Adriana Patricia Fook - Conexiones

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Prepará tu corazón, observá a tu alrededor y conectá con tu mundo interior, no te olvides del amor que llevás dentro, fundite en un abrazo real. Conectate con las piedras y las flores del camino de muchas lunas y radiantes soles, que te transportarán a vivencias ilimitadas sin necesidad de soñar. Estarás despierto/a, descubrirás y sabrás que siempre hay una puerta a un mundo fascinante y así poder conectarte con todo lo que te rodea.El libro cuenta la biografía verídica de Adriana (una historia de superación); las conexiones son reales y están adaptadas dentro de las emociones con simpleza e intensidad.

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En el tren, prácticamente habló solo ella. Le contó que había llegado en un barco inglés con solo veintidós años en 1948, con muchos sueños de radicarse en Sudamérica. Para ese entonces, las hermanas mayores ya estaban aquí, y le habían contado que pedían gente de Europa para trabajar. Así, no lo dudó. Después de que su madre había quedado viuda, cuando ella tenía seis años, apenas había ido al colegio, pues tenía que trabajar en el campo para ayudar a los suyos. A eso se le había sumado la desbastadora guerra civil española. Ella era de Galicia, y solo pensaba en tener una vida distinta, era su sueño de libertad. Le contó que no le había sido muy difícil conseguir el pasaje para el barco y que en este había cuatrocientas cincuenta personas de distintas nacionalidades, todos con sus sueños. Fueron veintiún días con muchas ansiedades. Cuando llegaron al puerto de Buenos Aires, ya la habían contratado en una fábrica de alpargatas. Trabajó mucho, pero era feliz. Había tenido mucha suerte, pues la señora Eva Duarte de Perón obsequiaba máquinas de coser a las personas de bajos recursos para dignificar y sustentar a las mujeres. Entonces, le contó la tristeza que había sentido cuando ella murió.

Solo quedaba el recuerdo de las penurias de una vida muy pobre; ahora podía ayudar a su madre y a sus hermanos, era dichosa y agradecida.

Juan Carlos quedo fascinado, pues veía a una persona que, a pesar de su vida de mucho esfuerzo y poca instrucción, se sentía feliz ayudando a su familia.

Él le contó que, en el año que ella había llegado, había podido comprar el terreno donde estaba construyendo la casa y que estaba apasionado con el emprendimiento; su trabajo y su casa le llevaban mucho tiempo. También, que su única familia era Sam y que su madre había fallecido dos años atrás.

Ambos se despidieron con la promesa de que él la invitaría a cenar.

Ella, al ingresar a la casa donde vivía, se apoyó en la puerta de su cuarto, extasiada de emoción. Veía en Juan Carlos a un hombre muy respetuoso de las personas, de las instituciones, un hombre de altos valores con quien, a pesar de su poca cultura, no se sintió discriminada, al contrario, él había sido paciente y calmo. No lo sintió inalcanzable.

Por el otro lado, Juan Carlos quedó fascinado con la personalidad avasallante de María del Carmen. Caminó sonriendo, pensando en su manera de ser tan auténtica. Quería conocer a esa chica…

Y así fue como comenzó a frecuentarla. Ambos se llevaban muy bien, a pesar de las diferentes personalidades. Había algo más que el amor que los enlazaban: tenían mucho sentido del humor y eran muy trabajadores.

Pero pasó algo inesperado: se produjo un bombardeo en Plaza de Mayo, habían querido matar al presidente, Juan D. Perón. María del Carmen se asustó; por suerte, con Sam se acompañaban para darse ánimo.

Juan Carlos estaba acuartelado. Tuvo mucho tiempo de pensar en su vida y en lo que deseaba. Estaba tan asustado como su padre lo había estado muchos años atrás. Se preguntaba si sus días iban a ser tan inciertos. Luego se contentó, pues pensaba que el dolor era una cara de la misma moneda y, cuando saliera de ese encierro, iba a ser feliz pues vería a su amada y a su padre, que le daría empuje para seguir con sus sueños. Había descubierto que la alegría y el dolor son inseparables.

Después de un par de meses, vio a su padre y a su novia, físicamente estaba desmejorado, pero no su valor y entereza.

