—Mamá —carraspeó—, te engañé la otra noche cuando te dije que había salido con unas amigas. Sí, no pongas mala cara. Ya sabes que yo nunca miento pero creí que era mejor para ti no saberlo. Salí sola y fui a bailar un rato. Conoces mis ganas por salir de aquí y pensé que tal vez, en un ambiente más libre como la discoteca de un hotel, encontraría algún tipo de solución.
Su abuela vio claramente cuál era el tipo de solución que buscaba.
—Pero, Ilhem, ¡no ves que a esos sitios sólo van chicas a prostituirse y ganar cuatro dírhams para sobrevivir! Por cada chica que tiene la suerte de salir con un europeo, hay cien que quedan estigmatizadas el resto de su vida. No hubieras debido hacerlo.
—Ahora lo comprendo, mamá —le dijo—. Pero es que estoy tan obsesionada con irme, que cualquier solución me parecería buena. El caso es que conocí a un taxista joven que me acompañó a la discoteca y estuvo conmigo toda la noche bailando y hablando. Al día siguiente, cuando nos volvimos a ver, se pasó toda la conversación intentando saber todo lo posible sobre mis padres.
—O sea, que no me mentiste sólo una vez, sino dos. ¿Cuándo le volviste a ver?
—No te mentí mamá, sólo que no te dije dónde iba. Al día siguiente, cuando te dije que salía a que me diera el aire, le llamé y quedamos en vernos en Dar-Mimounn aquella tarde. El caso es —continuó dónde lo había dejado antes de que su abuela la interrumpiera— que este taxista se llama Hasan, al menos eso dijo, y me comentó que conoce una manera de salir de aquí, pero que es muy peligrosa. Me habló de la yihad. Aunque aseguró no ser terrorista, ni mucho menos, debido a su trabajo tenía muchos contactos y quizás alguno podría ayudarme. Sin embargo, me llamó la atención su gran interés por mis padres. De hecho, se despidió diciéndome que cuando supiera más de ellos, le llamara. No sé qué pensar. Pero yo quiero irme de este país que cada vez me gusta menos, y me gustaría hacerlo sin tener que pasar por la emigración clandestina.
Afraa escuchaba cada vez más preocupada. Veía en la determinación de la chica una voluntad irrefrenable que la podría arrastrar a tener que afrontar toda clase de peligros. Y ello no le gustaba en absoluto. Quedó en silencio unos instantes, hasta que dijo en tono grave:
—Escúchame bien, Ilhem, estás jugando con fuego. No sabes quién es ese tal Hasan. Si te insistió tanto en saber de tus padres, es por algún motivo. Seguro que de taxista tiene poco, sino por qué tanto interés en ellos, ¿qué le importan los padres de alguien que acaba de conocer? Deberías enterarte de su verdadero nombre y averiguar todo lo posible sobre él. Tendrías que intentar mentirle para averiguar si sabe más cosas de las que dice. Hay que saber dónde pisamos, el terreno puede ser muy resbaladizo y peligroso.
Le gustó que hablara en plural, quería decir que se había involucrado. Y ahora que ya sabía quién era realmente, el tenerla a su favor podría ayudarle mucho. Se alegró de haberle contado la verdad.
—Hablaré con él e indagaré a base de mentiras y medias verdades. Le comentaré que tuvieron no sé qué problema y se fueron al extranjero. Y que de momento no pueden venir. Y a ver por dónde sale él.
—Bien, me parece correcto. Pero vigila mucho y si no lo ves claro, retírate —apostilló.
Aparcaron la conversación durante algunos días. Ilhem los pasó entretenida buscando una beca para estudiar un máster, sus notas eran muy buenas y estaba segura de que lo conseguiría. Aunque, en realidad, su cabeza no estaba por la labor y rumiaba constantemente sobre Hasan y su salida del país. Paralelamente, había mandado varios currículums a empresas extranjeras.
Una de las compañías textiles de la zona franca de Tánger, la alemana “Textilgesellschaft von Süddeutschland”, con una sucursal para el montaje y costura de sus prendas, le llamó para una entrevista. E Ilhem ni se lo pensó. Preparó una pequeña maleta con varias prendas, traje chaqueta incluido, que le daba un toque serio de responsabilidad, y cogió el tren con destino a Tánger.
