Marchábamos.
El terreno presenta pocos accidentes; cañadas y cañadones, que se van encadenando, montecitos de pequeños arbustos quemados aquí, creciendo o retoñando allí; salitrales que engañan a la distancia, con su superficie plateada como la del agua.
El objetivo a que me dirigía era el Zorro Colgado.
Por qué se llamaba así este lugar, es echarse a nadar buscando un objeto perdido. Probablemente el primer cristiano que llegó allí halló un zorro colgado por los indios en algún árbol.
Seis leguas representan, no andando con apuro, dos horas y media de camino; contemplando las cabalgaduras, como es debido en las correrías lejanas, un poco más.
Cuando llegamos al Zorro Colgado serían las diez de la mañana.
El campo recorrido es muy solo. No tiene bichos o aves, como le llaman los paisanos a los venados, peludos, mulitas, guanacos, etc.
El zorro colgado no estaba, por supuesto.
Aquel punto es un grupito de árboles, chañares viejos, más altos que corpulentos.
Tiene una aguadita que se seca cuando el año no es lluvioso.
Allí paramos un rato, lo bastante para que las bestias de carga que se habían quedado atrás llegaran, y después de haber bebido bien seguimos caminando en el mismo rumbo, hasta llegar a Pollo-helo, que quiere decir, en lengua ranquelina, Laguna del Pollo, y cuya pronunciación debe hacerse nasal o gangosamente, verbigracia, como si la palabra estuviese escrita así y debieran sonar todas las letras: Pollonguelo.
Aquí variamos de rumbo un poco buscando el sur recto, y así seguimos como legua y media por un campo muy guadaloso y pesado, en el que caímos y levantamos varias veces, lo mismo que las mulas de carga, hasta llegar a Us-helo, donde hay otro grupo de árboles, una aguada semejante a la anterior y una lagunita de agua salobre, pero potable no habiendo seca.
Las cabalgaduras se habían aplastado algo con la legua y media de guadal.
Aplastarse es un término del país, que vale más que fatigarse y menos que cansarse, cuando se quiere expresar el estado de un caballo.
Hicimos alto, se hizo fuego, se hizo cama para una siesta, se descansó, se tomó mate, se durmió y a las cansadas llegaron las mulas de carga, que habiendo caído en una cañada mojaron las petacas de los padres franciscanos.
Serían las tres cuando nos movimos de aquí en dirección a Coli-Mula, que de la etapa anterior queda en rumbo sur.
Este trayecto es más variado que los demás; el terreno se quiebra acá y allá en grandes bajíos salitrosos y en grupos considerables de arbustos crecidos.
En un inmenso pajonal sembrado de grandes árboles diseminados, pillamos un caballo que hacía pocos días andaba por allí, pues no estaba alzado aún.
Cuando llegamos a Coli-Mula, que quiere decir mula colorada, habíamos andado tres leguas.
No sé por qué se llama así ese paraje. No hay árboles. Es una linda lagunita circular, de agua excelente y abundante que dura mucho.
Resolví descansar allí hasta las nueve de la noche, y adelantar dos hombres.
El cielo comenzaba a fruncir el ceño, una barra negra se dibujaba en el horizonte hacia el lado del poniente, el sol brillaba poco.
Íbamos a tener viento o agua.
Llamé al cabo Guzmán, magnífico tipo criollo, y al indio Angelito, escribí algunas cartas, les di mis instrucciones y los despaché, después de asegurarme de que habían entendido bien.
Llevaban encargo especial de llegar a las tolderías del cacique Ramón, que son las primeras, y de decirle que pasaría de largo por ellas, no sabiendo si al cacique Mariano le parecería bien que visitase primero a uno de sus subalternos, y que al regreso lo haría.
Partieron los chasquis.
Mientras yo tomaba las antedichas disposiciones, otros se ocupaban en hacer un buen fogón, preparándonos para la trasnochada.
Los chasquis no se habían perdido de vista aún, cuando frescas y recias ráfagas de viento comenzaron a augurar la inevitable proximidad de la tormenta.
