Matthew Lopez - La herencia

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Ambientada en
Nueva York tres décadas después de la irrupción de la epidemia del sida y poco antes de las elecciones de 2016,
La herencia de Matthew López nos presenta un mosaico de relaciones y conexiones entre hombres homosexuales de diferentes edades y clases sociales, reflexionando sobre cuáles deben ser las responsabilidades de una generación con la siguiente. El autor adapta muy libremente la novela
Regreso a Howards End de E. M. Forster, convirtiendo al escritor inglés en uno de los protagonistas de la trama. Su obra ha recibido el
elogio unánime de la crítica, que la ha considerado un clásico moderno instantáneo. Dirigida por Stephen Daldry (
Las horas,
El lector), la primera versión teatral se estrenó en el Young Vic Theatre de Londres en 2018, donde fue calificada por
The Daily Telegraph como
"la obra estadounidense más importante del siglo". En 2019, se trasladó a los escenarios de Broadway, obteniendo ocho nominaciones a los Premios Laurence Olivier y ganando los correspondientes a Mejor Nueva Obra, Mejor Director, Mejor Actor y Mejor Diseño de Iluminación. La herencia se ha alzado con el premio Drama Desk, el Evening Standard, el London Critics Circle, el Outer Critics Circle, el Drama League, el WhatsOnStage, el Southbank Sky Arts y el GLAAD Media a la mejor producción, convirtiéndose en la obra de teatro estadounidense
más laureada de los últimos tiempos. Matthew López es el primer dramaturgo de origen latino que logra cualquiera de estos galardones en la categoría de Mejor Obra. Además,
La herencia ha recibido un total de once nominaciones en la última edición de los Premios Tony.

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No estaba previsto que yo fuera a ser el compañero de vida de Henry, pero estaba bailando conmigo cuando la fiesta se acabó. Para entonces, los cuchicheos sobre la enfermedad ya eran rumores. Los rumores se convirtieron en historias. Y las historias, en hechos. Henry había llegado a la fiesta a tiempo de ver su final.

Durante cinco años, Henry y yo nos aferramos el uno al otro por seguridad, por comodidad, mientras la ciudad ardía a nuestro alrededor. En el verano de 1987, ya estábamos superados por la cantidad de funerales y visitas a hospitales y la imagen de miles de hombres que habían estado llenos de vida echados a perder.

Decidimos buscar una casa tan lejos de la civilización como fuera posible. Al final apareció una casa de campo vieja y destartalada en un camino rural que no llevaba a ningún sitio, tres horas al norte de aquí, construida a finales del siglo dieciocho. Está apartada de la carretera, así que parece que estás solo en el mundo.

Y frente a la casa, lo que más me gusta de toda la propiedad: un cerezo enorme que lleva ahí desde la época en la que George Washington salía a talarlos. Dos veces al año da el espectáculo más increíble que te puedas imaginar. En otoño se incendia con hojas que van del naranja intenso al rojo. Y en primavera llegan las flores, llenas de vida, ruborizadas, que acaban cayendo al suelo suavemente, bailarinas de un ballet flotante.

Y – no sé si me creerás, pero es verdad – clavada profundamente en la corteza del tronco del árbol hay una dentadura de cerdo que lleva ahí desde hace no sé cuántas generaciones. Corría una superstición entre los colonos según la que, si mordían la corteza de un árbol, les curaba todos sus males.

ERIC.— ¿Y los curaba?

WALTER.— No. Claro que no. Pura superstición. Y aun así, allí en el campo, entre pastos infinitos, entre las flores, la brisa y cerezos con dentaduras de cerdo clavadas en la corteza, no había muerte, no había enfermedad, no había pérdida ni peligro. Henry la compró al día siguiente y vivimos allí durante un año sin ni siquiera salir de la zona. Cocinábamos, cuidábamos del jardín, leíamos bajo el cerezo. Y evitábamos todas las noticias sobre nuestros amigos, sobre el mundo exterior.

Pasó un año y Henry iba inquietándose. Empezó a viajar a Londres para emprender uno de los muchos negocios que acabaron haciéndole tan rico. Sin él, comencé a sentir ansiedad, así que una mañana temprano decidí volver a la ciudad. No había estado por allí en más de un año. Estaba aterrorizado ante lo que pudiera encontrarme. Estaba a punto de buscar algún sitio para comer cuando me topé con un viejo amigo de los dos. Se llamaba Peter West. Ay, Peter. Encantador, el hombre más listo que he conocido en mi vida. Y guapo a rabiar. Si no me llega a llamar en plena Quinta Avenida, no lo hubiera reconocido. Peter tenía «la pinta», la marca de los que estaban infectados. Su cara, que había sido tan bella, estaba amarillenta y hundida, sus músculos se habían esfumado. A simple vista estaba claro que lo tenía. Y me contó también que básicamente estaba en la calle. Su casero le había echado. Llevaba años sin saber de su familia. No tenía adonde ir. Cogimos el primer tren hacia el norte y llamé un taxi. El taxista se largó nada más ver a Peter. Allí estábamos, a cuatro millas de mi casa sin más medio de transporte que nuestras cuatro piernas. Hacía un día precioso y Peter sonreía inhalando el aire del campo con sus pulmones renqueantes. Caía el sol cuando nos acercábamos a la casa. Sentí que el cuerpo de Peter se relajaba de golpe. Le metí en la cama de una de las habitaciones de arriba. Peter pasó los siguientes cinco días muriéndose poco a poco. Le limpiaba cuando se lo hacía encima. Le abrazaba mientras lloraba de pena. Le consolaba cuando gritaba de dolor. No tenía ni idea de que yo pudiera ser tan fuerte.

