Vladimir Nabokov entendió bastante bien este asunto, describiéndolo de manera evocadora en La defensa desde la perspectiva del gran maestro protagonista, Luzhin:
Encontraba en ello un profundo placer, no tenía que tratar con piezas visibles, audibles ni palpables, que por la singularidad de su forma y la textura de la madera le causaban permanente desazón, aparte de que las veía tan solo como la burda envoltura mortal de las exquisitas e invisibles fuerzas del ajedrez. Cuando jugaba a ciegas era capaz de sentir esas diversas fuerzas en su pureza original. No contemplaba entonces las talladas crines de los caballos ni las cabezas brillantes de los peones, pero sentía con toda claridad que esta o aquella casilla imaginaria estaba ocupada por una fuerza definida y concentrada, de modo que le era posible concebir el movimiento de una pieza como una descarga, una sacudida o el fulgor de un relámpago, y el tablero entero de ajedrez se imantaba de tensión, y sobre esa tensión él ejercía un dominio total, concentrando aquí y liberando allá toda la energía eléctrica.
¿Por qué es importante entender el pensamiento de este modo? En mi trabajo como director de una fundación para el cambio social, así como en mi tarea de filósofo de políticas públicas, he llegado al convencimiento de que los problemas mundiales más desafiantes son, en última instancia, problemas de pensamiento. Muchos de los complejos asuntos de nuestro día a día y del mundo no pueden ser debidamente comprendidos o experimentados a no ser que consideremos simultáneamente varias ideas y formas de pensar. Sin embargo, si lo único que somos capaces de hacer es defender estas ideas sin más, en realidad no seremos capaces ni de pensar con ellas ni sobre de ellas; seremos esos pensamientos, pero en realidad no los tendremos. El físico y filósofo David Bohm describió este reto del siguiente modo:
Según la asunción tácita general, el pensamiento nos dice cómo son las cosas, pero nada más; es cosa ‘tuya’ decidir qué hacer con esa información. Pero me gustaría sostener que, en realidad, no decidimos qué hacer con la información, sino que la información es la que toma el control de nuestras acciones, la que nos dirige. El pensamiento te maneja a ti, pero, a su
vez, te ofrece la falsa información de que eres tú el que lo está manejando, que eres el único que controla tu pensamiento, cuando en realidad es el pensamiento el que nos controla a cada uno de todos nosotros.13
Bohm alude a nuestra necesidad de mejorar en nuestra comprensión del pensamiento sin ser manejados por el pensamiento mismo; se trata de encontrar una perspectiva con independencia del sistema de hechos, asociaciones y formas lingüísticas que determinan nuestra idea de lo que está ocurriendo. La esencia del desafío al que se enfrenta nuestro pensamiento radica en el hecho de que, hoy día, los problemas del mundo están profundamente interconectados, pero nuestras formas de conocimiento y de acción son fragmentarias. Esto es así debido, en parte, a que no estamos entrenados para pensar cómo las cosas se conectan entre sí desde nuestra juventud. En todo caso, esta inclinación se adquiere en otro lugar, lejos del nuestro. El progreso académico, de hecho, se basa en la especialización, no en la integración.
Para realizar una buena jugada en el tablero necesitas saber qué está pasando en el flanco de rey, en el de dama y en el centro; hay que atender de cerca a cada una de las piezas, a las batallas estratégicas que se están dando y a cualquier golpe táctico. Además, tenemos que ser capaces de considerar conjuntamente toda esta serie de detalles de la posición y así realizar una evaluación propia de lo que está pasando. Ocurre lo mismo, por ejemplo, en biología, química, física, economía, psicología, política, sociología, filosofía o teología; se trata de formas distintas de pensar la misma posición –la vida– y necesitamos urgentemente considerarlas de manera conjunta.
El ajedrez me enseñó que, para realizar buenas jugadas, es necesario considerar la posición como un todo, en toda su efervescencia dinámica, pero también aprendí gracias a él que es imposible pensar en todas las posibilidades al mismo tiempo. Al comienzo del siglo xxi, la posición a la que tenemos que enfrentarnos como especie implica cuestiones tales como, por ejemplo, qué hacer para prevenir el desempleo masivo en la era de la inteligencia artificial y la robótica, proteger la verdad en una época en que la mentira es más divertida y se transmite con mayor rapidez, fortalecer la democracia en tiempos de alienación política o confrontar de manera colectiva nuestra crisis ecológica en un mundo en el que el crecimiento de la economía intensiva sigue siendo el objetivo político prioritario. Todos estos asuntos problemáticos, y muchos más, están conectados entre sí; se manifiestan a modo de patrones en una posición concebida como un todo, y la forma en la que seamos capaces de lidiar con ellos depende de nuestras formas de pensar, percibir y conocer. Hacemos todo lo que podemos para abordar estos asuntos, pero sin realizar un esfuerzo concertado para ver cómo surgen mutuamente y se constituyen entre sí. Nunca realizaremos semejante tarea si partimos desde una perspectiva en la que vemos cada uno de los problemas como un asunto discreto, cifrado de una forma determinada y que solo puede ser analizado por una disciplina especializada en ello. Einstein tenía razón cuando dijo que no podemos resolver nuestros problemas utilizando los mismos modos de pensamiento que los causaron.14
elaborar planes
Suele decirse que no planeamos equivocarnos, sino que nos equivocamos en los planteamientos, pero esto es un poco simplista. La planificación tiene su lugar. Algunas veces fallamos a pesar de los planes que elaboramos y en otras ocasiones por culpa de ellos; también pasa que por momentos tenemos éxito gracias a nuestros planes, pero no del modo en que esperábamos.
La película del año 1958 titulada El albergue de la sexta felicidad está basada en la historia real de Gladys Aylward, una empleada doméstica británica que se marchó sola a China en los años treinta para hacerse misionera. En el momento álgido de la película, logra salvar heroicamente a un centenar de niños llevándolos hasta una montaña. El coronel Lin Nan, un oficial chino, se enamora de Gladys, pero su amor entra en contradicción con su sentido del deber. Cuando un viejo mandarín de la localidad le pregunta a Lin Nan por qué terminó inclinándose a favor del deber, el coronel le respondió, con arrepentimiento, que su vida ya estaba planeada de antemano. El mandarín le replicó diciéndole que una vida planificada es una vida clausurada, y que dure lo que dure, no puede ser vivida.
Hay un dicho judío que capta la idea de que la calidad de vida radica en su inherente imprevisibilidad: “El hombre propone, pero Dios se ríe”. Esta afirmación puede entenderse desde el punto de vista filosófico o religioso, pero no estoy seguro de cuál es preferible. Cuando tenía once años, no planeé conscientemente que el ajedrez iba a ser gran parte de mi futuro, pero sí que puedo trazar mi desarrollo en ajedrez tomando como punto de partida aquel día en que llegó a mi casa de Aberdeen un paquete de libros de ajedrez de la editorial Batsford, equivalente a unas 200 libras. Se trataba del premio que obtuve por resolver correctamente una serie de ejercicios de ajedrez, y también porque mi nombre fue el primero que salió de un gorro en un sorteo en Londres. Puede decirse que este regalo no fue más que un golpe de suerte, pero, incluso hoy día, yo no lo siento así. Tres décadas después de aquel momento clave, me parece que se trató más de un acto de la providencia que de la suerte, como si supusiera que iba a ocurrir, aunque no puedo explicar correctamente esta sensación.
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