Por añadidura, el atropellado romance eminente, en el que todo mundo mete mano, se sitúa inapelable, pero al tanteo suplicante, primario, alambicado, robusto, extraordinario, ideal, magnífico, supeditado y poderoso, entre lo forzado y lo didáctico, y es precisamente allí donde la reelaborada música folclórica y la profusa música original (de Descemer Bueno y Kevis Ochoa), aunadas a un diseño sonoro de Nerio Barberis y Santiago Arroyo con pésimo gusto autosuficiente, invaden secuencias por doquier, dan al traste con los objetivos primordiales del filme y, cosa que jamás sucedía en las fundacionales cintas del esteta militante boliviano Jorge Sanjinés (de Yawar Mallku, 1969, y El coraje del pueblo, 1971, a La nación clandestina, 1989) y ni siquiera en los premiosos documentales asombrosamente depurados del Colectivo Perfil Urbano sobre el surgimiento y desarrollo inicial del primitivo Neozapatismo tres lustros atrás (de Caravana de caravanas, 1994, a Aguascalientes, la patria vive, 1995, y demás) antes de la fundación de los nucleares Caracoles microrregionales del EZLN y la retirada mediática de Marcos hacia principios del milenio (cuyas consecuencias sociopolítico-económico-militares estamos viendo), los lleva hasta sus últimas consecuencias melosas y los atiborra de inoportunos trozos cancioneros en off (Marina Abad y Xavi Turull, del grupo catalán Ojos de Brujo), recurriendo hasta a baladas de Pablo Valero (exmiembro de Santa Sabina), coro infantil del poblado de San José del Río, voz ahora ranchera de Cecilia Toussaint (“Tengo un espinero que encierra mis pensamientos”) e hipercodificados cantos heroicos mal situados de la ya decrépita Revolución Cubana, logrando sin dificultad una banal apariencia de inoportuno videoclip, regenerado y transferido al relato, pero desplazado en su conjunto.
¿Chantaje de la sencillez? ¿Chantaje del supuesto estado de inocencia de los supuestos buenos salvajes chiapanecos en trance de tomar conciencia de ello? ¿Chantaje político bienintencionado y en el fondo inofensivo? Quien tendrá argumental, dramática, epopopéyica e historiográficamente la última palabra en Corazón del tiempo será la fuerza de la realidad emplazada en la violencia, sacudida y siempre amenazada por ésta. Luego de la embestida del Ejército Federal, Sonia se verá orillada, en contra de su terca resolución inicial, a lanzarse, también ella, a la montaña, con su amado (“Nada quiero mío, sólo vos”, le susurraba él, más que convincente). ¿No que no? ¿Y si toda la película no fuera más que un mero vehículo-pretexto involutivo / evolutivo para culminar con la hembra más que hembra siguiendo a su hombre muy hombre adónde sea, cual catrina de pueblo María Félix secundando y escoltando a su fierecillo domado con cananas Pedro Armendáriz en el sublime ridículo neomachista de la aún así bellísima Enamorada de Emilio Fernández (1946)?
Y la justeza del neo-neozapatismo era ante todo una búsqueda combativa de comunicación directa y accesible siempre inasible, una mostrenca conjuración del panfleto narrativo, un muestrario y un compendio y un dechado de buenas intenciones semifallidas (o acertadas a medias, como quiera verse), un amartelamiento cotidiano vuelto historia de amor admirable que no reboza muerte sino alegría sonriente y esperanza autoexcitada, una titubeante tentaleante plástica liricoide a flor de piel (para sustituir a la flotante del valioso referente olvidado supraetnográfico Juan Pérez Jolote de Archibaldo Burns, 1973), un experimento de autogestión social aquí innovador dentro de la infracultura a la luz del sol, un ínfimo pero veraz respaldo insurrecto, un llamado a la solidaridad con la causa pionera de cuyo éxito o fracaso hoy por hoy (según sus creadores) “depende el futuro del país”, un parto de la nueva modernidad indígena aún marcada por la desesperación real y expresiva, un conmovedor caso de Rey Midas Revolucionario al revés, un fuerte oratorio idílico que hace apreciar ideológicamente aun aquello con lo que se puede disentir estéticamente (diríamos invirtiendo una fórmula del historiador argentino César Maranghello), una noveleta-testimonio caída más allá de su función doctrinaria y su poder de alegato original.
