—Espere un momento, monsieur Larbi, el Prefecto lo atenderá enseguida.
A la media hora salió un hombre uniformado y seguidamente el secretario le hizo entrar.
—¿Qué tal, Larbi? ¡Cuánto tiempo sin verte! —Se levantó y, rodeando el despacho, le abrazó familiarmente—. ¿Qué te trae por París? Las últimas noticias que tuve de ti fueron que estabas en Marsella. Ven, siéntate, por favor. ¿Cómo te trata Francia? No muy bien, ¿no?
—Bueno, tampoco nos ha tratado tan mal, pero esperábamos más, la verdad. Hemos tenido un niño, aunque creo que ya lo sabes. Y tú, ¿cómo estás? ¿Y Amelie y los niños? Salúdalos de mi parte.
—Todos muy bien, gracias. Les pasaré tus saludos. Sí, me enteré hace algún tiempo que habías tenido un hijo. Pero dime, ¿qué hay de nuevo?
Estuvieron hablando de temas variados, los problemas que tenía Francia con los refugiados argelinos y migrantes que empezaban a llegar, el escándalo de la desaparición de un exiliado marroquí, en el que aparecían implicados los servicios secretos franceses y marroquíes…Larbi esperaba encontrar la oportunidad para hablar de su idea, hasta que en un momento de silencio aprovechó y le expuso su proyecto.
—He estado pensando en cómo podría mejorar mi situación y a la vez ayudar a Francia, como hice en Argelia. Podría hacer de infiltrado en las mezquitas o de informador de los movimientos radicales en todo el mundo musulmán, cada vez hay más extremistas. Muchos argelinos no están nada contentos con la ayuda estatal y quieren organizar protestas y huelgas, yo soy uno de ellos, en apariencia, pero de corazón francés. Además, sigo teniendo contactos en Argel, tal vez pudiera beneficiar en lo posible a mi patria.
El Prefecto se quedó un rato pensativo. Estaba informado del problema presentado por la desaparición del famoso exiliado marroquí hacía poco tiempo, los periódicos lo habían investigado por la más que posible implicación del gobierno francés y hacían todas las especulaciones posibles sobre el resultado del juicio, que se celebraría pronto. Sabía también lo que pasaba con los argelinos refugiados y los musulmanes que estaban llegando como migrantes de otras partes del mundo. Aquella era una idea que ya tenía pensada, pero no podía fiarse de nadie, había perdido todos los contactos de su vida en Argel. Larbi ahora le ofrecía la oportunidad en bandeja de plata.
—Bien, ya había pensado en algo parecido pero lo deseché por no tener a nadie de confianza, déjame reflexionarlo y consultarlo. Te llamaré. Tendría que ser un secreto absoluto si lo hacemos, como infiltrado tu vida correrá peligro. Dale a mi secretario tu teléfono para poder llamarte. Dale saludos a Françoise, por favor. A ver si nos vemos cualquier día de estos, podríamos cenar juntos un fin de semana.
Larbi salió muy complacido, se percató del interés que tenía por el tema y creyó que era fundamental para él. No le preocupaba el riesgo, se había jugado la vida muchas veces en la guerra de Argelia, lo que quería es dar un futuro a su esposa y a su hijo. Françoise fue profesora en Argel, sin embargo, actualmente no trabajaba para cuidar al niño hasta que pudiera ir a la guardería.
En la primera cena informal de las dos familias, Michel le dio la noticia de que su petición había sido aceptada. Ahora, tenían que dar forma a su trabajo. Al cabo de los años, su misión funcionó muy bien. Vivían en París en un buen barrio, el duodécimo XIIº arrondissement17. Y aunque iba de paisano y actuaba como agente de la Sûrete Francaise, Larbi no constaba cómo tal.
Tenía una tapadera perfecta para poder desenvolverse sin alertar a nadie, trabajaba en el ayuntamiento de mediador de la comunidad musulmana de París. La totalidad de los problemas, relaciones, contiendas y cualquier otro tipo de problema pasaba por él, conocía a todos los delincuentes y a los que habían tenido algún contratiempo con la justicia. También a la gente buena, los creyentes, los imanes y los radicalizados o de posible radicalización. En general estaba bien considerado, no podían sospechar de él como un colaborador de los servicios secretos de extranjería franceses.
