—Puedo ir siempre que quiera, lo sé, pero mi trabajo está aquí.
Se lo quedó mirando pensando en que ser taxista en Marraquech no era un trabajo de demasiada responsabilidad. Además, también podría hacerlo en París. No obstante, se abstuvo de añadir nada más al respecto, no quería oír más mentiras. Después de un silencio un poco incómodo, inquirió de sopetón.
—Bien, dime, ¿qué tengo que hacer para irme de aquí?
Hasan se sobresaltó al oír una pregunta tan directa. En realidad, no pensaba en que ella volviera a tocar el tema de la discoteca tan pronto.
— ¡Ah! ¿Pero estás decidida a irte?
— ¿Para qué crees que hemos quedado aquí? ¿Para jugar a las cartas? Necesito saber de qué se trata, si no, no puedo pensar en cómo resolverlo.
—Claro, pero no te precipites. Antes debemos conocernos mejor. No puedo hablar de mis contactos con la primera que conozco.
Empezaron a hablar sobre ellos mismos, pero poco podía contar de su familia. Aparte de su abuela, al resto no la conocía. Por no saber, no sabía ni dónde estaban sus padres ni si vivían juntos o separados. Creía que estaban en el extranjero. ¿Por qué, si no, no se veían? Que ella supiera no tenía hermanos, ni hermanas, ni tíos, ni otros parientes, nadie en absoluto.
—Y… ¿no te extraña que en un país tan gregario como el nuestro, en que las familias siempre viven juntas y se ayudan unas a otras, tú no tengas a nadie más? ¿Me engañas, o es que no quieres que sepa nada de ti? —al final Hasan había vuelto a la conversación que buscaba en un principio.
Ilhem pensó en las dudas que siempre la habían acompañado. ¿Por qué estaban solas, ella y su abuela? En todos los años de su vida de adulta, una de sus redundantes obsesiones era el hecho de no saber nada de sus padres. La realidad era que su abuela nunca le había respondido con claridad sus constantes preguntas sobre la falta de contacto con sus progenitores Y el dinero que recibían.
¿Cuál era el motivo de la falta de respuestas a sus demandas? ¿Qué ocultaba la aparente falta de interés de su abuela en las cuestiones relativas a su familia? ¿Había algún extraño motivo para ocultar su origen? Todos estos interrogantes se amontonaban en su mente desde hacía mucho tiempo.
Era verdad que hasta el momento había tenido suficiente con su abuela, pero ahora, después del interrogatorio de Hasan, ya que es lo que le parecía la conversación, estaba decidida a hablar con su abuela. Le costara lo que costara, sabría la verdad sobre lo que parecía un oculto segmento de su existencia.
—No, es verdad. No sé nada de mi familia. Cada vez que quiero hablar de mis padres, mi madre, bueno, en realidad es mi abuela aunque la llame “mamá”, me responde con evasivas.
— ¿No tienes más familiares?
—No, mi abuela es quien me ha criado y me cuida.
— ¿Y el dinero, de dónde lo obtenéis?
—No lo sé. Dice que lo envía mi padre, pero no sé desde dónde, cuándo ni cuánto. Vivimos bien. Que yo sepa, no tenemos problemas económicos.
— ¿Y no te gustaría saber más de todo esto? —preguntó Hasan extrañado.
Tantas preguntas sin respuesta la empezaron a incomodar. En realidad, no sabía nada, no sólo de su familia, sino tampoco de ella misma. Su carta de identidad le decía todo lo necesario, ¿pero, era cierto? De repente le sobrevino, cual explosión, la idea de que tal vez toda su vida fuera una farsa. Sintió un escalofrío y quiso apartar todas estas cuestiones de su cabeza.
— ¿Por qué te intereso tanto? ¿Qué tengo yo de especial? Creía que ambos teníamos que conocernos mejor. ¿Por qué no hablamos un poco de ti? Solamente me interpelas a mí. ¿Para ti no hay preguntas? Quiero saber cosas de ti, quid pro quo.
—Vaya, veo que eres muy culta o ¿es que me quieres impresionar con tu latín?
—Bueno, mucha gente sabe lo que significa. No soy la única, tú también lo sabes. ¿Qué te parece, lo practicamos o no?
