—Ya. ¿Y te hospedas en el Al-Minzah o es casualidad habernos encontrado aquí? Empiezo a creer que me has seguido —le soltó de sopetón para ver su reacción.
Su conversación se desarrollaba en francés, como debía ser la de la clase media en un ambiente público.
—¿Yo? ¿Por qué tendría que seguirte si no podía saber que estabas aquí? Me alegro que nos hayamos encontrado.
Se levantó y le dio un beso en la mejilla como si fuera lo más natural.
—Dime, ¿qué haces tú también aquí?
—He tenido una entrevista de trabajo en la zona franca y mañana tengo un psicotécnico. Volveré a casa por la tarde y ¿tú, cuándo vuelves?
—No sé, estoy pendiente del cliente pero es posible que también sea mañana. Por cierto, estoy libre esta noche, ¿quieres que cenemos juntos?
La pregunta la descolocó, no se esperaba encontrar tanta familiaridad en el comportamiento de Hasan y pensó que veía espías por todos lados. Pero quedó alerta, era demasiada casualidad que se encontraran en Tánger a pesar de que él lo viera como lo más normal del mundo. De normal no tenía nada, se dijo.
—De acuerdo. Pero cada uno se paga lo suyo, si no, no hay trato. No conozco nada de Tánger. Di tú el restaurante.
—¿En qué hotel estás? Podemos ir por allí para no coger el coche.
—Estoy en el Tanjah Flandría, ¿lo conoces?
—Lo conozco, sí, como lo conoce todo Tánger. Es el hotel que tiene la discoteca con más chicas de ésas que te interesaban —respondió Hasan—. ¿Por qué has ido a este hotel? ¿Acaso lo sabías?
Ilhem se sonrojo al oír sus palabras. Por un momento sintió vergüenza al recordar cómo se conocieron.
—No tenía ni idea. El hotel es céntrico y está bien de precio.
—Entonces iremos a la Casa de España, se come bien y se puede beber vino.
— ¿Pero te dejan entrar si no eres español? —pregunto ella.
—No te preocupes, a nosotros sí nos dejaran entrar. Conozco al portero, no hay problema.
Estuvieron hablando hasta casi las siete y al salir fueron paseando hasta el hotel. Hasan estaba en el hotel Rembrandt, en la misma calle pero más cerca de la Casa de España. Se despidieron y quedaron a las ocho y media en la recepción del hotel de Hasan para ir a cenar.
Subió a su habitación, se duchó, maquilló y se puso ropa informal, no quería ir demasiado arreglada a cenar con Hasan, pero quería causar una buena impresión. Le quedaba un rato para la cena y aprovechó para llamar a su abuela y explicarle la entrevista, pero inesperadamente decidió no comentarle nada del encuentro con Hasan.
Ya había anochecido cuando subió andando hasta el hotel Rembrandt. Entró en el hall y esperó a que Hasan bajara de la habitación. Pero cuál fue su sorpresa cuando lo vio entrar por la puerta principal.
— ¿No has ido a tu habitación? —le preguntó un poco extrañada.
—Sí, pero los hombres acabamos mucho antes que las mujeres y he ido a la Casa de España para reservar una mesa. Está justo aquí al lado.
Salieron y caminaron los cien metros que separaban al hotel del restaurante. Tras saludar al portero, subieron al piso donde se encontraba el comedor y se sentaron a la barra del bar.
—¿Quieres una cerveza? —le preguntó él.
Ilhem asintió con la cabeza.
—Dos Wastainer, Saïd, por favor.
Ilhem percibió la educación de Hasan. En Marruecos no era normal pedir las cosas por favor y menos aún a un camarero marroquí.
— ¿Dónde has crecido, aquí o en París, con tus padres?
Hasan se sorprendió por su pregunta y tardó unos segundos en responder.
—En París, ¿por qué?
—Por tu educación, pides las cosas por favor y no es normal aquí.
