Cuentan una anécdota del general americano Vernon Walters, que trabajó íntimamente con diez presidentes norteamericanos desde Eisenhower. Todos le reconocemos, porque estaba presente, como traductor, en el encuentro que, en diciembre de 1959, mantuvieron en Madrid Franco y el presidente americano. Después, fue segundo en la CIA, embajador en Naciones Unidas y, en los primeros 70, asesor del presidente Nixon, pero siguió viniendo a España con asiduidad. Cuando yo era secretario de Estado, tuvimos bastante relación y me contaba, asombrado, que Nixon le pidió que viniera a ver a Franco y, entonces, pidió a través del Ministerio del Ejército una audiencia en la que le dijo:
—Mi general —hablaba lenguaje militar—, el presidente Nixon tiene mucho interés en conocer qué piensa vuestra excelencia de la guerra fría.
Y Franco le dijo:
—Mire, general, al presidente Nixon no le importa nada lo que yo piense de la guerra fría, al presidente Nixon lo que le importa es qué va a pasar con España cuando yo falte, y le puede decir que, cuando yo falte, España será un país europeo normal. Cuando yo llegué en el 36, la clase media española era un 17 % de la población; ahora, la clase media es el 75 % y ya no habrá bandazos.
Esa visión de Franco de que España sería un país europeo normal, porque ya había una clase media estabilizadora, es una garantía que tenemos, aparte de la Unión Europea, de que no volveremos a una situación como la del 36, donde el 80 % de la población tenía escasamente para vivir y no tenía nada que perder. Hoy la situación, afortunadamente, no es la misma, pienso que no vamos a repetir esos tiempos, aunque tengamos un gobierno socialcomunista, de frente popular, etc. Creo que la situación es radicalmente distinta.
En la Fundación Transforma España, hemos trabajado en un programa denominado «Un proyecto para España». En España, durante el periodo constitucional, no hubo proyectos que se vieran culminados por el éxito, tan solo hubo el de la Transición, con sus luces y sus sombras; como todo, nada es perfecto. En la Transición hubo un proyecto que era Europa: queríamos ser un país europeo. La gente de mi generación NO nació en Europa, yo nací en una España que no estaba en la Europa política, estábamos en la Europa física, pero no en la política. Ahora, desde el ingreso en 1986, se nace en Europa, estamos en ella, somos europeos. Este proyecto salió bien, pero cuando culminas un proyecto, deja de serlo; desde entonces, España no tiene proyecto. Nuestros ciudadanos necesitan plantearse dónde querrán que estén sus hijos y sus nietos. Hemos tenido un crecimiento económico asombroso, pero por debajo de eso hay que ofrecer un contenido. Antes queríamos estar en Europa. Ya estamos, ¿y ahora qué hacemos? No se sabe, y si no lo sabemos, no iremos a ningún lado. El último en llegar es siempre el que no sabe dónde va.
España no tieneproyecto. Nuestrosciudadanos necesitanplantearse dóndequerrán que estén sushijos y sus nietos. |
Nuestro proyecto, que probablemente tendremos que dejar en hibernación, porque la situación actual lo único que promueve es un radicalismo entre las dos Españas por enésima vez, defiende que España puede desempeñar un papel esencial en la construcción de Europa. Lo que estamos viviendo en este momento histórico, a mi juicio, está incardinado en dos principios: uno es la revolución tecnológica y el otro es la globalización. Ambos afectan a los Estados nacionales, que se han quedado pequeños, pero no dejan de ser una idea que nació en Europa. En el año 2000, Europa tenía cuatro economías entre las diez más relevantes del mundo. En el año 2050, no quedará ninguna, ni siquiera Alemania, que será la última en salir. Hoy, España es el segundo exportador de Europa en relación con su PIB. Alemania es el primero porque exporta el 49 % de su PIB; España, el 33 %; después, siguen Francia, Inglaterra e Italia, y si el papel de España ha de ser esencial en la construcción de Europa, debe ser contribuyendo a cerrar la brecha que se abre entre el norte y el sur.
