De nada sirve que las secuencias de intimidad de pareja lancen por delante las soberanas tetas de Rocío Verdejo o se mimen sudorosos coitos de porno soft con el cogelón marxista-masoquista-idealista a carta cabal Alberto eXXXorcismosgays Estrella, supuesto producto de una compartida ideología erótica libertaria cual vívido triunfo de la pulsión de vida, si todo thriller / neothriller / infrathriller significa per se un reino, una victoria y un regodeo de la pulsión de muerte, con su propia ideología implícita, el Eros fascista, y su parafernalia repetitiva hasta la saciedad, a base de gozosos balazos a quemarropa, placenteros cuerpos-placenta reventando de gusto mórbido o desplomándose desde un piso superior en aparatosa caída libre, dilución de toda excitación romántica a fuerza de arcaicos secuestros de heroína indómita en permanente amenaza sombría cual amarrada y amordazada Pearl White de Los peligros de Paulina (Gasnier-Mackenzie, 1914) para poder salvarse en el primer minuto del siguiente episodio de su neoburdo serial silente sin gracia pero cuán solemne, magnificadores travellings verticales exclusivos para descubrir apenas los orgullosos domos del temible Palacio Negro y para mostrar la grandeza del ojéis enemigo invencible, jubilosa fotogenia fragmentario-nocturna del sergioleonesco gabán hasta el suelo de un supervillanano y deleitoso responso despótico con inolvidable sentencia-shocking mortífera (“Aquí nadie se muere antes de que yo lo ordene”). De nada sirve que los desgañitados integrantes auténticos de un autoabrogado Comité del ‘68 (con uno que otro exdirigente impostor) armen su habitual mitote de caspa gritaconsignas y pancartas y mentadas de madre y generoso derrame de bilis en el transcurso de una supuesta comparecencia del nefando Turco ante la Fiscalía Especial sobre Delitos del Pasado, si ese sainete de comandancia sólo consigue desplegar un patético caos de pudorosa vergüenza ajena (“Asesino, tú mataste a mi padre, hijo de la chingada, te voy a partir la madre”) cuya obviedad de seguro hubiese reprobado y ordenado jocosamente en un santiamén nuestro especialista de antaño en esos menesteres Alejandro Galindo (de Mientras México duerme, 1938, y el Tribunal de justicia precursor prehitchcockiano en el rodaje en un solo plano, 1943, a El juicio de Martín Cortés y Ante el cadáver de un líder, ambas de 1974).
De nada sirve que se diseminen entre secuencias grandes pausas con la pantalla a oscuras y en silencio luctuoso, si no existen otros elementos que rimen con ese pretendido tono de duelo, ni siquiera esa incitación titular (dejada en el aire) para desenterrar anónimos difuntos sacrificiales del pasado vueltos papel, ni ese simulacro de sepelio-pretexto para insertar infaltables puños compungidos en alto, de preferencia pertenecientes a miembros genuinos del fúnebre Comité Eureka propiedad militante de la santona mesiánica con escapulario Doña Rosario (¿no sería un personaje satírico creado por la excomediante cabaretera hoy levantabrazos de campeones políticos Jesusa Rodríguez?). De nada sirve que la película se haya barrido en la base del cambio sexenal, si sólo aguza todo su ingenio para aguardar 24 horas en la realización del secuestro de su heroína y para efectuar oscuros ajustes de cuentas periodísticas más mezquinas que incisivas con ciertos diarios capitalinos distintos de La Jornada (“Es que yo leo El Universal” / “Por lo menos no es el Reforma”). De nada sirve que se muestre en big close-shot algún documento acaso auténtico dirigido al exPresidente Luis Echeverría Álvarez e incluso se haga aparecer a éste supuestamente en persona y apodado El Patrón (aún rodeado de sus sabuesos políticos predilectos Don Fernando ¿Gutiérrez Barrios? y de El Turco ¿Nasar Haro?) echando pestes contra López Obrador en el lujoso Restaurante del Lago, si el superguau exgalán vetusto que interpreta al magnihomicida (Carlos Bracho guiñolesco a perpetuidad) más bien se desvive por hacerlo parecer un villano simpático que se levanta de su mesa para tomar amable nota bonachona de las amenazas apenas infantilmente intimidantes de sus gratuitos enemigos jurados. De nada sirve que la película termine con una tradicional toma de conciencia (el héroe vencido comprando un megapistolón en Tepito y perdiéndose entre los puestos al final de la calle de la amargura), cuando el realismo socialista ya goza de enorme desprestigio bien fundado, estando en pleno desuso, por decir lo menos.
