1 ...7 8 9 11 12 13 ...27 La financiarización y la precarización de las empresas editoriales
Para intentar comprender estas mutaciones hay que detenerse en el cambio que representó la financiarización en la vida económica hace unos veinte años. Poco teorizado, aunque subyace al surgimiento de figuras tan ambivalentes como la del financista estadounidense de origen húngaro, George Soros, capaz de realizar ofertas de compra devastadoras en moneda británica y de abrir una red de universidades en Europa del Este, este movimiento de fondo de la economía del planeta se opuso radicalmente a la lógica de los conglomerados70. De esto se tuvo una visión caricaturesca en Francia con el nombramiento de Bernard Tapie en el cargo de ministro de Ciudades en el segundo septenio de François Mitterrand, mientras que el jefe del grupo La Vie Claire había comprado y luego revendido con una cómoda plusvalía la empresa Adidas. En ningún momento el impetuoso dirigente del Olympique de Marsella había soñado con hacer entrar la firma especializada en equipamientos deportivos al núcleo de activos que debían imprimirle una identidad a su grupo. Como puede verse, entre la compra de Citroën por parte de Peugeot para constituir la marca psa, o la de Grasset y de Fasquelle por parte de Hachette para hacer de su filial Grasset-Fasquelle el puente necesario para dar la embestida a los precios literarios que hasta el momento se le escapaban71, se abrió una brecha entre dos visiones de empresa y dos épocas, si es que no entre dos universos.
Antoine Rebiscoul, director general de The Goodwill Company Saatchi and Saatchi-Groupe Publicis, resumió este movimiento de reorganización del capital en un artículo que lleva un título bastante irónico, «Le jeu de dupes autour de l’économie de l’immatériel: L’effet Moebius de la financiarisation sur les droits de propriété»72. Luego de haber recordado que hasta la década de 1980 podían verse fusiones de empresas destinadas a reforzar el tamaño de un conglomerado, esta estrategia que buscaba alcanzar el liderazgo en su ámbito de competencia cedió bruscamente el lugar a una voluntad de diversificación de los bienes, y luego al portafolio de inversiones. El posicionamiento de los fondos de pensiones y de los fondos de inversión —los primeros mayoritarios en Vivendi Universal, los segundos en Editis, por ejemplo— puso al accionista en una posición de poder. Mientras que antes debía confiar en las directrices de los grupos industriales, disponía, gracias a Internet y a las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (ntic), de los medios para gestionar directamente sus acciones y de moverlas en función de la información que le aportaba la web73. Como ya no necesitaba esperar las asambleas generales anuales o los informes de los organismos encargados de auditar las empresas, pudo dejar de depender de los resultados de las sociedades anónimas a las que confiaba sus inversiones y obtener resultados con la cotización en la bolsa, rechazando cualquier otro criterio de gestión de su portafolio74.
Por ello, la empresa debía, a su vez, modificar su estrategia y pensar en todo momento en la «creación de valor para el accionista»75, el famoso shareholder value, lo que condujo, entre el 2000 y el 2002, a Jean-Marie Messier, a entregarse a un exceso de imaginación contable —la modificación permanente del perímetro de intervención de Vivendi Universal— con el fin de mantener la cotización de títulos en un nivel elevado. La caída violenta en el otoño del 2002 no hizo más que registrar la salida inmediata de los fondos de pensión o de inversión que lo habían sostenido, antes de que se le retirara la confianza. En un ámbito cercano, la venta de la división de libros de aol-Time Warner a Hachette Livre hizo evidente no el carácter irracional de la gestión de un grupo mundial de comunicación, sino la obligación, a inicios del 2006, de generar un beneficio tal que la cotización de su acción —el barómetro de su salud— siguiera siendo atractivo para todos los que la poseían. Así se desvanecieron, sin más, partes enteras del conglomerado que años antes habían intentado constituirse, a riesgo de ser retomadas al final si la valorización de su capital lo justificaba. Como lo escribe el especialista Antoine Rebiscoul:
La búsqueda de «creación de valor para el accionista» incita a demostrar permanentemente que la empresa que reclama capitales está al menos al nivel de lo que el conjunto del mercado de las inversiones es susceptible de ofrecer. En tal sentido, el llamado capitalismo «accionarial» es quizá también y en primer lugar un capitalismo «actuarial», organiza toda la empresa, y toda la cadena de valor, en función de su capacidad para alcanzar un nivel de rentabilidad de los capitales comprometidos superior a la tasa de actualización, que no es más que la expresión del poder de comparabilidad de los accionistas76.