El cielo se puso negro.
La experiencia nos dijo que debíamos renunciar al fogón y al asado y prepararnos para una noche toledana por no decir pampeana.
El viento arreció, gruesas gotas de agua comenzaron a caer, la noche avanzaba, o mejor dicho, se anticipaba con rapidez.
Pronto estuvimos envueltos en una completa obscuridad.
Llovía a cántaros, silbaba el viento, eléctricos fulgores resplandecían en el cielo a distancias inconmensurables, haciendo llegar hasta nuestros oídos el ruido sordo del rayo.
Las tropillas se habían agrupado, daban las ancas al viento y permanecían inmóviles.
Cada cual se había acurrucado lo mejor posible, y con maña procuraba mojarse lo menos posible.
No teníamos siquiera dónde hacer espalda, ni era posible conversar, porque el ruido de la lluvia, que caía a torrentes, ahogaba las palabras que salían de abajo de los ponchos o capotes con que estábamos cubiertos hasta la cabeza.
Durante dos horas llovió sin cesar, cayendo el agua a plomo.
Cuando las intermitencias del aguacero lo permitían, yo cambiaba algunas palabras con Camilo Arias, que estaba casi pegado a mi lado.
En una de esas pláticas diluvianas, le dije así:
–Puede ser que los indios me maten, es difícil; pero no lo es que quieran retenerme, con la ilusión de un gran rescate. En este caso es preciso que el general Arredondo lo sepa sin demora. Prevén a los muchachos –eran éstos cinco hombres especiales–, mis baquianos de confianza.
Será señal de que ando mal, que no tenga en el cuello este pañuelo.
Era un pañuelo de seda de la India colorado, que siempre uso en el campo debajo del sombrero por el sol y la tierra.
Puede, sin embargo, suceder que tenga que regalar el pañuelo. En este caso la señal será que me vean con la pera trenzada.
No comuniques esto más que a los muchachos. Y cuando lleguemos a las tolderías no te acerques a hablar conmigo jamás. Sírvete de un intermediario.
Camilo es como un árabe, habla poco; sabe que la palabra es plata y el silencio oro; contestó sólo:
–Está bien, señor.
Y yo me quedé seguro de que me había entendido y rumiando: algún mosquetero llegará a Londres y hablará con Buckingham.
Ya verás después qué caso extraordinario sucedió con mi pera. (Te prevengo que estoy hablando de la barba).
Y como sigue lloviendo y estoy mojado hasta la camisa, me despido hasta mañana.
No es posible seguir la marcha. Civilización y barbarie. En qué consiste la primera. Reflexiones sobre este tópico. En marcha. Manera de cambiar de perspectiva sin salir de un mismo lugar. Asombroso adelanto de estas tierras. Ralicó. Tremencó. Médano del Cuero. El Cuero. Sus campos.
El hombre propone y Dios dispone.
Fue imposible seguir la marcha a las nueve.
La lluvia cesó a las cuatro horas; pero el cielo quedó encapotado, amenazando volver a desplomarse, el aquilón continuó rugiendo y los relámpagos serpenteando en el cielo por los espacios sin fin.
Pensé en que la gente masticara. –¡Arriba!, grité, ¡vamos, pronto, hagan un buen fuego, pongan un asado y una pava de agua!
Los asistentes salieron de sus guaridas y un momento después chisporroteaba el verde y resinoso chañar.
El asado se hacía, el agua hervía, unos cuantos rodeaban el fuego, calentándose, secándose sus trapitos, mirando al cielo y haciendo cálculos sobre si volvería a llover o no.
El fogón estaba hecho y en regla, porque de su centro se elevaban grandes y relumbrosas llamaradas.
Era imposible resistirle. Más fácil habría sido que una mujer pasara por delante de un espejo sin darse la inefable satisfacción platónica de mirarse.
Abandoné la postura en que me había colocado y permanecido tanto rato, y me acerqué a él.
Читать дальше