Nathan Burkhard - Sello de Sangre

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Sello de Sangre: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de las más sangrientas batallas, el clan más joven de ángeles guardianes, ha perdido a sus seres queridos viéndose consumidos por la maldad de Piora. Natle cansada de las mentiras de su raza, decide por fin escapar de su tormentoso pasado y vivir un futuro incierto con Joe. Pero cuando despierta él ya no está a su lado. Se ha marchado dejándola atrás sin dar ninguna explicación. Max, por un momento pensó, que al dejar ir a Natle junto a Joe su vida sería diferente, pero cuando recibe la noticia de que Natle está al borde del colapso y sola, decide regresar a su lado, dispuesto a no dejarla jamás. Acompaña a los personajes de Nathan Burkhard en el desenlace de esta apasionada trilogía de Ángeles Guardianes.

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Al comienzo pensé gritar pero la idea no era buena sabiendo que muchas cosas - фото 3Al comienzo pensé gritar, pero la idea no era buena sabiendo que muchas cosas podrían pasar, y de golpe vi algo, era idéntico a los sueños que compartíamos.

Estaba frente a mí, sonriente mientras que la nieve caía sobre ella, tenía los brazos extendidos, dando vueltas y vueltas con los ojos cerrados, disfrutando del momento, de la sensación. Su risa, esa inconfundible risa, entonces sentí que mi piel quemaba, el dolor y el olor a carne sobre fuego, levanté mi brazo derecho y vi que a centímetros arriba de mi muñeca, una nueva marca que se grababa al rojo vivo sobre mi piel, un sol con rayos enredados, una media luna y sobre ella una estrella.

El ardor era insoportable, pero aun así aguante, al levantar la vista vi a Natle, pero ella tenía algo diferente, algo que me hizo sonreír, jamás soñé de esa manera, pero al verla en ese estado supe que era el nacimiento de una nueva era, una era en donde nosotros los ángeles seríamos reconocidos y vistos en la tierra, recordados y admirados, ya no ocultos, sino unidos, sobrevivientes y juntos para luchar por la libertad de no solo un pueblo y una raza, sino por nuestros mundos, incluyendo a todos, sin importar, raza, edad, sexo, condición, todos éramos una misma creación. Seriamos vistos y ya no señalados o perseguidos, y ella era la que iniciaría esa nueva etapa de nuestra vida, ella era el motivo más grande por el cual luchar, era ella parte de mi vida y de mi mundo, era la redención hecha carne.

El calor se hizo insoportable, y las máquinas que daban razón de mis latidos y pulsaciones comenzaron a sonar y pitar, estaba inquieto, pero aun así no deseé despertar, era un bello momento, pero la quemadura era lo que más molestaba, entonces abrí los ojos de golpe, solo para ver a la enfermera asustada de ver esa marca fresca y sangrante en mi muñeca.

Con la respiración entrecortada, supe que todo había llegado a su fin, llevé mi mano libre al pecho y sentí su presencia calándome hasta lo más hondo del corazón, Natle me necesitaba y me necesitaría aún más. Las luces del sol comenzaron a cubrirme, abrí los ojos y sentí un dolor en el pecho, supe entonces que ella me necesitaba, irguiéndome de la cama con cuidado, traté de levantarme, pero la aguja conectada a mi brazo me impidió hacer algún tipo de movimiento brusco, me quité el sensor de latidos, la aguja de mi brazo y vi mis pies, desnudos, moví los dedos y sonreí —Me dieron una nueva oportunidad —miré por la ventana y sentí los rayos en mi rostro, la persiana no lograba ocultarlo, pero mis ojos se notaron aún más, uno verde, otro azul, parte de un pecado y parte de la redención, parte de una condena y de un milagro, parte de un mundo y de otro, era alguien extraño, era Oriolp, era su protector, su guía, era mi vida y era la chica, sería siempre mi chica.

Pisé el suelo y traté de vestirme, pero el dolor de mis costillas y las heridas solo restringían mis movimientos, pero nada me impidió que siguiera excepto el doctor que entró a la habitación y trató de detenerme ante las advertencias de la enfermera —¡Max! Debes descansar, las heridas se abrirán.

—Necesito salir. Necesito estar con Natle —me urgía salir —Ella me necesita.

—¡Max! Por favor, solo lograrás dañarte más. La llamaremos para que venga, la llamaremos, pero recuéstate.

