Calló un momento, como para recordar algo que, en realidad, estaba fijado a fuego en su memoria.
—Una o dos veces al mes, mis padres se desplazaban a Villa San Surjo, la capital, a comprar medicamentos, principios activos y otros componentes, a una farmacia que los importaba desde España. Además, acostumbraban a viajar a España una vez al año para informarse de las últimas novedades en farmacopea y utensilios de laboratorio. Incluso creo recordar que también hicieron algún viaje a Casablanca, para ponerse al día de las novedades francesas.
La mujer calló un rato, bebió un poco de agua y continuó:
—Nacieron tres hijas y mi madre empezó a temer que no podría dar un heredero a su marido. Pero el cuarto fue un niño, mi hermano Mohammed, y después nací yo. Recuerdo bien mi infancia en la farmacia, los juegos con mis hermanas y las clases que nos daba mi madre que, por cierto, sabía mucho más que el maestro de la madraza del pueblo, donde sólo se enseñaba el Corán. Mis padres no querían que la religión se entrometiera en nuestra vida, pero no hubieran podido hacerlo sin su estatus social. Ser farmacéutico, constituía un rango. En aquel tiempo, de todas maneras, vivir en las kabilas no estaba marcado por la religión como ahora, se vivía de una manera más libre.
Paró un momento para serenarse y beber otro poco, la narración le había dejado la garganta seca.
—Recuerdo vagamente a mis padres, de forma desdibujada por el tiempo, en el laboratorio de la farmacia, mezclando ingredientes y desmenuzándolos en el almirez. Y yo siempre a su lado mientras mis hermanas jugaban en el patio trasero. Me gustaba el olor a formol y a las hierbas que adquirían, me informaba de cómo se hacía esto y lo otro… Mis padres siempre me enseñaron cómo realizar fórmulas simples para curar problemas cotidianos. Antes de los diez años, preparaba ya los medicamentos más elementales. Me cautivaba mezclarlos en el mortero viendo cómo se iban convirtiendo en una pasta o un polvo que después permitían curar heridas o sencillas enfermedades. Salía con ellos a recolectar hierbas y componentes minerales. ¡Me enseñaron tantas cosas que aún hoy recuerdo! Las pocas veces que estuviste enferma, por si no lo recuerdas, te curé con remedios aprendidos de mis padres. Hubiera sido una buena farmacéutica, si no se hubieran producido los terribles hechos que acabaron con todo.
Tragó un poco de saliva, y continuó:
—A los diez años me internaron con mis hermanas en el colegio español de Villa San Jurjo, donde aprendí lo que me sirvió después para ir a la Universidad de Casablanca. Mis padres tenían coche, ¡un lujo en aquellos tiempos!, y venían a vernos los domingos. Algunas veces, íbamos a pasar el fin de semana a casa. Pero entonces todo cambió. España y Francia se retiraron de Marruecos, llegó el rey Mohamed V y, con él, la independencia y unificación de todo el país12.
Afraa respiró pausadamente, como preparándose para poder contar lo que representó el fin de su existencia hasta entonces. Sus ojos se humedecieron por el recuerdo de los sucesos de aquellos años y unas lágrimas asomaron sin ser reprimidas, para deslizarse por sus mejillas.—En vez de casarme y tener hijos, acabé el bachillerato y me fui a Casablanca a estudiar una carrera. Pretendía estudiar Farmacia y continuar con el negocio de mis padres. Pero los acontecimientos se precipitaron. La unificación del Rif produjo el sentimiento de estar viviendo otra colonización, aunque esta vez marroquí. El modelo español se transformó para convertirse en el francés, suponiendo una enorme colisión política, cultural y económica. Las revueltas y protestas se producían cada vez más frecuentemente. Se cerró la frontera con Argelia evitando la emigración rifeña. En la administración marroquí había una total ausencia de representantes autóctonos. El paro, la miseria, y el caos económico se adueñó de la zona y se culpó de todo a los políticos corruptos de Rabat. Sin embargo, mis padres no veían con buenos ojos todas aquellas manifestaciones, intuían que nada bueno podría suceder con el ambiente de violencia existente y se prepararon para una época de transformaciones.