Hasan pensó que era muy observadora y que tendría que vigilar mucho todo lo que dijera. No habían acabado de tomar el aperitivo que les habían servido cuando el camarero les dijo que tenían la mesa preparada. Miraron sin prisa la carta y pidieron una ensalada para dos, calamares a la romana, pescado a la plancha, una botella de agua y otra de vino.
—Eres muy observadora, ¿eh? Te fijas en todo. Tengo la costumbre de pedir las cosas por favor, creo que es lo correcto, ¿no?
—Sí, pero aquí nadie lo pide así. No es normal. En Marruecos la educación brilla por su ausencia. Lo mismo que el feminismo y el respeto a la mujer. ¿Por qué crees que me quiero ir de este país?
La cena fue alternando momentos de silencio con conversación. Hasan le había advertido de que no hablara de política ni criticara nada del gobierno. Allí iban muchos policías de paisano a tomar alcohol.
— Por cierto, ¿en qué empresa tienes la entrevista mañana? —le preguntó.
—En una empresa textil alemana, hablo un alemán regular pero les he gustado, creo. Acabaron la comida, y tras hacer un poco de sobremesa se levantaron, pagaron la cuenta y se fueron.
—Es un buen sitio para comer; se come bien y tienen calidad, los precios no son baratos pero en general es recomendable, sólo hay que abstenerse de hablar mal del gobierno y mucho menos del Rey. Aunque esto es mejor no hacerlo en ningún sitio público.
—Es muy temprano —dijo Hasan al llegar a su hotel—, si quieres podemos ir un rato a la discoteca de tu hotel, así podrás ver la competencia que tendrías si quisieras seguir con tu plan.
—Vale, pero hasta las once y media como máximo. ¿De acuerdo? —dijo ella.
La distancia hasta el hotel Tanjah Flandría era de unos escasos cincuenta metros. Pero su discoteca tenía una entrada posterior en la calle Ibn Roch para no tener que pasar por el hotel. Como en todas las discotecas del país, un policía custodiaba la puerta y les impidió la entrada por no llevar consigo la reserva de la habitación. Decidieron entonces entrar por la puerta del hotel, situada al final del vestíbulo.
Se sentaron en una mesa al fondo de la gran sala, cerca de un grupo de chicas que estaban bailando.
Pidió un refresco, ya había bebido demasiado y quería estar muy despejada a la mañana siguiente para la entrevista. Hasan pidió un Cardhu 12 con hielo y se arrellanó en la butaca.
Como había dicho, el ambiente era mínimo, unos camioneros españoles estaban sentados bebiendo y mirando a las chicas que estaban juntas en el rincón. No entendía el español en absoluto, pero Hasan le dijo que hablaban de transportes y camiones.
—Aunque es muy temprano, pues aquí no empieza el ambiente hasta la madrugada, hay algunas chicas esperando si pueden sacar algo esta noche, algún extranjero que les pague la habitación y que les dé un poco de dinero para mañana. Los marroquíes pagan una miseria por pasar la noche con una mujer, se creen con el privilegio de tenerla gratis. Ellas tienen que pagarse la pensión, la comida, la ropa, otras necesidades y la protección. Oficialmente no hay proxenetas, como tampoco prostitución, pero en realidad tienen a toda la policía ejerciendo de chulos. O pagan con dinero o pagan con su cuerpo, pero no se escapan de pagar. Hay que pagar para poder estar aquí.
Ilhem se ruborizó por la manera de hablar de Hasan, pero estaba segura de que le hablaba con sinceridad. Quedó muy seria pensando en lo que le había contado, le parecía repugnante que todos los policías se aprovecharan de aquellas pobres chicas, le parecía obsceno, al fin y al cabo, el país no daba muchas oportunidades a las mujeres para poder trabajar honradamente y ganarse su subsistencia; sueldos de miseria, condiciones denigrantes y abusos de todo tipo estaban a la orden del día. Tampoco los hombres podían ganarse bien el sustento, los salarios eran un poco mejor para ellos, pero no dejaban de ser una mezquindad con relación al coste de la vida. Se enfadó consigo misma por haber pensado en semejante posibilidad, pero es que no tenía ni idea de lo que ello podía representar.
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