Henry volvió de Londres al cuarto día de estar Peter conmigo. Cuando le conté que estaba arriba, estalló en cólera, acusándome de traición, de traer la plaga a nuestro hogar. Jamás había visto tanto miedo en la cara de un hombre como vi en la de Henry aquel día. Fue a su coche y se marchó.

Peter murió al amanecer del quinto día. Henry regresó a Londres y me dejó solo durante varios meses sin dignarse siquiera a llamar. Pasé las primeras semanas de mi exilio preguntándome si me había equivocado siendo tan bueno con un amigo. Pero, Eric, ver la devastación en la cara de Peter y el miedo en sus ojos – creo que, si lo hubiera dejado en aquella acera, volviendo a mi rincón de paz sin él, hubiera aborrecido esa casa mucho más de lo que Henry pudiera aborrecerla por haberme traído a Peter. Al final vi que abandonar la ciudad y a nuestros amigos fue el acto de cobardía más imperdonable que había cometido en mi vida. Me di cuenta de que la respuesta no era cerrarnos al mundo, sino abrir las puertas y dejar que entrara. Así que, mientras el silencio furioso de Henry atronaba desde el otro lado del Atlántico, traje a otros hombres que se encontraban en sus últimos días a nuestra casa. Reproduje aquella escena una y otra vez con amigos, conocidos y, llegado un momento, hasta con extraños. Uno a uno, fueron viniendo a mi casa y uno a uno fueron muriéndose.

Tras unos meses, Henry pidió a sus abogados que se encargaran del papeleo para nombrarme único dueño de la casa. Peter West es el motivo por el que esa casa acabó siendo mía. No sería el santuario que es si no fuera porque antes acogió la tortura y muerte de Peter. Henry no lo ve así y es cosa suya reconciliarse con ello. Creo que, tras treinta y seis años, Henry y yo seguimos intentando reconciliarnos. Y no sé si alguna vez lo lograremos.

Silencio .

ERIC.— No me imagino cómo fueron aquellos años. Ni siquiera puedo… Entiendo lo que fue, pero me es imposible sentirlo .

WALTER.— Dime el nombre de uno de tus amigos más íntimos.

ERIC.— Tristan.

WALTER.— Imagina que Tristan está muerto. Dime otro. ERIC.— Jasper.

WALTER.— Jasper también está muerto.

ERIC.— Jason.

WALTER.— Jason ha estado dos semanas en St. Vincent. La toxoplasmosis le ha dejado con demencia.

ERIC.— Jason, su marido.

WALTER.— Como no pueden casarse legalmente, el abandono es más fácil. Jason le ha dejado.

JÓVENES.— (Turnándose.)

Patrick ha muerto.

Alex ha muerto.

Colin ha muerto.

Lucas está infectado.

Zach se está muriendo de pneumocystis carinii .

Chris está sano.

Su pareja acaba de ser diagnosticada.

Acabas de visitar a Mark en el hospital. Esta noche visitarás a Will.

El funeral de Eddie es mañana.

El cuerpo de Michael está cubierto de lesiones de sarcoma de Kaposi.

Jeffrey está infectado pero asintomático.

Sati está muerto.

Daniel está infectado.

Stephen está infectado.

La pareja de Brian tiene neuropatía periférica. Grita de dolor al menor roce.

Scott está en París, espera que le traten con HPA-23.

Javier ha vuelto para morir en casa con su madre.

La familia de Jonathan no le deja volver.

Brandon está muerto.

Matthew está muerto.

Leo está infectado.

Kurt está infectado, pero no lo sabe.

David, su pareja, se enterará antes.

La hermana de Frankie te llama para contarte que está muerto.

Nadie sabe dónde está Adam.

Phillip está muerto.

Trevor está muerto.

Kevin está infectado.

WALTER.— Corren rumores sobre el encarcelamiento preventivo de hombres gais.

JÓVENES.— (Turnándose.)

Los políticos empiezan a barajar abiertamente cuarentenas masivas.

Se habla de ilegalizar la homosexualidad, hay rumores sobre deportaciones.

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