Contenido
Prólogo: Ana Teresa Torres
I INTRODUCCIÓN
Fin del costumbrismo urbano
Hacia la calle vamos
Sobre este cuarto libro
II MALESTARES CAPITALINOS
Descomposición de la Venezuela saudita
Silueta de la Caracas disco
Crítica al derroche y rescoldos de subversión
De ascensores y ascensos
La jai se divierte
Nuevos pequeños seres
De neones a culebrones
III ENTRE CULTURA Y DESMEMORIA
En busca de lugar en Occidente
Cultura, tierra y deshumanización
Identidad, anticiudad y utopía
Cánceres caraqueños
Claves remotas y contrastes presentes
El pasado no hace falta
IV VIAJES Y MUDANZAS, ERRANCIA Y RETORNO
Crisol de migraciones
Entre San Bernardino y Bello Monte
Intelectuales y cosmopolitas, mayameros y tabaratos
Meandros interioranos
Entre provincias oxidadas y barrios marginales
Destino final
V URBES FRACTURADAS Y VIOLENTAS
Entre el Caracazo y los golpes del 92
Desorden en nuestros vecindarios
Viejos y nuevos azotes
Bodas, misses y telenovelas
Carros, Metro y tráfico
Tras los atributos de ciudad
Voces urbanas de Maricastaña
Modernización trunca, desmemoria y exclusión
Ciudadanías mediáticas e intertextuales
Desde arriba y desde abajo
VI HACIA LA CARACAS ROJA
Hijos de la tormenta
Ruralismo y resentimiento, clientelismo y rojez
Ante el tiempo furioso
VII BIBLIOGRAFÍA
Obras de referencia y sitios web
Fuentes primarias
Bibliografía de apoyo
NOTAS
CRÉDITOS
La ciudad en el imaginario venezolano
IV: Del Viernes Negro a la Caracas roja
Arturo Almandoz Marte
ARTURO ALMANDOZ MARTE
(Caracas, 1960).
Ensayista y cronista. Urbanista por la Universidad Simón Bolívar, Magíster en Filosofía (USB), PhD en Vivienda y Urbanismo (Architectural Association, Open University, Londres), posdoctorado por el Centro de Investigaciones Posdoctorales (Cipost, Universidad Central de Venezuela). Profesor Titular jubilado de la Universidad Simón Bolívar (Caracas) y Titular Adjunto de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Ha sido profesor invitado en varias universidades de Latinoamérica y Europa. Además de artículos en revistas, obras colectivas y enciclopedias, es autor o editor de más de 20 libros, algunos de los cuales han obtenido importantes galardones nacionales e internacionales. Entre sus títulos destacan Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940) (1997 y 2006); L a ciudad en el imaginario venezolano, I (2002 y 2009), II (2004) y III (2009); Planning Latin America’s Capital Cities, 1850-1950 (editor, 2002 y 2010); Entre libros de historia urbana (2008); Crónicas desde San Bernardino (2011); Caracas, de la metrópoli súbita a la meca roja (editor, 2012); Regreso de las metrópolis (2013); Modernización urbana en América Latina. De las grandes aldeas a las metrópolis masificadas (2013 y 2017); Modernization, Urbanization and Development in Latin America, 1900s-2000s (2015 y 2017). Ha sido asesor de la exposición «The Metropolis in Latin America, 1830-1930» (Getty Research Institute, Los Ángeles, 2016-2018).
VUELVE ARTURO ALMANDOZ a su gran tema, La ciudad en el imaginario venezolano , del que he sido seguidora fiel desde que leí el primer volumen De los tiempos de Maricastaña a la masificación de los techos rojos (2002); continuando con De 1936 a los pequeños seres (2004), y De 1958 a la metrópoli parroquiana (2009), hasta este cuarto –y confiadamente espero que no último–, también signado por la rojez, Del Viernes Negro a la Caracas roja , pasando por algunos caminos colaterales: Urbanismo europeo de Caracas (1870-1940) (2006) y Crónicas desde San Bernardino (2011). Son muchos años los que este urbanista y escritor (¿o al revés?) ha dedicado al asunto, en medio de una vasta obra especializada. Sus libros me proponen siempre la misma pregunta, ¿hay algo que no haya leído Almandoz en cuanto al imaginario de la ciudad desplegado en la literatura venezolana? Seguramente, pero cuando creo estar a punto de reconocer un vacío se completa páginas después, y es que trabaja con la parsimonia y la prolijidad del investigador para quien todo puede ser de interés para ampliar, circundar, iluminar el objeto propuesto, y así, con una prosa detallada (y elegante) va poco a poco penetrando en los terrenos que ha decidido urbanizar literariamente. Los nombres de ensayistas, novelistas, cuentistas y cronistas saltan entre las páginas componiendo el retablo de la escritura venezolana del último tercio del siglo XX, pero no a modo de panorama o de recuento sino de voces que hablan desde la ciudad, y asimismo la ciudad –la polis, podría decirse– habla desde ellos. No es un crítico literario reescribiendo la literatura venezolana, ni un experto en ciudades describiendo a Caracas, ni un historiador recontando los tramos de nuestro pasado, ni un sociólogo estudiando la venezolanidad. Es la labor de entretejido la que verdaderamente cuenta aquí. Almandoz se coloca en ese mirador de varios caminos desde el cual interrogar el imaginario venezolano –concepto que a mí personalmente me apasiona, pero que no trae consigo definición fácil y desde luego no me propongo explicar.
El período histórico considerado comienza en 1983, cuando el 18 de febrero, fecha conocida como «viernes negro», se decretó la devaluación de la moneda, cuya estabilidad había sido un signo de la economía venezolana desde las primeras décadas del siglo XX. Esa devaluación no era solo monetaria, hería también una de las narrativas esenciales del imaginario venezolano: somos ricos y siempre lo seremos porque el petróleo lo garantiza. Varias generaciones crecimos en esa creencia que de alguna manera los modos del progreso urbano y de la reciente democracia corroboraban. Venezuela era el país más moderno de la región; sus autopistas, sus puentes, sus represas y universidades estaban allí para asegurarlo. Era, además, el país con la democracia más confiable y la mayor movilidad social de América Latina, quedan las cifras para demostrarlo; de allí que la devaluación del bolívar no era un mero trámite cambiario, interrogaba nuestra identidad y nuestro futuro. La noción de que Venezuela avanzaba hacia la superación del subdesarrollo, para muchos quedó destrozada un viernes por la tarde. Sin embargo, el optimismo democrático del que estoy hablando venía siendo contradicho por voces muy disímiles entre sí, políticamente antagónicas en ocasiones, pero concordantes en su descreimiento. La primera que el autor nos trae a la palestra es la de Rafael Caldera en Reflexiones de La Rábida (1976). Allí sugería el debilitamiento de la fe en el sistema democrático y la insuficiencia de los mecanismos de participación de las masas, signos en los que presentía la búsqueda de fórmulas políticas más directas y quizás autoritarias (como, en efecto, ocurrió). Le sucedería en la presidencia Carlos Andrés Pérez, protagonista principal de la Gran Venezuela, y entonces la crítica novelada de la descomposición de la también llamada Venezuela saudita no se hizo esperar. La Caracas disco de los años setenta se convirtió en el blanco de los ataques. Desde Miguel Otero Silva, en la denuncia de los contrastes de la marginalidad, el ascenso social y la riqueza que representaban los tres Victorinos de
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