En enero de 2014, la Corte Suprema ordenó abrir un nuevo expediente administrativo en su contra. Esta vez lo detonó otra expareja de Elgueta, quien lo acusó de hostigamiento. La denuncia, al igual que la que interpuso su exesposa Alejandra Rebolledo en 2010, también fue llevada al lugar de trabajo del exmagistrado.
Cristina Rosas, la denunciante y exalumna de Elgueta en un centro de formación técnica de Santiago, entregó antecedentes suficientes como para armar un competitivo guion para la franja de teleseries de media tarde: amor, desilusión, despecho e intriga, con una trifulca en las puertas de una iglesia en medio de un matrimonio, son los puntos altos de ese novelón que volvió a colocarlo al centro del comidillo en los pasillos de la judicatura.
Una de las cosas llamativas de esta nueva denuncia es que Rosas reconoció en una declaración judicial que el exministro movió hilos para conseguirle trabajo en tribunales del país. Pero en 2014, cuando esos antecedentes fueron conocidos en las altas esferas del Poder Judicial, nadie se escandalizó y Elgueta no fue sancionado. Más tarde el escenario fue otro.
Al exministro de la Corte de Apelaciones de Rancagua también se le cuestionó por nombramientos irregulares en esa jurisdicción y por influir o presionar para abrirles espacio en tribunales e instituciones públicas a personas de su círculo. Parejas y alumnas, entre ellas.
Los vínculos que ha establecido Emilio Elgueta –a veces más allá de lo profesional– con estudiantes de distintos centros de educación superior le han pasado la cuenta. Dos de ellas, a quienes Elgueta conoció en labores de docencia cuando ya ejercía como magistrado en Rancagua, figuran en los antecedentes del proceso disciplinario que desencadenó su remoción definitiva. En ambos casos se le acusa de hacer gestiones para ubicarlas en tribunales de esa región.
Elgueta ha insistido en que solo buscaba darles una mano. Un cercano da fe de la preocupación del exministro por sus estudiantes y de que solía ofrecerles apoyo cuando enfrentaban necesidades o problemas. Asegura que lo hacía de manera desinteresada, porque el exministro –definido por quien fuera uno de sus estudiantes como uno de los profesores “más carismáticos” que tuvo en su carrera– construyó su vida en medio de varias adversidades. Perdió a su madre a los seis años y, poco después, a una de sus hermanas. Cuando tenía 15, su padre, miembro del Comité Central del Partido Comunista y quien falleció de cáncer en 1987, fue apresado y torturado por agentes de la CNI.
Emilio Elgueta terminó sus estudios primarios en el emblemático Liceo Manuel Barros Borgoño, para luego ingresar a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, donde se graduó de abogado en 1978. Ya siendo ministro de corte y profesor universitario, le gustaba imprimir el valor del esfuerzo y la meritocracia en sus estudiantes. “No me digan a mí lo que es vivir en piso de tierra”, era una de sus frases recurrentes en clases, según una exalumna. Su historia, la de un hombre sin redes, contactos ni apellidos influyentes ejerciendo cargos de importancia en la judicatura nacional, estaba envuelta en esa épica.
Pero hay quienes también señalan que era usual que Elgueta alardeara sobre sus redes y contactos, y que no era raro que ofreciera a algunas de sus alumnas oportunidades laborales. Una funcionaria del Primer Juzgado Civil de Rancagua, y también exalumna de Elgueta en la Universidad de Aconcagua, entregó su testimonio en el último proceso administrativo contra el exministro. Dijo que Elgueta, en más de una oportunidad, le ofreció ayuda, pero que nunca la aceptó porque sabía que era un ofrecimiento “interesado”. A raíz de ese rechazo, agregó, siempre sintió que su permanencia en ese tribunal era inestable. Al menos en ese juzgado de Rancagua corría el rumor de que si no tenías un buen contacto, como el que ofrecía Elgueta, era difícil hacer carrera.
