1 ...6 7 8 10 11 12 ...28 En la magna coproducción mexicano-colombiana Polvo de ángel, antes El ángel, la muerte y el cazador (Séptimo Arte – Talento Post – Fidecine : Imcine – Gecisa International – Promotora La Vida es Bella – La Isla a Mediodía – Crear TeVe-Fondo Ibermedia, 110 minutos, 2006-2010), trepidante e inclasificable quinto largometraje del excuequero autor total sinaloense y exdirector del Festival de Cine de Mazatlán de 57 años Óscar Blancarte (El Jinete de la Divina Providencia, 1988; Dulces compañías, 1994; Entre la tarde y la noche, 2000), todo gira en torno a una deliberadamente erizada y erizante galería de personajes disparatados, que articulan la película, la exasperan, la hacen delirar, la descuartizan, la deshacen y la destruyen, a imagen y semejanza de aventureros con tendencia a que sus deseos les salgan de la peor manera posible, al interior de una elaboradísima estructura errática, formal y narrativamente más caricaturesca que épica, compuesta por historias que se entrecruzan como las miméticas pistolas apuntadas a la hongkonguesa right between the eyes del respectivo adversario, y por incontables episodios excesivos donde cada episodio funciona a la vez como un relato casi independiente y como parte operativa del conjunto que integra la película, volcada hacia una fábula desmitificadora de los superhéroes y devorando / autodevorando su propio prurito de justeza, como sigue.
La justeza del antisuperheroísmo recurre cada cuando a la tira de historietas, tanto para completarse y desbordarse como para suplementarse, mostrando gráficamente todo aquello que le resulta difícil de representar, jamás obviable mediante una elipsis o en definitiva irrepresentable (descuartizamiento del falso ángel, divisamiento con anteojo largavista desde una cascada). Animación-prólogo y animaciones intermezzi (cópula gozosa con cabeza hacia atrás de los chavos activistas ecologistas, coreografía de pistolones del anacrónico Boogie el Aceitoso en deleznable versión fílmica y así) sobrecargados con ruideros metálico-percutivos (música concreta y de la otra, o más bien partitura sonora, de David Burbano). Globitos estallados que denuncian el secreto pensamiento inconfesable de los hipócritas personajes odiadores o emboscados de tiempo completo (“Este tipo es un cabrón” / “Esta noche habrá un ángel menos en el cielo” / “Pasaré a la Historia con esta chingona operación” / “¿Por qué tengo tanto pegue con los locos?”). Letreros estridentes de “¡¡¡Sock!!!” y “¡¡¡Pack!!!” dibujados a medio fotograma a lo Corre Lola corre (Tom Tykwer, 1998). Fratricidio en silueta (escarlata) a lo Dolores del Río en La otra de Roberto Gavaldón (1946). Buitres con gabardinas inmensas y fálicos fusiles de spaghetti western erectos y escupefuego a la menor provocación, balas inflamables al tocar cuerpo, atufadoras complicaciones rocambolescas de la intriga, concertaceciones en el sofocante baño de vapor et al. ¿Nostalgia o envidia de la manga japonesa, de la moda alternativa bombástica, de las adaptaciones al ánime de alguna saga de videojuegos, de las mitológicas fantasías-punk más allá de los transferibles afanes-clon de Blancarte tipo La chica del tanque (Rachel Talalay, 1995) y las novelas gráficas para adolescentes en revuelta visual, de los comics vesánicos de culto antes subterráneo que ya se atreve a decir su nombre y organizar ferias y festivales y torneos? ¿Toques lustrosos de barroquismo adicional, que se añaden graciosamente al abigarramiento amorfo y ya muerto de las viejas series B o Z supervitaminadas y anabolizadas, como diría el colega español Jaime Pena?