La salida del Reino Unido deja una Europa en manos de Francia y Alemania, con Italia y España a distancia, pero con capacidad de suavizar al eje París-Berlín. Podríamos ser los interlocutores entre los que lideran y los demás. Ahora somos 27, y las dos naciones que han mandado tradicionalmente tienen la tentación de todo el que manda: la prepotencia; mientras que nosotros no la tenemos, porque hasta hace poco no nos dejaban ni entrar. Sin esa temible prepotencia, podríamos ser muy importantes en la construcción definitiva de Europa.
Si hoy es el momento de los Estados supranacionales, nosotros deberíamos ser destacados miembros en esa construcción europea y potenciar nuestro papel de interlocutor. Si superamos el complejo de aislamiento, podemos convertirnos en el portavoz de Europa. Creo que otros grandes países europeos, esos que también tienen 2000 años, poseen otras cualidades, pero nosotros podríamos ser referentes por el valor de la interlocución. Además, hay sectores económicos en los que somos la segunda o tercera potencia mundial, como el turismo. Vamos a ser una potencia en la industria agroalimentaria, lo estamos siendo ya, y en otros sectores hacemos aportaciones relevantes.
Hoy, Españaes el segundoexportadorde Europa enrelación con suPIB. Alemania esel primero porqueexporta el 49 %de su PIB; España,el 33 %. |
Por otra parte, una vez que estemos convencidos de que somos Europa, tenemos que jugar a que somos la cabeza de la «hispanidad», igual que Inglaterra es la cabeza de la Commonwealth. Yo creo que ese es el futuro; si no lo hacemos, nos iremos diluyendo en Europa. En mis intervenciones ante los militares iberoamericanos, sugiero siempre algo parecido cuando les invito a que vayan pensando en la unidad iberoamericana, porque no van a progresar desde el aislamiento países pequeños como Panamá, El Salvador u Honduras si no forman una Centroamérica fuerte. En nuestro caso, seríamos irrelevantes sin Europa, y en Europa, hemos de considerarnos, sin complejos, iberoamericanos.
Es frecuente plantear la cuestión de los mejores países, lo que lleva a opiniones siempre personales y subjetivas. Dicen que España es el mejor país del mundo para vivir; dicho de otra manera: es el mejor país del mundo para nacer. Esos 1785 motivos por los que hasta un noruego querría ser español los reconoce todo el mundo, pero no siempre lo creen así los propios españoles, pues cuando se realizan encuestas —el Real Instituto Elcano publica una cada año—, las menores valoraciones sobre España las dan nuestros propios ciudadanos. Eso ocurre en muy pocos países y es paradójico si se compara con el deseo de todos los expatriados, para los que España es el cuarto destino preferido del mundo.
Un libro colectivo titulado Los fines de siglo de la España contemporánea explica que, en 1900, España no llegaba al 30 % del nivel del Reino Unido en diversos indicadores: exportaciones, salud, renta per cápita, educación, pero en el año 2000, la posición de España había superado el 80 % en esos mismos indicadores. Es una referencia del crecimiento de un país que no había recibido apenas las ventajas de la Revolución Industrial, excepto en el País Vasco y en Cataluña, lo que quizás es la raíz del problema del independentismo, pero en el año 2000, éramos ya un país plenamente integrado en Europa, con parámetros de comparación que demuestran esa integración en lo político y en lo económico. Si se perdiera la estabilidad que ha logrado España, perderíamos todos, pero perderían también las grandes empresas internacionales que han invertido aquí miles de millones; esa es una gran diferencia con la situación anterior.
Donde tenemos un gran reto es en relación con la educación, en la que permanecen criterios anclados en el siglo XIX y es evidente que está muy atrasada a pesar de contar con magníficos docentes. En 2010, la Fundación Transforma España presentó ocho propuestas de reforma para que España fuera un país mejor: la más urgente era cambiar el modelo económico, pero la más importante era la reforma de la educación, planteada en nuestro segundo documento, «Transforma Talento», de 2012, en el que participaron doscientos expertos españoles y extranjeros. En este documento se presentaba el talento potencial de un niño al nacer y cómo iba evolucionando a lo largo del sistema educativo, que, paradójicamente, contribuía a reducirlo durante los años de educación para volver a ampliarlo solo en el postgrado.
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