Su emoción aumentó exponencialmente al cruento relato.
—Pasé el verano del año 1958 en casa, pero el entorno empezaba a ser asfixiante. El descontento, las proclamas y las apariciones de banderas españolas provocaron la denuncia del Gobernador, que trataba de traidores a los rifeños por preferir España a Marruecos. Se pidió la vuelta de Abd El-Krim13 y la restitución de la República del Rif. Las demandas se volvían violentas y decidimos que iría a Casablanca, antes del comienzo de curso, e intentar obtener una beca, no fuera que la situación provocara que tal vez no pudiera pagar mis estudios. En aquellos años había muy pocos teléfonos y las cartas llegaban con más de una semana de retraso, algunas ni se recibían. Por rumores que corrían por la universidad, me enteré de que el ejército de Mohamed V, al mando del príncipe, el actual Hasán II, desembarcó en Al-Hoceima y Tánger. Fue la guerra. La aviación descargó bombas de fragmentación, napalm y fósforo blanco sobre todas las zonas donde se creía estaban los rebeldes. ¡Mi casa y toda mi familia desaparecieron en aquel instante! Me quedé sola de la noche a la mañana. Y sin dinero, todo fue arrasado e incautado. No hubo opción a indemnización, al contrario, tuve que esconderme para evitar represalias. Aunque aguanté un tiempo más, tuve que abandonar la universidad, con el importe de la beca no podía permitirme vivir en Casablanca.Intentó sin mucho éxito mantenerse serena, pero el duro relato parecía desbordarla. Ilhem se levantó y la abrazó con ternura, intentando secarle las abundantes lágrimas que silenciosamente le caían por las mejillas.
—Fue entonces cuando conocí a tu futura madre, una preciosa joven argelina que residía en Rabat y que quería estudiar en la universidad. Congeniamos al instante y tu madre se ofreció a ayudarme. Prometida a un político notable, me dio cobijo y protección. Puso a mi disposición su pequeño apartamento en Casablanca, en el que vivimos juntas un tiempo. En aquel tiempo nadie sabía allí de mí, la independencia arrasó con toda la documentación de la organización francesa y se tuvo que establecer una nueva. Aproveché para cambiar mi nombre y pasé a ser una pariente lejana que vivía bajo su techo. Mi vida se ligó en cuerpo y alma a la de aquella mujer, que tanto hizo por mí. Se casó con su prometido y viajaron a Francia para iniciar contactos políticos con la oposición y la UNFP. A partir de ahí empezaron todos los problemas que te he contado.
Los recuerdos de la vida de su abuela le dolían como si fueran propios.
11. Político y militar rifeño que encabezó la resistencia contra España y Francia en la guerra del Rif. Fue presidente de la autoproclamada República del Rif.
12. Conocido como el “padre de la independencia”, Mohamed V logró conciliar las fuerzas divididas del nacionalismo marroquí y formó una unidad alrededor del trono, en el que estaría desde 1957 hasta 1961.
13. Abd El-Krim fue un político y líder militar rifeño que encabezó la resistencia contra la administración colonial española y francesa durante la denominada Guerra del Rif.
IX
Afraa torció el gesto al escuchar que podría tener la ayuda de alguien.
—¿La ayuda de alguien? ¿De quién? —le espetó—. Cuidado con lo que cuentas, tú no tienes ni idea con quién te puedes encontrar. No se puede jugar impunemente contra esta gente. Es el Estado, ¿lo entiendes?, con todo su omnipotente poder. No eres más que una miserable hormiga frente un elefante.
Ilhem creía que aún podía haber justicia y ley, pero las palabras de su abuela y la historia de la aniquilación del Rif, una extensa zona del país, le hicieron recapacitar de lo muy equivocada que estaba. Sólo existía una razón de estado: el poder. Y éste se debía mantener por encima de cualquier concepto: humanidad, justicia, ley… No existía ninguna otra ley para el poder que la de perpetuarse en él mismo. Y en esta especialidad, la dinastía Alauita parecía ser el ejemplo perfecto.
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