La vida es tan breve y hay tanto de bueno que hacer que no tengo tiempo para aborrecer.
La vida es tan corta, y tanto hay que servir y ayudar
que no tengo tiempo sino para amar.
Ya no quiero riquezas, ni gloria, ni fama, ni poder para mí:
solo quiero el gozo de amar, y ayudar y servir.
–Gonzalo Báez Camargo
Al renombrado psiquiatra Karl Menninger le preguntaron cierta vez qué debe hacer una persona que se da cuenta de que está a punto de sufrir un colapso nervioso. Por extraña que parezca su respuesta, él no dijo que era necesario consultar a un psiquiatra, sino que aconsejó: “Debe cerrar su casa con llave, ir en busca de alguien que se encuentre necesitado y hacer algo por él”.
De esta manera, mediante una terapia tan sencilla, el experimentado alienista ofrecía un remedio eficaz para la mente enferma. Indicaba así que la vida que se da, la que renuncia al interés egoísta, es la que puede gozar de mejor salud emocional. Si el mundo pudiese despertar a esta gran realidad, cuán rápidamente se reduciría el número de enfermos mentales y espirituales, sin necesidad de tantos somníferos o drogas para llevar reposo al alma atribulada.
Dice un lema cuáquero: “Pasaré por este mundo una sola vez. Si hay una palabra bondadosa que yo pueda pronunciar, si hay alguna buena acción que yo pueda realizar, diga yo esa palabra ahora, haga yo esa acción, pues no pasaré más por aquí”. Somos tan solo pasajeros de tránsito en este mundo. Por lo tanto, ¿no hemos de aprovechar toda ocasión para hacer el bien? Hay oportunidades en la vida que no se repiten jamás. Además, quien cultiva la bondad práctica tonifica su organismo, suaviza su humor, y favorece su salud mental y espiritual.
Hoy, cuando la ciencia médica enaltece así el valor del amor fraterno, cuánto más fácil es comprender las palabras de Jesús: “ Más bienaventurado es dar que recibir ” (Hechos 20:35). “ Amarás a tu prójimo como a ti mismo ” (S. Mateo 22:39). O aquellas otras palabras de San Juan, que dicen: “ El que no ama a su hermano – a su prójimo – permanece en muerte ” (1 S. Juan 3:14).
Si deseamos gozar de una buena salud emocional, si anhelamos tener satisfacciones profundas en nuestro trato con los demás, ¿no hemos de cultivar el amor servicial y desprendido, bebiendo cada día de la Fuente suprema del amor?
Según la actitud que tengamos hacia el prójimo, podemos vivir en tres niveles diferentes. Señalemos primeramente el nivel malvado , que consiste en devolver mal por bien. Esta es la modalidad del mezquino y desagradecido, que no es capaz de mostrarse bueno ni aun con aquellos que le brindan afecto y amistad. Es el alma que siempre está pensando cómo obtener ventaja de los demás y cómo triunfar, aunque sea en perjuicio ajeno.
En segundo lugar, existe el nivel que podríamos llamar humano . ¿En qué consiste esta forma de vida? En devolver mal por mal, o bien por bien. Es decir, obrar con el prójimo del mismo modo en que él procede con nosotros. “Alguien es bueno conmigo; yo soy bueno con él. Pero que no se le ocurra hacerme algún mal, porque le devolveré de la misma manera”.
Aparentemente, esta es una forma justa de obrar. Sin embargo, considerada a la luz de la enseñanza de Cristo, es una actitud errada y egoísta hacia nuestro hermano. Es como decirle: “Yo estaré dispuesto a darte solamente lo bueno que tú me des, ni más ni menos. Pero, si me hieres, lo mismo recibirás de mi mano”. ¿No es ésta la filosofía de vida más común y corriente?
Al respecto, Jesús dijo: “ Si amáis a los que os aman, ¿ qué mérito tenéis? Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿ qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo ” (S. Lucas 6:32, 33). En esta forma de proceder no hay mayor virtud.
El verdadero valor radica en el tercer nivel, que podríamos llamar divino, o cristiano , porque nos mueve a devolver bien por mal. Esta es la modalidad del espíritu generoso, capaz de amar a quien incluso no lo merece. Tal es la enseñanza de Cristo, cuando dijo: “ Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen ” (vers. 27, 28).
¿Estamos viviendo en este elevado nivel de conducta? ¿Cultivamos el amor fraterno aun hacia nuestros enemigos? ¿Tenemos suficiente amor como para perdonar a quienes nos ofenden? ¿Cómo somos en este terreno?
Siempre conviene amar. “El amor nunca se pierde. Si no es correspondido, fluirá hacia atrás y purificará el corazón” (W. Irving).
“A menudo nos dejamos perturbar por pequeñeces que deberíamos despreciar y olvidar. Quizá se muestre ingrato un hombre a quien favorecimos, tal vez se exprese mal de nosotros una mujer en cuya amistad confiábamos, o nos rehúsen una recompensa de la cual nos creíamos merecedores. Estos desengaños, por herirnos en lo más profundo, nos privan del sueño y ponen trabas a nuestra labor. Pero ¿no es absurdo que sea así?
“Por unas pocas docenas de años que vamos a vivir, ¿podríamos malgastar horas valiosas recordando contrariedades que en breve nadie recordará, ni siquiera nosotros mismos? No, no hagamos tal. Consagremos la vida a acciones y sentimientos que valgan la pena, a pensamientos superiores, a afectos sólidos y a empresas duraderas. La vida es muy corta para hacerla pequeña” (André Maurois).
Todo hombre que te busca va a pedirte algo.
El rico aburrido, la amenidad de tu conversación;
el pobre, el dinero;
el triste, un consuelo;
el débil, un estímulo;
el que lucha, una ayuda moral.
Todo hombre que te busca
de seguro va a pedirte algo.
Y tú ¡osas impacientarte!
Y tú ¡osas pensar: “ Qué fastidio”!
¡Infeliz!
¡La ley escondida que reparte misteriosamente las excelencias
se ha dignado otorgarte
el privilegio de los privilegios,
el bien de los bienes,
la prerrogativa de las prerrogativas:
¡Dar!
¡Tú puedes dar!
¡En cuantas horas tiene el día, tú das,
aunque sea una sonrisa,
aunque sea un apretón de manos,
aunque sea una palabra de aliento!
Deberías caer de rodillas ante el Padre y decirle:
“¡Gracias, porque puedo dar, Padre mío!
Nunca más pasará por mi semblante
la sombra de una impaciencia”.
“¡En verdad os digo que más vale dar que recibir!”
–Amado Nervo
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