructor de yoga se posiciona frente a la cámara, estoy detrás de ellos y sonrío con toda la confianza reflejada en mis labios. «Esto es pan comido para mí, ya antes lo he hecho», digo de manera magistral al saludo que comenta el instructor, e imito la posición de sus piernas. ¿Lo ven?, soy una chica de yoga innata.
— Namasté —dice él haciendo un saludo uniendo sus manos al frente de su rostro, y hacemos la siguiente posición, ahora estamos sentados sobre el tapete de yoga, nos ha dicho que crucemos las piernas en flor de loto, esa posición parece tan fácil, ¡pero demonios!, mis piernas son tan cortas—. Vamos a cerrar los ojos, mientras respiramos de manera profunda… —Dios, ni siquiera soy capaz de doblar mis piernas, vale, cierro los ojos mientras de manera disimulada sostengo mi pierna para que no se den cuenta de que no puedo flexionarla—. Inhalen y exhalen. —Lo escucho decir muy confiado.
¿Este hombre nunca se calla? «Vale, Lexy, debes concentrarte, no dejes que el pánico se apodere de ti», me grita mi subconsciente, mientras me mira como si fuera un desastre. La espalda me está matando y noto cómo todos mis músculos se estiran como ligas viejas a punto de reventarse. El instructor ha dejado de hacer los ejercicios de respiración, y está diciendo que debemos relajar la cadera, ja, como si fuera tan fácil, a lo mejor a las novias piernas largas de Jack no les cueste tanto, pero para mí es casi una misión imposible, aun así, soy una chica de supervivencia, y no quedaré en evidencia. Doy un suspiro, sintiendo que mi cuerpo está en total sincronía con el llamado de la divinidad y espiritualidad, creo que me tomaré un cursillo de yoga y me puedo dedicar a dar sesiones en el parque. Será todo un éxito.
—Ahora, vamos a pasar a otra posición —dice el instructor, pero si yo apenas estoy tratando de respirar con normalidad, en fin—. Van a estirar sus brazos detrás de su espalda sintiendo cómo se relajan las cervicales. —¿Qué cervicales? Estoy estirando los brazos lo más que puedo, digo, teniendo en cuenta que también estoy tratando de que mis piernas no se desdoblen como un acordeón—. Recuerden mantener la respiración a un ritmo frecuente.
Ya ni recordaba que teníamos que respirar. «Vamos, Lexy, solo es dejar que el aire entre en tus pulmones y después lo sacas, lo llaman inhalar y exhalar, ¿lo recuerdas?», me dice de nuevo mi subconsciente con sarcasmo detrás de sus anteojos de sabionda. Espero que con esos movimientos den por terminada la clase, la parte baja de mi espalda parece que acaba de ser pateada por un caballo, el dolor punzante se extiende sobre mi columna vertebral, cierro los ojos para tratar de mitigar la sensación. Y para mayor horror, en cuanto los abro, me doy cuenta con asombro que Jack está mirándome y tiene el ceño fruncido, algo que no es novedad, de hecho, ya hasta le estoy agarrando cariño a su forma de observarme.
—Ahora su mano derecha va a buscar su muslo izquierdo, y apoyen la mano izquierda en la parte baja del lumbar. Traten de tocar el otro extremo de su cadera, respiren por la nariz, sientan cómo se tensan los músculos al nivel de las costillas.
Parece que el instructor habla mandarín, ¿dónde demonios tendré el lumbar?, por qué demonios dice que respiremos por la nariz, pues ¿por dónde más lo vamos a hacer? Aun así, trato de hacerlo todo tal cual dice, nunca he tenido problemas de sobrepeso, pero en este instante mis caderas me parecen enormes, ¿cómo es posible que alcance a tocarlas si tengo los brazos cruzados y torcidos?, observo a Gary de reojo y veo que tampoco le está yendo del todo bien, doblo más mi cintura, debo de poder tocar mi cadera, vamos, que es superfácil, por lo menos así lo parecía, por mucho que no me guste la idea, tengo que darme por vencida en estas técnicas de relajación, quiero girar mi cadera para regresar a una postura que sea normal y no puedo, el pánico me comienza a invadir, cada centímetro que quiero girar es un suplicio, estoy segura de que nadie ha notado que estoy en un apuro, sobre todo porque Gary y el instructor se han levantado y están despidiendo el programa.
Mis ojos deben estar desorbitados; vale, Lexy, debes de calmarte.
—Disculpe, instructor —digo con los ojos cerrados tratando de que mi nivel espiritual le gane al umbral de dolor, pero nada. No puedo moverme y estoy segura de que me quedaré paralítica. Virgen de la Macarena, el yoga debería ser considerado como un deporte extremo. Nadie parece percatarse de mí, hasta que veo a mi némesis personal acercándose a grandes zancadas hasta donde estoy.
—¿Qué demonios tienes? —Trágame tierra y escupe en cualquier parte del mundo, vale, de preferencia escúpeme en el hospital. Si hay algo peor que hacer el ridículo frente a miles de espectadores, eso es hacer el ridículo frente a Jack Myers.
—Creo que me rompí la cadera —le digo con la voz congestionada, mi cara debe de ser caótica. Jack ha corrido a buscar al instructor que sabe Dios dónde se ha metido, y de pronto me veo rodeada de gente. En un vago susurro escucho una voz femenina decir que es el karma por dejar plantado a mi novio. Ahora ya no hay apoyo de género. Con sumo cuidado regreso el brazo hasta su posición original y veo que el instructor me está mirando como si fuera un desastre andante, y se acerca a mí.
—¿Qué fue lo que sucedió? —Vale, el tono de su voz no es para nada espiritual, de hecho, parece también enfadado. Está claro que me he levantado con el pie izquierdo.
—Solo quería tocar mi cadera, pero creo que me he roto la columna vertebral, quedaré paralítica.
El instructor se pone detrás de mí, y empieza a dar un suave masaje en la parte baja de la cadera, así por toda la espalda y brazos, noto cómo mi cuerpo comienza de relajarse, ¡diablos!, tiene unas manos prodigiosas que estoy a punto de soltar un gemido de satisfacción. Escucho el carraspeo de alguien y abro los ojos, Jack está fulminando al instructor. Seguramente estará loco, porque no tiene por qué mirarnos de esa manera.
—Ahora, levántate — dice el instructor y sus palabras me suenan a un versículo bíblico, es como si fuera el Lázaro del siglo veintiuno, a lo mejor después de esto emprendo una propia religión. Debo confesar que tengo miedo de moverme, pero al cabo de unos segundos me digo que ya estuvo bien de estar sentada, una mano aparece frente mis ojos para ayudarme, pero es la mano de Jack, juro por Dios que quiero rechazarla, pero creo que no estaría bien, los compañeros podrían pensar que nos odiamos o algo, y lo que menos necesito en este momento son más rumores, de por sí ya tengo bastante con el mentado video de la fallida pedida de manos.
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