La justeza del antisuperheroísmo se afirma como un ensayo-fantasía irritante sobre el mundo estereotipado y falso de las historietas y de los filmes y de los imaginarios vitales cotidianos en ellas inspirado. El archidependiente y fallidísimo superhéroe está medio venático medio deschavetado, pero por encima de todo lo aqueja un intemperante narcisismo consuetudinario y sin cura posible, un narcisismo inmejorablemente manifiesto en su aerodinámico auto blanco y su manía de beber leche embotellada en un biberón inextirpable, un narcisismo en absoluto insoportable e incontrolado y bueno para nada. Aparte de la semejanza de sus aventuras con las arcaicas fundacionales de Santo el Enmascarado de Plata, es exhibicionista a rabiar y tiene visos, alardes idealistas y desplante invencible de un invisible e inservible Quijote moderno, el renovado estrafalario por antonomasia y gracias a sus exaltadas formas y afanes alterados. Como buen caballero se consigue su hiperchafa escudero Sancho Panza hecho un caos hasta de apelativo, para cruzar raudos las carreteras latinopólicas, y por añadidura persigue a su inalcanzable sublime Dulcinea hasta localizar sobre un altar del averno a su Bella semidesnuda, regordeta, insegura emotiva, vulgarzona, incallable y sin bozal. La idea genial de hacer coexistir la dulzura angelical con la furia luciferina se ha convertido en la seducción de la dulzura luciferina por la furia angelical.
La justeza del antisuperheroísmo remite sin confesarlo ni restregarlo a otras ilustres genealogías. No sólo están presentes las evidentes referencias aventureras a la obra maestra de Cervantes. Mucho más veladas están las que remiten, tan recóndita y en clave cuan denodadamente, a la novela pastoril española y francesa del siglo barroco (la Diana de Montemayor, la Astrea de D’Urfe e incluso la Galatea del mismo Cervantes), a los géneros preciosos y a la narración idealista precaballeresca. De ellos parecen provenir la sensualidad sumergida pero exacerbada que lleva perentoriamente a un misticismo ascendente / descendente, si bien pasando por la honesta amistad, surgida de la estimación instantánea y fundada sobre el mérito, la complicidad y el temor; el idilio insípido que se cree análisis amatorio y amor loco avant la lettre; la sustitución de la capa y la espada por el plomo y los plomazos al menor motivo o sinrazón; las numerosas intrigas que se entrelazan, mucho antes que nadie pensara ni concibiera ni proclamara la hegemonía de las Vidas cruzadas (Robert Altman, 1993); el desdén por la lengua y el lenguaje fílmicos comunes (con su realismo en primeras o segundas instancias); el castigo satírico a toda suerte de refinamiento per se (abstracto o altocultista); los tópicos de la historieta y la ciencia-ficción populares manejados como una jerga particular cualquiera, y por supuesto, el gusto entre delicioso y maniático o atávico por las proezas más grandes que la naturaleza que deben realizar los superhéroes infraheroicos, tanto como las pruebas que deben atravesar los amantes para estar juntos, más allá de malentendidos, azares, maldiciones, hechizos y contiendas armadas o a puño o a costalazo limpio.
La justeza del antisuperheroísmo multiplica incansables inalcanzables alusiones cultistas u ocultistas por igual, cual si tendiera trampas para demostrar su diversificadora vivacidad ante ella misma. Trama que nunca acaba de arrancar ni de presentar atiborradoramente nuevos personajes con nombre, edad y profesión. Diálogos rimbombantes de historieta (“¿Está preparado para lo peor?” / “Lo peor es mi segundo apellido”). Fotografía manierista del veterano excuequense Arturo de la Rosa. Escenografías decoradas con paredes-diorama. Iluminación irrealista con luces crudas emitidas hasta por el mobiliario. Pantallas divididas para adorar / desafiar a la acariciable estatuilla repulsiva de la Santa Muerte en el mercado o leer la apabullante tarjeta de visita de Sacro o TVentrevistar a compradores compulsivos de supermercado con escenas de catástrofes bélicas. Tugurios y escaleras expresionistas aunque de colores rutilantes. Guarida-baticueva-bunker palaciego de Sacro bautizado con un callejero 666. Reiteraciones cabalísticas del 7 hasta en la cifra del cheque abierto que apenas recibido hace arder el héroe para demostrar su incorruptible desinterés idealista (que lo presenten con Bella).
Читать дальше