Hasan pareció tomarse un tiempo para reflexionar, pero al final accedió.
—Pregunta, pues.
— ¿Vives solo o con alguien?
—Vivo solo, pero algunas veces tengo visitas —dijo con un tono picaresco en la voz.
Ella hizo como si no lo hubiera percibido.
—Ahora, yo. ¿Cómo es que nunca te has preocupado por saber más de tu familia?
Ilhem se molestó por la escueta respuesta y por su rapidez en retomar el tema que ella quería evitar.
— ¿Y Vives en Marraquech haciendo de taxista?
—Sí, vivo aquí y trabajo como taxista —respondió con una sonrisa—. Cuando sepas algo de tu familia lo podemos cotejar con lo que creo puedo saber yo.
— ¿Y qué crees que puedes saber tú de mis padres? —preguntó sorprendida.
—Tú infórmate. Pregunta a tu abuela por ellos y cuando sepas algo, algo de verdad, me llamas y hablamos.
—Pero ¿qué? —balbuceó Ilhem—. ¿Qué diablos tienen que ver mis padres con esto? ¿Por qué no acabamos de hablar? ¿Por qué no me has dicho nada de ti?
Pero Hasan ya se había levantado para pagar la consumición e irse, no sin despedirse con la mano.
—Recuerda, ¡cuando sepas algo me llamas! —y desapareció dejándola boquiabierta.
Ilhem se quedó allí plantada, sola. Fue para hablar de cómo salir de Marruecos pero Hasan sólo estaba interesado en su familia. ¿Por qué? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Qué tenían de especial para que un taxista se interesara tanto por ellos? ¿Quién era él? ¿Era algo más que taxista?
La curiosidad por sus padres nunca había sido tan acuciante como ahora. ¿Qué podían estar haciendo para enviarles tanto dinero? Salió a la carrera de Dar Mimounn, cogió un taxi y se fue directa a casa para hablar con su abuela, estaba decidida a interrogarla hasta saber toda la verdad. Y esta vez no pararía hasta despejar sus dudas.
Pero llegó demasiado enojada para hablar con ella, así que fue a su habitación a ordenar sus dudas y no salió hasta media hora después, dispuesta a averiguar todo lo que necesitaba saber sobre su familia. Fue tranquilamente a la cocina y se sentó al lado de su abuela, que se encontraba remendando unos trapos.
—Mamá, necesito saberlo todo —le dijo gravemente.
— ¿De qué estás hablando? —la miró con expresión de sorpresa.
—De mis padres.
— No hay nada que saber, Ilhem. Cuando vengan tus padres te lo explicarán todo.
Ilhem percibió un deje inquieto en la frase.
—Mamá, te quiero mucho, eres toda mi vida, pero por una vez deseo que me respondas con sinceridad y franqueza. Tengo veintitrés años, una licenciatura, hablo cuatro lenguas, y creo que no soy tonta, ¿no? O sea que, haz el favor de dejar de jugar conmigo y respóndeme con la verdad, sin más engaños. ¿Dónde están mis padres? ¿Qué hacen? ¿Tienen problemas y por eso no pueden regresar? ¿Por qué no vienen a buscarme? … El dinero con el que vivimos, ¿de dónde sale?
Soltó las preguntas seguidas, sin respirar y para no dar tiempo a la mujer a pensar unas respuestas coherentes pero inventadas.
—No sé…, no puedo…, no creo… —balbuceó su abuela sin mucha convicción.
—Quiero que me des respuestas de una vez. No más evasivas y responde, por favor, a mis demandas.
La mujer vio que estaba absolutamente dispuesta a saber la verdad y comprendió que esta vez no habría escapatoria. Sin embargo, ya tenía preparadas las respuestas, siempre había sabido que tarde o temprano tendría que responder a su curiosidad.
—Ilhem, en el momento en que te responda nada volverá a ser igual. Pero, por favor, escucha con atención y después tú misma decide. Ven, siéntate a mi lado y perdóname de antemano por lo que te voy a contar.
Empezó a hablar con voz monótona, como si recitara un guion aprendido muchos años antes y repetido una y otra vez, para no ser olvidado.
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