El giro archivístico se da a la par de otros debates y procesos relevantes que retan a la antropología a repensar el archivo y su relación con él. Estos son las políticas de identidad y de memoria, y el reclamo por derechos culturales y de género, que ocurren en el marco del capitalismo cultural y de politicas de patrimonialización, que revindican la diversidad cultural y promueven la participación y modelado de los sujetos como consumidores y, a la vez, productores de contenidos. A esto se suma el desarrollo de la tecnología digital y las redes sociales, que facilitan e impulsan las prácticas de documentar, reunir, organizar y hacer circular, dando lugar a prácticas archivísticas emergentes. Los procesos sociales y políticos, así como los desarrollos tecnológicos que traen consigo promesas de inclusión y democratización, también han impactado en la propia gestión de los archivos institucionales y en el vínculo de estos con los usuarios.
Para los antropólogos, esto ha significado volver a mirar los archivos, sean estos institucionales o personales, y explorar nuevas formas de interactuar con los objetos y con las poblaciones de donde estos provienen, a través de la mediación de nuevas metodologías y prácticas curatoriales. También ha implicado varios tránsitos que comprenden abandonar principios clasificatorios y enfoques comparativos a favor de la creación de relatos acerca de los encuentros interculturales, priorizar la trayectoria y usos de los objetos de archivo por sobre la pretensión de totalidad de las colecciones, y relativizar la tarea de rescatar para la historia universal los vestigios de sociedades en extinción, a favor de la tarea de mediar relaciones y mundos sociales. Si bien la práctica antropológica ha sido modelada por la institución del archivo, los antropólogos, como se desprende de las contribuciones a este volumen, también han influido en su naturaleza a través de su quehacer etnográfico y su reflexión de este como objeto de indagación y espacio de intervención antropológicos. Así, las formas de hacer archivos (las prácticas de adquisición, documentación, catalogación y diseminación), al igual que sus usos (para fines científicos, pedagógicos, sociales y políticos) han variado en el tiempo, ajustándose a los desarrollos teóricos y metodológicos de la disciplina, a los cambios tecnológicos, al surgimiento de nuevas políticas referidas a la accesibilidad y al vínculo del archivo con distintos grupos.
La relación entre la antropología y el archivo no se reduce pues a la creación de archivos o a su uso como fuentes. Los antropólogos también han reflexionado sobre este como una institución del conocimiento, históricamente específica, que ha jugado un rol en la conformación del Estado-Nación y el proyecto colonial, y han sido críticos respecto de la participación que la antropología ha tenido en ellos. A partir de esta crítica, y en el contexto primero, de la crisis de representación de la antropología, y, luego, del giro archivístico, la disciplina ha redescubierto el archivo como lugar antropológico, explorando métodos colaborativos para establecer diálogos entre saberes diversos y configurar el archivo etnográfico como un campo argumentativo acerca de asuntos como la verdad, la memoria, la identidad, la diversidad y el patrimonio. En el marco del giro archivístico surgen o se reelaboran nociones como el dinamismo del archivo (Edwards, 2011), desoccidentalizar y activar los archivos (Mignolo, 2014), apropiarse de las lógicas del archivo (Weld, 2014), imaginar futuros descoloniales a tráves de archivos utópicos (Basu & De Jong, 2016) y de contra-archivos (Veliz 2017), que comprometen prácticas colaborativas, participativas y de activación y apropiación del archivo.
En línea con este nuevo paisaje, el propósito de los dos volúmenes que presentamos responde a tres agendas de indagación. Una primera tiene que ver con la tarea ya iniciada de desentramar las maneras en que los archivos han servido al proyecto colonial (Stoler, 2010b) y de formación de las repúblicas nacionales (Joyce, 1999), o han funcionado en un sentido gubernamental (Foucault, 2002), aunque interesa también identificar a los actores y prácticas que retan su autoridad constituyéndolo en un espacio político y de conflicto (Basu & De Jong, 2016).
En tal sentido, en varios de los artículos se encontrará una discusión de las prácticas, contextos históricos y mandatos sociales en el marco de los cuales se han conformado históricamente los archivos. En estos se presta atención al afán coleccionista y las distintas agendas para coleccionar; la compra-venta de objetos archivables, sus circuitos y los distintos regímenes de valor por los que transitan; la selección y catalogación de los mismos a la par de la accesibilidad y los diversos públicos usuarios, así como a los modos en los que las tecnologías digitales impactan en tales prácticas. Particularmente en el segundo volumen, se indagará por la manera en que las tecnologías digitales se entrelazan con los modos de hacer etnografía, de crear o relacionarse con los archivos, y de establecer distintos vínculos con usuarios específicos; o de cómo se vinculan las tecnologías digitales con asuntos como el estatus del objeto archivable, los saberes que lo legitiman, la accesibilidad a los objetos, su organización y gestión, y sus usos emergentes, que en definitiva refieren a epistemologías particulares.
Una segunda línea de exploración, en sintonía con el argumento de Stoler (2010a) de investigar «a la par del archivo en vez de contra el archivo», plantea el reto de identificar las estrategias metodológicas capaces de ampliar, desde el archivo mismo, las restricciones que este plantea a la propia investigación científica, respondiendo a un afán por ampliar la comprensión del mundo en su diversidad. Pero también guía el interés de los artículos reunidos en ambos volúmenes el asunto del acceso de los materiales de archivo a un público más amplio y más diverso. Este objetivo se encuentra en sintonía con la responsabilidad ética y política para con los sujetos y comunidades de donde provienen los materiales de archivo. Esto plantea una doble tarea. Por un lado, acortar las distancias epistemológicas, sociales y geograficas; y, por el otro, diversificar las oportunidades y ámbitos de interpretación del material de archivo.
En línea con esta preocupación, la accesibilidad es problematizada en lo que concierne a la democratización del acceso entendido como derecho universal. En el primer volumen, los artículos darán prioridad a la primera problemática señalada, discutiendo formas posibles de intervención del archivo, en algunos casos en diálogo con el arte y la curaduría, ya sea buscando introducir nuevas miradas y dar lugar a su comprensión y apropiación por parte de nuevos actores, o recuperando el sentido político que pudo estar presente en su creación. En el segundo volumen, el peso estará puesto en la tecnología digital y su promesa de democratización del archivo, así como en la oportunidad que ofrece para crear nuevas formas de colaboración entre instituciones y usuarios locales. Se analizará la interrelación entre la tecnología, la organización del archivo, su acceso y regímenes/ideologías políticas.
La tercera línea de discusión, desarrollada principalmente en el segundo volumen, consiste en la identificación de prácticas de archivo emergentes vinculadas a los usos de la tecnología digital y medios sociales que se vienen constituyendo en una oportunidad para actores «marginales», ya sea por su condición de género o étnica, o de precariedad social y laboral, y que son sujetos de violencia y discriminación, cuando no de invisibilización y despojo, para hacerse de recursos y medios que facilitan la producción de archivos que puedan poner al servicio de agendas de autorrepresentación, reconocimiento e inclusión que pasen por la tarea de hacer memoria y la capacidad de reflexión y autoconocimiento necesarios para aspirar a un futuro posible (Appadurai, 2003).
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