Son varios los antecedentes con los que la Corte Suprema delineó un patrón en su desempeño como ministro del Poder Judicial al momento de considerar su remoción: Elgueta hace valer su posición y presiona para obtener favores: era ministro de corte y no gásfiter, y algunos de esos favores comprometían la independencia de su labor.
Pero vamos al principio.
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Hasta julio de 2010, fecha en que su entonces esposa, Alejandra Rebolledo, lo denunció en la Corte de Apelaciones de Santiago –lo que hizo que su nombre saltara por primera vez a los titulares de la prensa–, Emilio Elgueta era prácticamente desconocido para cualquier persona ajena al círculo de ministros, jueces, secretarios y funcionarios del Poder Judicial. A ellos habría que agregar algunas decenas de estudiantes de un par de centros de educación superior en la Región del Maule y en Santiago, donde se desempeñó como académico impartiendo materias civiles, procesales y penales.
Elgueta mantenía un bajo perfil público y llevaba una carrera judicial ascendente, iniciada en 1979 como oficial tercero del Juzgado de Menores de San Miguel, y luego en cargos de cada vez mayor peso en tribunales de Santiago, Coyhaique, Curicó y Talca. Fue en Talca donde llegó en 2001 a integrar la Corte de Apelaciones de la ciudad. Allí, el juez se convirtió –por primera vez– en ministro del Poder Judicial, escalando a la presidencia de ese tribunal un año más tarde. “Partió de abajo. Mientras estudiaba trabajó como actuario, en los tiempos en que se cosían los expedientes a mano”, dice una cercana.
Los hechos indican que 2002 fue un año auspicioso para él. Como presidente del máximo tribunal de la Región del Maule, coronaba una trayectoria de más de dos décadas en el Poder Judicial, donde fue escalando con buenas calificaciones. Se había separado no hacía mucho de su primera mujer –con quien tuvo dos hijos y una relación que no terminó en los mejores términos–, y el 14 de noviembre de ese año se casó con Alejandra Rebolledo, a quien había conocido en 1998. De esa relación también nacieron dos hijos.
Rebolledo cursaba por entonces estudios de sicología en la Universidad de Las Américas, en Santiago, establecimiento contra el que Elgueta inició una acción judicial en 2005. ¿El motivo? Hacer valer los derechos de su esposa, luego de que la universidad decidiera incorporar inglés en su malla académica como asignatura obligatoria. Pero el tribunal ni siquiera se pronunció sobre el fondo: el recurso fue desestimado por extemporáneo. Elgueta, que fue el que litigó, perdió.
En este episodio hay un detalle. Puede leerse como un sutil despliegue de poder, una manera de facilitar el trámite judicial o como un simple descuido. El hecho es el siguiente: al presentar el recurso contra la Universidad de Las Américas, Emilio Elgueta, actuando como abogado, fijó domicilio en calle Álvarez de Toledo Nº 1022. No es cualquier domicilio. Allí funciona la Corte de Apelaciones de San Miguel, tribunal donde, tras su paso por Talca, había aterrizado como fiscal judicial.
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El removido ministro Elgueta siempre tuvo en mente llegar a la Suprema. Su retorno a Santiago desde la Región del Maule pudo tener que ver, entre otras cosas, con el deseo de pavimentar ese camino que, como condición deseable –no excluyente–, tiene un paso previo: la Corte de Apelaciones de Santiago o, en su defecto, otra corte de peso a nivel nacional.
La mitad de los miembros que actualmente componen el pleno de la Suprema ocupó el cargo de ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago antes de escalar a la máxima magistratura. Otro puñado, los que han hecho carrera judicial (cinco de sus integrantes deben ser abogados ajenos al Poder Judicial), proviene de cortes prominentes como las de Valparaíso, Concepción, Rancagua y San Miguel.
En 2004, y a la par de sus labores como fiscal judicial de la Corte de Apelaciones de San Miguel, Emilio Elgueta retomó la academia. Estando en Santiago ejerció como docente de derecho procesal en la Uniacc. Allí obtuvo en 2007 el premio al mejor profesor de la carrera de Derecho, año en que la directora de esa escuela era la exministra de Educación y Justicia de la dictadura, Mónica Madariaga.
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