Arturo Almandoz Marte - La ciudad en el imaginario venezolano

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La ciudad en el imaginario venezolano: краткое содержание, описание и аннотация

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"Son muchos años los que este urbanista y escritor (¿o al revés?) ha dedicado al asunto, en medio de una vasta obra especializada. Sus libros me proponen siempre la misma pregunta, ¿hay algo que no haya leído Almandoz en cuanto al imaginario de la ciudad desplegado en la literatura venezolana? Seguramente, pero cuando creo estar a punto de reconocer un vacío se completa páginas después, y es que trabaja con la parsimonia y la prolijidad del investigador para quien todo puede ser de interés para ampliar, circundar, iluminar el objeto propuesto, y así, con una prosa detallada (y elegante) va poco a poco penetrando en los terrenos que ha decidido urbanizar literariamente. Los nombres de ensayistas, novelistas, cuentistas y cronistas saltan entre las páginas componiendo el retablo de la escritura venezolana del último tercio del siglo XX, pero no a modo de panorama o de recuento sino de voces que hablan desde la ciudad, y asimismo la ciudad –la polis, podría decirse– habla desde ellos. No es un crítico literario reescribiendo la literatura venezolana, ni un experto en ciudades describiendo a Caracas, ni un historiador recontando los tramos de nuestro pasado, ni un sociólogo estudiando la venezolanidad. Es la labor de entretejido la que verdaderamente cuenta aquí. Almandoz se coloca en ese mirador de varios caminos desde el cual interrogar el imaginario venezolano…"
ANA TERESA TORRES

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2. Junto a los resabios sobre el olvidado humanismo y el creciente nihilismo entre los escritores venezolanos del fin de siglo, los cuales podrían pensarse más asociados con el ensayo, también en el dominio narrativo había una posición literaria diferente, la cual contraponía Liscano en términos generacionales y culturales. Como llevando al terreno de la ficción su tesis sobre el humanismo eclipsado del intelectual secular, al comentar con admiración la obra narrativa de grandes nombres de los años setenta y ochenta, como Ednodio Quintero, José Balza y Luis Barrera Linares, entre otros, resintió empero el autor de Panorama de la literatura venezolana actual :

A diferencia de mi generación y de las que le precedieron, carentes de verdadera formación profesional literaria, las actuales dominan técnica, métodos críticos, lecturas, procedimientos, estilos, lenguajes pero carecen, casi siempre, de un cuerpo de ideas que otorgue a la obra un sentido metaliterario. Son dueños de la técnica, pero no de las ideas monumentales de los narradores del siglo XIX, desde Tolstoi y Dostoievski, Balzac y Flaubert, Dickens y Kipling, hasta Melville, Henri [sic] James, Conrad, Thomas Mann, Hermann Hesse, André Malraux, D. H. Lawrence, Kafka, Aldous Huxley…[8]

Es discutible esa falta de sentido metaliterario, como la llamara don Juan, en los casos de académicos arriba mencionados, como Balza, Barrera y Quintero, cuyas obras ensayísticas y fictivas demuestran su familiaridad con esos clásicos universales; no solo en el caso de Balza, con estudios sobre Proust y otros autores trabajados a lo largo de su carrera docente, sino también en el de Quintero, quien no obstante venir de la ingeniería, ha enseñado literatura y reconocido influencias diversas en su propia obra, desde Hesse y Cortázar en la etapa juvenil, hasta Flaubert y los japoneses en la madurez.[9] A pesar de ello, creo que resulta válida la actualización planteada por Liscano en lo concerniente a la relación entre generalismo y especialización del narrador, la cual ya ha sido abordada en libros anteriores de esta investigación a propósito del ensayo.[10] Ese manejo profesional de las técnicas narrativas por parte del novelista, debido a su propia formación académica y crítica, va a ser uno de los rasgos del corpus de obras a revisar en este cuarto libro de la investigación; algunas de ellas han sido escritas por especialistas en literatura, haciendo que éstos puedan aparecer aquí referidos en la doble condición de novelista y crítico.

3. Otra cuestión que pudiera aducirse como parte de una característica generacional es el modo de entender el tema urbano en tanto algo diferenciado de la realidad natural del escritor. Sabemos que la «temática urbana» no le interesaba a don Juan, a diferencia de «la agrarista tradicional o bien la fantástica», tal como confesaría él mismo al comentar la obra de Alberto Jiménez Ure, cuentista novel del fin de siglo.[11] Pero más que ese desinterés propio de un hombre nacido en la todavía rural Venezuela gomecista, quien había dedicado buena parte de su obra ensayística a la cultura popular y la relación con la tierra, resulta significativa su crítica a lo que él llamara el «costumbrismo urbano» de la generación posterior a Los pequeños seres (1959).

