Buscarías inútilmente el molino de viento; el pino de la quinta de Guido se ha escapado por milagro. La civilización y la libertad han arrasado todo.
El Paraguay no existe. La última estadística después de la guerra arroja la cifra de ciento cuarenta mil mujeres y catorce mil hombres.
Esta grande obra la hemos realizado con el Brasil. Entre los dos lo hemos mandado a López a la difuntería.
¿No te parece que no es tan poco hacer en tan poco tiempo?
Ahora la hemos emprendido con Entre Ríos, donde López Jordán se encargó de despacharlo a Urquiza.
Todos, todos han sentido su muerte muchísimo.
De esta guerrita, en la que nos ha metido la fatalidad histórica, nos consolamos, pensando en que se acabará pronto, y en que como el Entre Ríos estaba muy rico, le hacía falta conocer la pobreza.
La letra con sangre entra.
Es el principio del dolor fecundo.
Te hablo y te cuento estas cosas porque vienen a pelo. Y no tan a humo de paja, pues más adelante verás que ellas se relacionan bastante, más de lo que parece, con los indios.
¿No hay quien sostiene que es mejor exterminarlos, en vez de cristianizarlos y utilizar sus brazos para la industria, el trabajo y la defensa común, ya que tanto se grita de que estamos amenazados por el exceso de inmigración espontánea?
Sigamos caminando...
Pasando los médanos de Ralicó, se llega a la aguada de Tremencó. Son dos lagunas, una de agua dulce, la otra de agua salada. Ambas suelen secarse.
De Tremencó se pasa al Médano del Cuero. De allí al Cuero mismo hay dos leguas.
Esta laguna tendrá unos cien metros de diámetro. Su agua es excelente, y durante las mayores secas allí pueden abrevar su sed muchísimos animales, sin más trabajo que cavar las vertientes del lado del sur.
En la Laguna del Cuero ha vivido mucho tiempo el famoso indio Blanco, azote de las fronteras de Córdoba y San Luis, terror de los caminantes, de los arrieros y troperos.
Ya te contaré cómo lo eché yo del Cuero con unos cuantos gauchos, sin cuya circunstancia me habría encontrado con él en sus antiguos dominios.
Este episodio tiene su interés social, y les hará conocer a muchos que no salen de los barrios cultos de Buenos Aires, lo que es nuestra Patria amada, en la que hay de todo y para todo; un negro que mate una familia entera por venganza y por amor, y un blanco que mate un gobernador también por amor a la libertad, después de haber sostenido con su brazo viril la tiranía.
Mientras tanto, te diré que los campos entre el Río Quinto y el Cuero son diferentes. Ricos pastos, abundantes y variados; gramilla, porotillo, trébol, cuanto se quiera. Agua inagotable, leña, montes inmensos.
Un estanciero entendido y laborioso allí haría fortuna en pocos años. Pero del Cuero a Río Quinto hay treinta leguas.
Que le pongan cascabel al gato. De allí a los primeros toldos permanentes, hay otras treinta leguas, y los indios andan siempre boleando por el Cuero.
Estoy esperando las mulas que se han quedado atrás, y reflexionando en la costa de la laguna si el gran ferrocarril proyectado entre Buenos Aires y la Cordillera no sería mejor traerlo por aquí.
No vayas a creer que los indios ignoran este pensamiento. También ellos reciben y leen La Tribuna.
¿Te ríes, Santiago? Tiempo al tiempo.
¿Quién había andado por Ralicó? Los rastreadores. Talento de uno del 12 de línea. Se descubre quién había andado por Ralicó. Cuántos caminos salen del Cuero. El general Emilio Mitre no pudo llegar allí. Su error estratégico.
Debo a la fidelidad del relato consignar un detalle antes de proseguir.
En Ralicó hallamos un rastro casi fresco. ¿Quién podía haber andado por allí a esas horas, con seis caballos, arreando cuatro, montando dos?
Solamente el cabo Guzmán y el indio Angelito, los chasquis, que yo adelanté acto continuo de llegar a Coli-Mula.
