para que tenga certeza de que eres mi Dios.
¡ Concede a mi alma un anticipo dulce
de aquello que en breve podré contemplar!
Que la fe y el amor clamen por vez postrera
“Ven, Señor, me entrego plenamente a ti!” 10
RICHARD BAXTER [1615-1691]
Vers. 2. Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. [Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque desfallezco; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. RVR ] [Ten piedad de mí, Señor, pues languidezco; sáname, Señor, porque mis huesos se estremecen. LBLA ] [¡Ten misericordia de mí, oh YHVH, porque desfallezco! Sáname, oh YHVH, porque mis huesos se estremecen. BTX ] [Tenme compasión, Señor, porque desfallezco; sáname, Señor, que un frío de muerte recorre mis huesos. NVI ] [Señor, apiádate de mí que estoy débil; fortaléceme, pues me siento sin fuerzas. BLP ] [Ten compasión de mí, Señor, porque soy débil; sáname, Señor, porque mis huesos agonizan. NTV ]
Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque desfallezco. A pesar de que merezco la destrucción, deja que tu misericordia se apiade mi fragilidad. Este es el camino correcto para tratar con Dios si queremos prevalecer: no alegar nuestra propia bondad o grandeza, sino reconocer el pecado invocando nuestra pequeñez. Simplemente clamar: “desfallezco” Señor, por tanto, dame fuerzas y no me aplastes. No desates contra mí, bajel tal frágil, la furia de tu tempestad. Tempera el viento que sopla sobre este cordero recién esquilado. 11Sé tierno y compasivo con esta pobre flor marchita, y no le quiebres el tallo. Es la típica frase de un enfermo para instar piedad de un compañero enfrentado a él: Trátame con benignidad, porque estoy débil y “desfallezco”. El sentido y convicción de su pecado habían aniquilado el orgullo del salmista de tal modo, hasta tal punto le había arrebatado esa fortaleza de la que tanto se jactaba, que sentía debilidad incluso para obedecer la ley; la tristeza que se había apoderado de su ser le minaba de tal forma que se sentía débil incluso para aferrarse a la promesa: “Desfallezco”. El original hebreo es aún más explícito: 12 “me hundo”, “caigo en picado”; o también: “me siento seco como una planta marchita”. ¡Ay! amados, bien sabemos nosotros lo que esto significa; pues también hemos visto nuestra fama mancillada y nuestro esplendor cual flor marchita.
Sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. El salmista ora pidiendo sanidad; pero no una simple mitigación de los dolores que le aquejaban y tenía que soportar, sino una curación completa de su enfermedad y de todos los males y heridas derivadas de la misma. Sus huesos se “estremecían”, o se “aterrorizaban”, como reza más literalmente el hebreo. 13Su terror había llegado a tal extremo que le temblaban todos los huesos; no solo su carne se agitaba, sino que también su esqueleto, los sólidos pilares soporte de su hombría, comenzaron a tambalearse: “Mis huesos se estremecen”. Ah, cuando un alma logra sentir el pecado basta para que los huesos se estremezcan; basta para que el cabello de cualquiera se encrespe al contemplar las llamas del infierno debajo de sus pies, a un Dios airado sobre su cabeza, y al peligro y la duda rodeándole. Bien podía exclamar el salmista: “Mis huesos se estremecen”.
C.H. SPURGEON
Ten misericordia de mí, oh Jehová, David no vislumbra vía de escape en la tierra ni en el cielo que le permita evadir la ira divina, y por tanto, se entrega en manos del propio Dios, intuyendo que Aquel que le ha herido es el único que puede sanarle. No se esconde con Adán bajo un arbusto, 14no se refugia con Saúl en la cueva de la pitonisa, 15ni huye con Jonás a Tarsis; 16simplemente apela frente a un Dios airado al Dios de la misericordia, interpone ante Dios al propio Dios. La mujer que fue condenada por el rey Felipe apeló la sentencia de un Felipe borracho ante el Felipe sobrio. 17David apela contra una virtud de Dios: su justicia, con otra virtud: su misericordia. La sentencia de un tribunal humano es apelable ante el trono de la justicia divina; pero una vez condenado por el trono de la justicia divina, ¿a quién cabe acudir sino al propiciatorio, al trono de la misericordia que es la última instancia y recurso al que cabe apelar? “¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, ¿qué tengo en la tierra” . 18Bajo el término “misericordia”, David incluye todo lo demás, como dijo Jacob a su hermano Esaú: “Dios me ha hecho merced, y me lo ha concedido todo”. 19¿Deseas algo que esté en la mano de Dios conceder? Clama implorando misericordia, de cuya fuente brotará todo lo bueno que precisas.
ARCHIBALD SYMSON [1564-1628]
“A Sacred Septenarie or A godly and fruitful exposition on the seven Psalmes of repentance”, 1623
Porque desfallezco. La retórica que emplea David para inducir a Dios a que le sane, no deja de ser sorprendente: “desfallezco”. Un argumento sacado de su propia debilidad, y que de ser usado ante cualquier persona hubiera sido contraproducente; pero que ante Dios es un argumento contundente con grandes posibilidades de prevalecer. Si un enfermo acudiera a un médico contándole solo quejas y lamentos sobre lo gravoso de la enfermedad, este le diría, “que Dios le ampare”; si un explotado fuera a pedir consejo a un abogado mostrándole su estado y sus acciones, le estaría mostrando el quid de la cuestión; 20o si alguien acudiera a un comerciante buscando vestimentas, tendría que tener dinero en mano o aportar un fiador; o para obtener el favor cortesano. Pero, ante Dios, es completamente distinto; el argumento con mayor fuerza es la necesidad, la pobreza, la miseria, la debilidad, las lágrimas, la ausencia de méritos, y la confesión; no hay mejor vía para hacerse con todo aquello que ha prometido (…) Las lágrimas de nuestra desgracia son flechas certeras que perforan el corazón de nuestro Padre celestial, despertando su piedad e inclinando a nuestro favor el plato de la balanza. Los mendigos muestran abiertamente sus llagas y mutilaciones ante los ojos de los transeúntes, con la clara intención de moverles a que se apiaden de ellos. De igual modo, despleguemos ante Dios nuestras miserias, para que él, bondadoso Samaritano, a la vista de nuestras heridas, se apiade de nosotros y nos ayude a su debido tiempo.
ARCHIBALD SYMSON [1564-1628]
“A Sacred Septenarie or A godly and fruitful exposition on the seven Psalmes of repentance”, 1623
Sáname, oh Jehová. David no acude al médico de vicio, como haría un hipocóndrico, sino porque su enfermedad es real y muy grave, sus síntomas son intensos; tan intensos y violentos que le habían perforado los huesos y el alma: 21 “Mis huesos se estremecen (…) mi alma también está muy turbada”, por tanto “sáname”. Este es el motivo que le lleva a plantear su segunda petición: “sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen”.22
JOHN DONNE [1573-1631]
“Sermons preached uponthe Petitential Psalms”
“Mis huesos se estremecen” El Señor puede hacer que aún la parte más protegida, más dura y menos sensible del cuerpo humano, sienta el furor de su ira cuando así le place; como vemos aquí en el caso de David: “Mis huesos se estremecen”.
DAVID DICKSON [1583-1663]
“Explanation of the First Fifty Psalms”, 1653
El término hebreo עֲצָמָֽי ‘ ăṣāmay de עָ֫צֶם etsem, “huesos”, aparece con frecuencia en los Salmos; y si lo analizamos veremos que es utilizado en tres sentidos diferentes:
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