Durante ese tiempo en soledad, pensó que quería formar una familia. Había encontrado a la mujer de su vida. Sin embargo, esperaron un par de años para establecerse juntos. Aunaron esfuerzos y se hicieron cargo, con unos socios, de un hotel en Constitución. Así, ella podría tener más tiempo de estar con su madre, que había llegado a Buenos Aires no hacía mucho. Pero lo tuvieron que dejar al poco tiempo, ya que todo el trabajo recaía sobre Juan Carlos y aún más sobre María del Carmen, era mucho esfuerzo, pero debían dividir las ganancias entre las dos parejas. Entonces, claudicaron y abandonaron el proyecto del hotel.

Pero ese tropiezo los hizo unirse aún más para proyectar una vida juntos. Sabían que saldrían adelante: se tenían a ellos, y su amor era indestructible.

Felicidad familiar

Juan Carlos y María del Carmen se casaron en una ceremonia sencilla, pero muy emotiva. Y pronto llegaría, para instalarse, el único hermano varón de María del Carmen con su familia. Los esperaban muy ansiosos, sería el último en llegar a la Argentina, ya estaban los cinco hermanos (quedaba solo la menor en España) para acompañar a la madre, que había llegado no hacía mucho y vivía en Avellaneda.

María del Carmen era muy compañera; entre los dos, terminaron de construir su hogar. Juan Carlos, luego de prestar servicios, llegaba a la casa, buscaba su bicicleta y salía para arreglar televisores. Todo era esfuerzo, pues no solo había que comprar los materiales para seguir construyendo, también debían pagar la hipoteca.

Sam estaba feliz por su hijo; él seguía trabajando y, cuando terminaba sus labores, varias veces se quedaba en la casa de él, pues vivía a más de treinta kilómetros de Merlo.

La pareja tuvo dos hijas: a la más grande la llamaron Alicia María, a pesar de que su padre quería ponerle el nombre de su madre, y a la menor, Adriana Patricia. Sus padres las adoraban a ambas, aunque había una predilección de su madre hacia la mayor, pues la pequeña, de niña, era tímida y solitaria y la que siempre esperaba a su padre.

Juan Carlos intuía que necesitaba guiarla más; ella era inteligente, pero no con los cánones preestablecidos. Él sabía que la niña sufriría mucho, pero también que tenía una gran fuerza interna y siempre saldría victoriosa; todo le iba a costar el doble de esfuerzo, pero, a pesar de todo, podría sortear los obstáculos que se le presentasen.

Alicia crecía muy segura de sí misma, era la más formal, obediente y responsable. La pequeña, en cambio, era un estorbo. Creció bajo la sombra de la hermana mayor; en la escuela, en varias ocasiones, las maestras llevaban a Adriana (que era tan introvertida y siempre lloraba) al salón de su hermana para que se calmara, y a Alicia le daba vergüenza la situación.

Alicia tenía una conexión muy cercana con su madre y con su abuelo Sam, en cambio, a Adriana, de pequeña, le gustaba jugar sola cuando su madre descansaba. A ella no le gustaba dormir la siesta y, a esa hora del día, se ponía los zapatos de su madre, buscaba los billetes de su bolso, jugaba en silencio, y luego dejaba todo en su lugar, para que nadie se diese cuenta.

Siempre esperaba a que su padre llegase para jugar con ladrillos de encastre y al tiro al blanco. Y qué decir cuando Juan Carlos le contaba cuentos, a la pequeña le fascinaban, pues viajaba a través de la lectura.

Mientras que su hermana tenía muchas amigas (la mejor de entre ellas era Inés), a Adriana Patricia le costaba ser aceptada, no solo porque era tímida, sino también porque no se adaptaba fácilmente. Las compañeritas la trataban con indiferencia y se reían de ella, hasta que se hizo amiga inseparable de María Gabriela. Ella no tenía hermanas y encontró en Adriana a alguien especial para jugar. María Gabriela tenía muchas amistades, pero había encontrado en Adriana a una niña introvertida, muy tranquila, pacífica, muy dulce, que siempre parecía estar en su isla, una tierra de fantasía donde pocos podían captar su personalidad. Solo María Gabriela había logrado entrar en su mundo, y se divertían mucho juntas. Algunos juegos se basaban en los programas de televisión, además, se disfrazaban; la amiga le decía lo que quería hacer y ambas pensaban cómo lograrlo: se reían mucho juntas.

Inés, la amiga de Alicia, era más traviesa, pero, mientras que María Gabriela y Adriana la seguían, a Alicia no le gustaba que su amiga hiciera travesuras. A veces se quedaba observando, como desconfiada y, tal vez por ser más grande y demasiado seria para su edad, criticaba los juegos, aunque a las amigas no les importaba porque eran muy felices.

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