Siguiendo su análisis de un sistema que asegura la existencia de su grupo, el jefe de Saatchi-Publicis explicaba los beneficios del recorte de las firmas por departamentos, pues era la única manera de ofrecer al accionista ganancias rápidas que la administración industrial de una empresa sería incapaz de producir. Nos encontramos entonces ante la amarga conclusión de André Schiffrin en L’Édition sans éditeurs: el problema no es el beneficio, pues este siempre lo han buscado los mediadores culturales, en el siglo xix y en el xx; es la necesidad de generar una rentabilidad tal que obliga a orienta la administración de la firma hacia la producción de bienes estandarizados intercambiables77. En un mundo que aparentemente se volvió ajeno a toda concepción social de la economía, ya no son los bienes materiales tangibles de la compañía los que gobiernan la estrategia que ponen en práctica los directivos, sino los bienes inmateriales, incluso el reflejo de estos, como dice Antoine Rebiscoul; es decir, la imagen que la compañía proyecta y que la valoriza78. Es entendible entonces que algunos pensadores del capitalismo actual, desde Jean Peyrelevade a Yann Moulier Boutang79, desplacen la observación del mundo real al mundo de lo inmaterial, de la especulación intelectual e incluso del juego, y que enfaticen en la fase «cognitiva» alcanzada por el capitalismo, que llegó con Internet y las ntic. Aunque es indispensable recordar que las burbujas financieras terminan por explotar, como lo ejemplificó hasta la saciedad la crisis de las hipotecas de alto riesgo ocurrida en el verano del 2008, destacaremos, de esta mutación radical de los objetivos empresariales, el hecho de que explica muchas contradicciones aparentes de la globalización editorial, aunque probablemente solo constituya una fase muy provisional.
Ya hablamos del caótico proceso que sufrió la sociedad Dalloz, que pasó de pertenecer al Groupe de la Cité a Vivendi y luego a Hachette y Cinven, y podríamos hacer la misma observación de la compañía fundada por Jean-Baptiste Baillière en 1818. Esta empresa familiar, que fue independiente durante 169 años, se había expandido a Inglaterra, España, Australia y Estados Unidos desde sus inicios80. Primero fue vendida, en 1987 a la familia Beytout, que detentaba cierto número de revistas profesionales, entre ellas la Revue du praticien, muy leída en el ámbito médico. Dos años más tarde, Jacqueline Beytout, propietaria de Échos —su hijo Nicolas dirige Le Figaro de Serge Dassault—, vendió la mayoría de sus acciones al grupo Pearson, que conservó diez años la sociedad Baillière con el fin de usar sus vínculos con la seccional estadounidense, Baillière-Tindall and Cox, con sede en Baltimore. En 1999, el editor británico, líder mundial en materia de edición, cedió el grupo J. B. Baillière Santé a un fondo de inversiones dirigido por Paribas, impidiendo que el control pasara a ser de las ediciones Masson, que se convirtieron, en 1993, en una filial del Groupe de la Cité, y luego de Vivendi Universal Publishing (vup)81. El editor de La Médecine expérimentale de Claude Bernard, quien fue miembro del prestigioso consejo de descuento del Banco de Francia de 1850 a 1864, y murió inmensamente rico, había denunciado con firmeza lo que él consideraba era «especulación»82. No sabemos qué hubiera pensado sobre la financiarización de la economía que condujo al Banco de París y de los Países Bajos, absorbida recientemente por la bnp, a reunir Le Panorama du médecin, la Revue du praticien y las ediciones médicas J. B. Baillière en un fondo de inversiones destinado a aumentar el valor de las acciones, pero esta itinerancia, como el de las ediciones Masson, que fue vendida en el 2001 al fondo de inversiones británico Carlyle, Cinven and Apax para permitir a vup comprar la editorial californiana Houghton Mifflin83, ilustran las consecuencias de la mutación producida por la economía mundial desde hace ya quince años. Lejos de proceder de una lógica de conglomerado que busca ocupar posiciones de poder en el sector en el que ejerce su actividad principal, las ventas y reventas de empresas editoriales han derivado, por lo general, en una visión puramente financiera de la economía mundial.
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