La justeza del antisuperheroísmo
Enclenque y flaco casi esquelético pero ostentoso protector de la humanidad, con barba mal afeitada y gafas negras, gabardina larga y gorra de aviador, el presunto superhéroe con apantalladora tarjeta profesional de american psycho Sacro (Julio Bracho) es convocado a una mesa de consejo en la gran urbe violenta de Latinópolis y contratado por el empresario Dominio (Plutarco Haza), explotador presidente de la megacompañía monopólica de comida rápida Ultrasán-dwich para realizar la misión imposible de vencer y exterminar a la Muerte, con lo que Sacro se haría digno del amor de una Bella televisiva a la que aún no conoce personalmente pero que Dominio promete presentarle. Siempre añorando el hallazgo romántico inasequible de una mujer ideal, entra en complicidad con el rechoncho cazador de ángeles Caos (Jorge Zárate) cuyo infamante libro harrypotteresco Todas las netas del planeta le revela los cuatro pasos previos a seguir para enfrentarse a la muerte sin morir en el intento (sacrificar a una virgen para extirpar su corazón y bañarse en su sangre para protección, atrapar a un ángel y con sus alas confeccionar un chaleco antimuerte, hacer con sus ojos las balas mortíferas contra la muerte, moler los huesos del ángel y comérselos para obtener valor y fuerza), y luego lo acompaña en su cometido, mientras rondan asediantes a su alrededor otros personajes excéntricos no menos importantes, como la ubicua TVreportera sexosopelandruja rubia invariablemente bocabajeada y jamás tomada en serio ni amorosa ni laboralmente ni como persona Bella de la Luz (Ludwika Paleta), el colérico empresario explotador de profesión Susión (Ernesto Yáñez) cuyo negocio consiste en hacer inventar ángeles de alquiler con sagradas alas falsas para hacer llegar mensajes al Más Allá a través de moribundos vueltos ángeles mensajeros ad hoc, la exmonja beata Concepción (Talía Marcela) y el taxista paralítico Luciano (Carlos Serrato) en pos de su represiva redención, el atracador malvado Pedro Pablo (Miguel Couturier) irrumpiendo con la maleta del último botín en el regio monasterio de su hermano gemelo idéntico: el cura mediático Pablo Pedro (Miguel Couturier otra vez) que anuncia el fin del mundo por TV, y la joven pareja de enamorados globalifóbicos Susana (Carolina Jaramillo) y Miguel (Jorge Soto), quienes pronto andarán a la ardua aunque copuladora búsqueda de una misteriosamente desaparecida hermana Elena (Leslie Montero), asesinada por los intrépidos Sacro y Caos al pretender ejecutar los preparativos para blindarse antes de arremeter contra la muerte, y en cuyo transcurso han debido recurrir, a la búsqueda de presas célibes, con la proxeneta vendevirginidades Amasia (Jacqueline Voltaire) hasta del travesti Sacha (Julio Lechuga), y al final de los cuales serán víctimas de una peligrosa intoxicación por ingerir polvo de ángel falso e irán a dar al hospital del doctor frankensteiniano (Patricio Castillo), quien, tras la oportuna evasión del superhéroe en pleno rapto de hidalguía desentendida (“Debo cumplir mi misión”), se ensañará con su acompañante, trasplantándole un cerebro de cadáver dañado que no sólo le hará olvidar puntualmente su designio, sino lo dejará idiotizado, monstrificado y vomitante a perpetuidad, para regocijo de la aguerrida defensora a ultranza de la santa muerte Gabriela (Idalmis del Risco) que pretende impedir como sea la consumación de tamaña atrocidad proyectada.
Luego de un fracasado primer enfrentamiento del temerario pero deficiente Sacro con el Luchador Muerte (L. A. Park) más que sorprendido (“¿Quién es este tipo?”) en su ring de entrenamiento campestre, el superhéroe y Dominio modificarán su estrategia, pretendiendo ahora debilitar a la Muerte por exceso de trabajo, para lo cual lanzan ataques terroristas con bombas a siete ciudades del orbe (“Sólo civilizaciones salvajes” sicazo), como preámbulo a la guerra mundial con armas biológicas planeada por Dominio dentro de su doble juego, en realidad allanando el camino para vender masivamente una nueva vacuna antibacterial como salvador antídoto único. Finalmente, el presunto superhéroe Sacro se enfrentará sobre un ring oficial de lucha libre con la Muerte enmascarada y estará a punto de derrotarla, pero desencadenando una caótica persecución apoteótica en la que participarán todos los personajes del filme, incluso el trepanado Caos sacando la lengua al echar tiros con su pistolón al lado de la beata mayor que hace lo propio mostrando una estampita bendita de la Santa Muerte, y cuyo desenlace permitirá que los contendientes heroicos logren el éxito y los villanazos su merecido, coronando la unión victoriosa de Sacro con su Bella por fin hallada, rescatada de los infiernos y conquistada.
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