Los soldados no tardaron en tener la seguridad de ello. Fijando en las pisadas un instante su ojo experto, cuya penetración raya a veces en lo maravilloso, empezaron a decir con la mayor naturalidad, cómo nosotros cuando yendo con otros reconocemos a la distancia ciertos amigos: ché ahí va el gateado, ahí va el zarco, ahí va el obscuro chapino.
Los rastreadores más eximios son los sanjuaninos y los riojanos.
En el batallón 12 de línea hay uno de estos últimos, que fue rastreador del general Arredondo durante la guerra del Chacho, tan hábil, que no sólo reconoce por la pisada si el animal que la ha dejado es gordo o flaco, sino si es tuerto o no.
Era indudable que la tormenta había impedido que los chasquis continuaran su camino, que habían dormido en Ralicó, y que sólo me llevaban un par de horas de ventaja.
Si no se apuraban, o si por apurarse demasiado fatigaban los caballos íbamos a llegar a las tolderías del Rincón, que así se llaman las primeras: casi al mismo tiempo.
A cada criatura le ha dado Dios su instinto, su pensamiento, su acento, su alma, su carácter, por fin. Confieso que este incidente me contrarió sobremanera.
O les daba tiempo a los chasquis para que su comisión surtiera efecto, deteniéndome un día en el camino, o seguía mi viajé sin curarme de ellos, corriendo el riesgo de llegar primero.
Es de advertir que del Cuero salen dos caminos.
Uno va por Lonco-uaca –lonco quiere decir cabeza y uaca vaca–, y otro por Bayo-manco, que al ocuparme de la lengua ranquelina se verá lo que quiere decir.
Estos dos caminos se reúnen en Utatriquin, y de allí la rastrillada sigue sin bifurcarse hasta la Laguna Verde.
El camino de Lonco-uaca da una pequeña vuelta. Pero tiene sobre el de Bayo-manco la ventaja de que en él no falta jamás agua, mientras que en el otro no se halla sino cuando el año no está de seca.
Por cuál de los dos caminos habían tomado los chasquis, esa era la cuestión, Los bañados del Cuero no permitirían saberlo; los hallaríamos anegados.
Disimulando mi contrariedad y pensando en lo que haría si mis conjeturas se realizaban, es decir, si no podíamos tomarles el rastro a los heraldos, llegué al Cuero.
Allí nos quedamos ayer esperando las mulas, Santiago amigo.
Te cumpliré, pues, cuanto antes mi oferta, para poder seguir viaje y llegar hoy siquiera a Laquinhan, que es donde me propongo dormir.
Estamos a orillas del Cuero, del famoso Cuero, a donde no pudo llegar el general Emilio Mitre, cuando su expedición, por ignorancia del terreno, costándole esto el desastre sufrido. Y sin embargo, llegó a Chamalcó, y de allí contramarchó dejando el Cuero seis leguas al norte.
Es verdad que el general buscaba también la Amarga en su marcha de retroceso, creyendo en las anotaciones de las malas cartas geográficas que circulan con la Amarga pintada como una gran laguna, siendo así que no es sino un inmenso cañadón.
Son los desagües del Río Quinto, ya sabes, y lo más parecido que puedo indicarte son los desagües del Río Cuarto, o sean los cañadones de Lobay.
Como tú eres uno de los amigos de la República Argentina que más se interesan en ella, que más se han preocupado de sus grandes problemas, estudiando la cuestión fronteras e indios con una constancia envidiable, te diré en lo que consistió el error estratégico principal del general Mitre.
El general llegó a Witalobo, lugar muy conocido donde he estado yo.
Son dos médanos que forman un portezuelo. Hay en ellos alfalfa, y de ahí vino la denominación, que entonces le dieron, de médano de la alfalfa, creyendo haber hecho un descubrimiento.
No puedo decirte con exactitud en qué latitud y longitud queda este punto.
Sin embargo, para que formes juicio más cabalmente, te diré que queda en la derecera sur de la Carlota.
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