Negar el costumbrismo decimonónico y la narrativa agraria para caer en un costumbrismo urbano (el barrio, el malandro, la clase media empobrecida, la jerga, etc.) no significa superación creativa alguna. Y es lo que guía a algunos narradores jóvenes. Por supuesto no cabe incluir la creación de Salvador Garmendia en esta observación, porque su obra aunque se afinque en la realidad popular del barrio, contiene elementos trascendentales de penetración en las conductas humanas alienadas, distorsionadas por el envolvente y exasperante ambiente urbano de los pequeños seres . De todos modos, hay un riesgo en querer ser demasiado fiel al tema de la vida en los barrios de la ciudad.[12]

Sin embargo, la del costumbrismo urbano no ha sido cuestión planteada tan solo por un autor con la perspectiva generacional de Liscano, sino también por críticos más jóvenes como Julio Ortega. Justamente en conferencia dictada en Caracas en 1993 sobre las voces de la ciudad posmoderna, el profesor peruano advirtió que «el registro de esas voces pasa todavía por un anacronismo bastante empobrecedor: el costumbrismo, el criollismo, el pintoresquismo literario»; ello ha llevado a escritores jóvenes a creer que «dar cuenta de la intimidad urbana es reproducir esas voces desde el paradigma costumbista, esto es, desde una reproducción que se quiere fiel pero que es estereotípica, que pretende ser astuta y humorística pero que es denigratoria y empobrecedora».[13]

Actuando como crítico literario, además de poeta, Harry Almela también cuestionó la asociación establecida por la narrativa venezolana entre modernidad, experimentalidad formal y ciudad a partir de la novelística de Guillermo Meneses, con la cual se habría pretendido contraponer y superar el regionalismo a lo Rómulo Gallegos:

La pasión que despierta El falso cuaderno viene de allí, de su capacidad de convertirse en texto que reflexiona sobre la escritura, creando con su entretejido experimental y autorreferencial una cáscara de cierto espesor que protege al texto de la realidad y de la vida misma. Al fin, la narrativa venezolana abandona su pasión costumbrista y criollista, acercándose a los prestigios de la narrativa occidental y contemporánea. Como si el costumbrismo y el criollismo sean propiedad exclusiva de la falsa contradicción campo/ ciudad. Como si al [sic] hablar de la ciudad, aún en clave experimental, no sea otra forma de costumbrismo.[14]

Almela cuestionó así las categorías de costumbrismo y criollismo, que remiten a la dicotomía entre campo y ciudad todavía presente en los estudios culturales de mediados del siglo XX, pero desdibujada ya en el medio venezolano de fin de siglo, así como en el dominio conceptual y teórico del urbanismo.[15] Si bien este planteamiento demanda, desde la perspectiva sociológica y geográfica, referencias que esperamos ir desarrollando a lo largo de este libro, es relevante desde ahora el cuestionamiento de Almela a esa «ciudad letrada moderna» que «supo rematar su tarea, imponiendo un canon estético que dura hasta los ochenta en la poesía y hasta los noventa en la narrativa».[16]

Más que por haber sufrido ese costumbrismo urbano un agotamiento temático y lingüístico, como advirtiera Ortega, creo que una de las particularidades narrativas del fin de siglo estriba en que, sobre todo para generaciones venezolanas posteriores a 1958, lo urbano no era un tema entre otros, sino una irrenunciable condición o talante del escritor, como se desprende del planteamiento de Almela. Es un talante ensayístico o narrativo –para recordar los dos géneros entrecruzados en esta investigación– correspondiente con una concepción de la ciudad en tanto mundo existencial; ello sobre todo en un país que, con 83 por ciento de población urbana para 1981, completó su ciclo de urbanización demográfica en menos de cincuenta años.[17] Esa urbanización atropellada pero irreversible, con mucho del campamento petrolero que la hizo cundir, está en la base de las deformidades que autores como Uslar y Liscano, seguidos de otros más jóvenes, continuarían endilgando a las metrópolis venezolanas, tal como veremos más adelante. Por todo ello, más que por agotamiento del ciclo temático iniciado con la novela seminal de Garmendia, es en el sentido existencial del escritor de la Venezuela urbanizada, aunque fuera a empellones, como debemos ahora revisar ese supuesto fin del costumbrismo urbano.

Hacia la calle vamos

Venimos de la noche y hacia la calle vamos…

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