Sin embargo, tras un viaje de varias horas y un transbordo en Casablanca, llegó a la ciudad cansada y con el traje arrugado. En los lavabos de la estación, se arregló como pudo y fue directa a la entrevista.
La recibió la Directora de Recursos Humanos en un despacho sobrio pero elegante. La entrevista se efectuó en francés. No obstante, estaban interesados en gente que hablara también español y, sobre todo, alemán. Ilhem hablaba y leía sin problemas este último idioma, aunque le faltaba práctica al escribirlo. Sin embargo, nunca aprendió español. Eligió aprender inglés porque pensaba que tenía más futuro como business lenguage.
Se citaron al día siguiente para reunirse con el director de la sucursal y tener una entrevista con la psicóloga. Salió contenta de la empresa pero un poco desanimada por el hecho de que la quisieran para trabajar en el mismo Tánger, ya se había montado mentalmente la idea de que la precisaban para ser trasladada a Alemania.
Fue directamente a un hotel en la Avenida du Mohamed V y tomó una habitación. Mientras se duchaba pensó en la entrevista del día siguiente y que solo este hecho ya era de por sí importante, de momento había pasado el primer filtro. Como tenía la tarde libre, decidió hacer algo de turismo por Tánger. Subió por la avenida y, delante del imponente Hotel Rembrandt, giró hacia la Avenida Pasteur. Se paró en el mirador de Sour de Maagazine, conocido como la pared de los perezosos, para admirar la espléndida vista del Estrecho de Gibraltar y las montañas de España. Estuvo un rato allí, quieta, maravillada de ver por primera vez ante sus ojos su amada Europa. Le parecía que nadando podría llegar hasta ella, pero sabía muy bien que por buena nadadora que se considerara le sería imposible atravesar a nado aquel ancho brazo de mar. Las terribles corrientes, los grandes buques y los cambios bruscos de tiempo le harían imposible la travesía.
A su mente vino la primera mujer que cruzó el estrecho, Mercedes Gleitze14, en 1928. Y para ello precisó de vigilancia constante, barca de apoyo y permiso de ambos países, cosa que a ella ni se le ocurriría hacer. Siguió andando hasta llegar a la plaza de Francia, donde se paró delante del Consulado Francés para admirar sus jardines y su palacio-residencia.
Bajó por la calle de la Libertad y entró en el Hotel Al-Minzah. Se sentó en un sillón del bar junto a una mesa y esperó al camarero, mientras intentaba calmar un poco los nervios por la osadía de entrar sola en un sitio de semejante lujo. Pidió un zumo natural de naranja y se quedó absorta escuchando la música que provenía del piano situado en el centro de la sala.
Sin embargo, al ir al lavabo le pareció notar que alguien la miraba con insistencia. Al girar la cabeza disimuladamente, le pareció ver a Hasan escondido en un rincón oscuro del bar. Pero lo desechó por imposible, ¿cómo iba estar también él en Tánger? ¿La habría seguido?, pero ¿cómo podría saber que tenía esta entrevista de trabajo? Parecía todo muy extraño, así que se levantó y fue directamente al rincón.
Hasan estaba sentado en un sillón escondido en la penumbra, tomando un whisky con hielo. Cuando la vio delante de él, pareció un poco turbado pero reaccionó con rapidez.
— ¡Ilhem, qué sorpresa! ¿Qué haces tú aquí? Qué alegría verte.
—¿Y tú? Lo mismo te podría preguntar —respondió ella con otra pregunta, se sentó sin esperar invitación y llamó al camarero para que le trajera otro zumo de naranja.
—He traído un cliente, tengo varios usuarios de taxi, ejecutivos extranjeros que quieren que se les lleve a cualquier sitio y así no tienen que preocuparse por alquilar un coche y conducir ellos mismos. La conducción en Marruecos no es muy ortodoxa, que digamos, y es peligrosa si no eres de aquí.
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