Y la justeza de la impunidad era ante todo una narcisista y retadora estulticia ignorante de la banalización política, una mugre y esquemática anecdotita intelectualoide y sin apenas desarrollo aunque indecisa entre los más fatigados personajes temáticos favoritos de la conciencia vulnerada pequeñoburguesa (como lo siguen siendo la Víctima Ejemplar y el Soldado Perdido), un extravío más de la esencia de la denuncia, una revisión anticiudadana de la impotencia protestataria e investigadora, un destemplado encomio a la impunidad por torpeza y giro en redondo justificando sus propios inmanentes términos, una forzada y tediosa mueca del más retrógrado cine impune.
La justeza del neo-neozapatismo
En la miserable población de San Pedro al interior de la selva lacandona, dentro de La Realidad, Chiapas, los campesinos indígenas y sus familias, todos ellos miembros militantes de la neo-neozapatista Junta de Buen Gobierno Hacia La Esperanza, mucho más que simples bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, con embozo obligatorio en la vida pública y afuera de su territorio, luchan por salir adelante e incluso progresar, aunque sea sobreviviendo bajo el cerco tendido por las tropas del Ejército Federal, el asedio de los grupos paramilitares y las provocaciones de los priistas del que fuera el partido oficial pero aún dominante en la región, mientras los jóvenes guerrilleros salidos de la comunidad, con pasamontañas y algunos caballos, merodean vigilantes y disciplinados desde los montes circundantes.
Dentro de ese apremiante marco sociopolítico, uno de los activistas más destacados de la comunidad, el electricista dirigente juvenil Miguel (Leonardo Rodríguez), es comprometido formalmente en matrimonio por su padre Don Rubén (Don Martín) con la guapa vecina adolescente conocida por él desde la infancia Sonia (Rocío Barrios), ajustando esa promesa de enlace a los usos y costumbres tradicionales, el formal obsequio de una vaca, de una carga de café y una de maíz. Boda arreglada, de acuerdo con la tradición imperante. Pero la muchacha, molesta por las decisión tomada por encima de ella y su carencia de sentimientos amorosos ante el admirado chavo (“No hay emoción”), conoce cierto día en la espesura al joven insurgente Julio (Francisco Jiménez), vuelven a verse en otras diversas ocasiones clandestinas, y se enamora de él, ante la perplejidad de su madre Susana (Doña Ofelia), la regocijada complicidad de su amiga Lucrecia (Verónica Trejo), la subsecuente reticencia inquieta de su padre Mateo (Hernán Rodríguez), mucho menos feroz que la reprobación indignada de su futuro suegro, y el arrobo inexpresable de su hermanita de diez años Alicia (Marisela Rodríguez) que está descubriendo la realidad a través de ella y en medio de las pláticas con su lúcida abuela expeona acasillada casi exesclava de cuencas oculares semivacías Zoraida (Doña Aurelia) que en su época se dio a la fuga con su hombre para fundar la comunidad selvática en la que todos sus descendientes aún moran. En tanto ello sucede, el videoasta local Roberto (Compa Moisés) no quiere dejar detalle de la vida político-social sin registrar con su cámara omnipresente, de ubicuos lentes y visor siempre dispuestos (como los de la película misma que estamos viendo), trátese de la petición de mano inicial, las discusiones sindicales, las gestiones técnicas encabezadas por el valioso Miguel en algún lejano Comitán inmostrable, la erección de postes y aditamentos para el cableado eléctrico, el penoso transporte de la turbina hacia ese atrasado recodo de purgatorio donde jamás había llegado la electricidad, la ronda constante de soldados y transportes militares para entorpecerlo todo e incluso hacer perdidiza la vaca de la dote negociada, el advenimiento de la luz en pleno festejo en un centro comunal edificado ex profeso y decorado con estrellas rojas, el constreñido volar zumbante de los helicópteros, la asamblea comunitaria mixta con los alzados neozapatistas de la montaña y muchas cosas más.
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