Su esposa había sido colocada de profesora en un colegio privado con un sueldo alto, lo que les permitía, a los ojos de la comunidad argelina, poder vivir en aquel barrio. Percibían pues un salario elevado y la cantidad que necesitaran de los fondos reservados. A Larbi le gustaba el trabajo pero se sentía intranquilo, inseguro, todo contacto lo hacía siempre a través del Prefecto y Françoise le insistía con frecuencia, ¿y si a Michel le pasa algo? ¿Cómo vamos a quedar nosotros? En una de las entrevistas que tenía periódicamente con él, se lo preguntó.
—¿No hay nadie que sepa de mí, Michel? Si a ti te pasara algo, ¿cómo quedaría yo? ¿A quién tendría que detallar mi trabajo?
—No te preocupes, formas parte de los fondos reservados y de los secretos de estado. Estás todo lo legal que se puede estar sin estar en ningún lugar público, no podemos permitir que haya alguna filtración. Te daré un nombre para que acudas a él si yo tuviera algún problema y él te daría a su vez otro contacto, por si a él también le sucediera algo18.
Los años fueron pasando, el niño creció y se hizo un chico fuerte y listo, estudiaba lo justo, pero era inteligente y aprobaba los exámenes sin problema. Aprendió español e inglés, destacaba por su facilidad con los idiomas. No tenía ningún rasgo argelino, su aspecto era europeo como el de su madre y todo su mundo se desarrollaba en Francia, sólo cuando hablaba árabe su acento recordaba su origen. No le gustaba mucho la escuela, no obstante, al acabar el “Bac” quiso continuar con la instrucción superior. Acabada la licenciatura de Estudios Sociales, su padre intentó ayudarle en lo posible a encontrar un buen trabajo.
—Podemos ir a ver a Michel, igual te puede ayudar. ¿Te gustaría ser policía?
—No, papá, pero agente secreto como James Bond, sí.
Larbi se rio de la ocurrencia de su hijo y llamó al secretario pidiéndole cita para una entrevista.
El resultado fue inmejorable, le gustó el talante de aquel joven despierto e inteligente que le recordaba mucho al de su padre de joven, en Argelia. Parecía no tener miedo a nada. Aunque no tenía claro su futuro, pensó.
—Mira, todo lo que vamos a hablar aquí será estrictamente confidencial. Si no te interesa, no le podrás decir a nadie nada de lo que hayamos hablado o pasarás muchos años en la cárcel acusado de alta traición. ¿Continuamos o prefieres dejarlo correr ya? —le dijo muy serio para que se diera cuenta de que no era un juego.
—Sí. De acuerdo, secreto de estado. Lo tendré en cuenta.
—Vamos a probarte —espetó—, hace unos años que se creó la DGSE, la Dirección General de Seguridad Exterior. Soy amigo íntimo de Jacques, al que recientemente han hecho director de esta sección. Se cuida de los agentes y operaciones que tengan que ver con la seguridad exterior de nuestro país. Reemplazó al Servicio de Documentación Exterior y Contra Espionaje (SDECE) que había anteriormente y necesitan regularmente gente nueva. Tendrás que presentarte en la sede del CAT19, en 141 Boulevard Mortier, que está en el 20° arrondissement. Voy a hablar con él para que te conozca y decida si le puedes interesar. Te llamará mi secretario y te dará la fecha y hora. Recuerda, no debes decir nada a nadie. Tu padre lo sabe muy bien. Nos veremos dentro de un tiempo. Recuerdos a tu madre.
Se despidieron y salieron a la calle de un París resplandeciente, daba la sensación de que el sol los saludaba y los felicitaba por el resultado de la entrevista.
—No cantes victoria aún, te veo muy satisfecho pero hasta que no tengas las entrevistas definitivas, no puedes pensar en haber ganado nada.
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