Así, debido a los constantes desacuerdos, la colonia se dividió en dos: Nueva Australia, con parcelas de tierra ecuánimes otorgadas a grupos familiares, y Colonia Cosme, un caserío setenta y dos kilómetros al sur, adonde se marcharon todos los que estaban de acuerdo con el ideólogo de la colonización y sus mandatos. La división se llevó a cabo de manera formal el 14 de mayo de 1894. Apenas cincuenta y ocho personas acompañaron al líder y ya nada sería igual. El sueño se desquebrajaba.
Aunque Colonia Cosme estaba territorial y socialmente más aislada que Nueva Australia, en 1899 el propio Lane abandonó el asentamiento. Cuáquero de convicción, atravesado por un racismo incontenible, no soportó los permanentes cuestionamientos a su autoridad y las desobediencias y regresó frustrado a Nueva Zelandia, donde se convirtió en un conservador antilaborista.
Con la partida de Lane, los casi quinientos irlandeses, escoceses y galeses habitantes de Colonia Cosme y Nueva Australia, aceptaron el liderazgo de Alan McLeod (bisabuelo de Robin), y decidieron establecerse definitivamente en medio de la selva. Por varios años, algunos nuevos colonos provenientes de Australia y el Reino Unido se acercaron allí, pero, así como llegaban, terminaban partiendo hacia estancias de la Patagonia o de regreso a Australia. El fracaso, en gran parte, se debió a que, si bien todos eran gente muy culta, ninguno de sus fundadores era en realidad un agricultor; eran mayormente sindicalistas australianos de las industrias esquiladoras y de la leña, apenas intelectuales con algún conocimiento práctico. Sin embargo, ocho familias permanecieron, y es de esas familias de las que descienden las doscientas personas que todavía habitan Colonia Cosme en la actualidad, incluso sin agua corriente ni luz eléctrica.
Eventualmente, Nueva Australia se disolvió como colonia y el gobierno paraguayo les dio el título de propiedad de manera ecuánime a todas las familias que decidieron quedarse. Aún hoy, algunos turistas australianos viajan a unas pocas horas desde las Cataratas del Iguazú hasta lo que fue la primera colonia australiana en América, para confirmar con sus propios ojos el sueño utopista que no fue. Ya nadie habla inglés en el territorio y son muy pocos los apellidos celtas que quedan de esa epopeya, pero el tesón del hombre cambió la historia y produjo un descendiente que pondría a esa zona nuevamente en el mapa.
El origen del apellido Wood proviene de los trabajadores de la madera o habitantes de los bosques en Gran Bretaña. Los Wood eran carpinteros ( wood cutter , wood maker , wood crafter , wood worker ), duros como la madera, que subsistieron en la colonia, aunque no prosperase el proyecto socialista.
Durante la Primera Guerra Mundial, Alexander Wood, el abuelo de Robin, y sus hermanos, se alistaron en el ejército inglés. Todos integraron el ANZAC (Australian & New Zealand Army Corps), un cuerpo expedicionario australiano que se destacó en Galípoli, en el estrecho de los Dardanelos, Turquía. Los McLeod, hermanos de la abuela, formaron parte de la Guardia Negra escocesa, la Black Watch. Tenían veinte años, algunos menos, y consideraban que ir a pelear al viejo continente era una aventura imperdible. Uno de ellos murió en Francia, en el contraataque de Arrás; otros volvieron, pero habían visto el gran mundo: ya no les interesaba vivir en la colonia, aislados en medio de la jungla. Algunos de los tíos abuelos de Robin pelearon en la guerra del Chaco, que enfrentó a Paraguay y Bolivia, entre 1932 y 1935, por el control del Chaco boreal. Muchos de ellos regresaron después a Australia; otros, se radicaron en la Argentina, y algunos desertaron para ingresar en la Legión Extranjera francesa. Años después, el pequeño Robin escucharía junto a un fogón historias de combates y reyertas, mamando de primera mano historias tremendas que jamás olvidará, como la vez que se cruzaron con una leyenda de la historia.
Contaba su abuelo:
—Yo vi a un hombrecito ahí, en Palestina, vestido con unas ropas blancas muy sucias, sentado contra un muro semiderrumbado. Tenía una canasta llena de monedas de oro a un lado y una pila de cabezas cortadas al otro. Frente a él, había una cola de árabes con más cabezas en las manos y fuimos a ver de qué se trataba todo eso. Aquellos árabes eran irregulares que luchaban contra los turcos y él les daba una moneda de oro por cabeza de turco. Pregunté a uno de los veteranos cercanos y me aclaró que el hombrecito era Thomas Edward Lawrence, conocido por los europeos como Lawrence de Arabia y por los árabes como El–Aurens. Ojalá todas las cabezas fueran de turcos, realmente...
Robin escuchaba historias como esa; boquiabierto, escuchaba, escuchaba, escuchaba…
Finalizada la Gran Guerra, Alexander Wood regresó a la colonia y dejó a su mujer, antes de ir a trabajar al interior de Paraguay como administrador de estancias, para no volver a nunca más. Dejaba atrás tres espléndidos varones, Alexander (Sandy), Patrick y David (Big) y una magnífica niña, Margaret, apodada Peggy, la futura madre de Robin, única hija mujer del frustrado matrimonio.
Peggy Wood vivió apenas sus primeros años en la colonia. Siendo aún una niña, su madre se enteró de que Alexander, su marido, se había instalado con su última amante en una de las estancias que administraba. Entonces, Margaret McLeod Wood, que debía cuidar a sus hijos y atender la casa, dijo “basta”: con sus cuatro retoños se fue a la ciudad capital de la provincia de Córdoba, en el centro de Argentina, decidida a empezar una nueva vida sin él. Se ofreció para trabajar en el High Sky, un colegio inglés exclusivo para británicos. Como era una mujer fuerte, culta, muy fina y elegante, consiguió el trabajo, y allí sus hijos recibieron una educación magnífica. Se quedó ahí hasta que todos sus Wood terminaron el colegio, y recién entonces se fue a Buenos Aires. Allí consiguió trabajo como gobernanta de una familia de la alta aristocracia argentina, los Pichón Blaquier, quienes siempre la quisieron mucho, la ayudaron y con los que mantuvo una relación magnífica.
Tras su paso por la escuela secundaria, una Peggy adulta pero rebelde regresó al Paraguay con sus hermanos. Quería estar con los suyos, pero la vida en la colonia no era para una mujer como ella: alta, rubia, de ojos celestes, bellísima, misteriosa y culta.
Una noche, buscando diversión en la ciudad de Asunción, la capital paraguaya, Peggy conoció a un hombre muy alto y buen mozo. Le decían Kingo y era uno de los ministros del general Alfredo Stroessner, presidente de facto del país durante treinta y cinco años. Ella lo encontró romántico, atractivo, divertido y entabló una relación pasajera con ese dueño de un auto descapotable y una sonrisa encantadora. Sin buscarlo, quedó embarazada y corrió a refugiarse en su colonia perdida en la selva, en la casa de su abuela.
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