—No puedo esperar más, necesito verla —le exigí con el rostro compungido ante el dolor.

—Prometo que la traeremos aquí, pero tú debes descansar, descansa —me detuvo y forzó a recostarme nuevamente, conectaron las máquinas, y me obligaron a tranquilizarme con ayuda de un sedante que solo me arrancó de la realidad, empujándome hacia más sueños, sueños con ella y de ella.

Luego de charlas, de sentimientos olvidados, entre noches de pasión, caricias, discusiones, y despedidas, esa vida que Natle deseó, se había esfumado como vapor, sueños que se convirtieron en pesadillas, en dolor y sobre todo en desesperación, llevándola a un abismo al cual Piora la había sometido mes tras mes, logrando verla derrumbada y sin nadie, había cumplido su cometido, que Natle se quedara sola, tan sola que no tuviese a quien acudir.

Haciéndola vulnerable.

Ella aun yacía en su cama, con las sábanas enredadas a su cuerpo desnudo, con sus besos aún cálidos en su piel. Entre cortas imágenes, saltaba entre ellas, aparecían y desaparecían de inmediato sin darle oportunidad a grabar alguna. La vi entonces, estaba como siempre bella, con un vestido de seda blanco y largo, sus cabellos sueltos y ondulados, mientras que ese jardín estaba repleto de flores, las estatuas parecían tener movimiento propio, ese vestido lograba captar su inocencia, y yo reconocí ese lugar, pero no le di importancia, la llamé en la distancia —¡Natle!¡Natle!

Ella volvió el rostro y me sonrió, iba a acercarme a ella, pero un gran espejo se interpuso entre nosotros, el espejo de Tuyuned, su presencia manchó su esencia, cambiando su apariencia, traté de golpear el espejo, de sacarla, pero estaba atrapada dentro de él —Resiste... Resiste —grité.

—¡Max! ¡Ayúdame!

Su apariencia cambio a la más oscura, la más tétrica y opaca, un ser que consumía su interior, era aquella que soñé tantas veces, entonces giré y vi detrás de mí, todo en ruinas, destruido por el fuego, no estábamos solos, vi a demonios y ángeles luchando con todas sus fuerzas, pero de la nada, todos se detuvieron dejando caer sus armas al suelo al notar la presencia de Natle abrirse paso entre ellos.

Quedando inmóviles, logré ver como Piora no trató de conservar su lugar, acercándose a Natle con tanta furia y desesperación con las mismas intenciones de quitarla de su camino —¡Natle cuidado! —grité, pero ante de que pudiera dañarle, Joe se interpuso recibiendo la puñalada que Piora le tenía reservada, viéndole caer al suelo lentamente, Natle reaccionó sosteniendo su cabeza antes de que el frío suelo pueda dañarle aún más su frágil y herido cuerpo.

Él trató de hablarle, trató de decirle algo pero no podía, su voz y la sangre interferían, levanté la vista y logre ver a Piora, él estaba de pie ante ellos, no podía moverse, su rostro tenía tanta desesperación que optó por desaparecer de allí.

Yo estaba tan cerca, pero no podía interferir, era yo el que estaba atrapado en medio del espejo —¡NO!

Levanté la vista y vi una intensa luz bajar del cielo, acompañada de fuertes truenos, entonces lo vi, un ser extraño a nuestros ojos, su rostro no era definido, su mirada no se notaba más que un brillo dorado, su cuerpo vestido de blanco. Dando un paso hacia ellos, le mostró nuevamente con su mano que debía volver la vista a su adorado Joe, acatando sus señales, pudo verse ella misma entre sus brazos, era ella quien yacía herida y casi moribunda en el suelo.

Grité, sin saber que me erguí tan deprisa por la sensación de dolor que cubría mi cuerpo —¡NATLE! —la llamé solo para verme prisionero en una habitación de hospital, con la respiración entrecortada y las manos temblorosas, me recosté de nuevo, tenía que verla, necesitaba verla.

Natle se irguió enseguida, cubriendo su desnudes con las sábanas, mientras que un sudor fino cubrió su frente, ese nefasto sueño que había consumido su poca felicidad en esos instantes, sonrió ante el exquisito dolor de su cuerpo, había disfrutado de la noche, de su noche, observó por la ventana de su habitación, el sol radiante, el canto de las aves era el mismo, a diferencia que estaba sola en esa habitación.

En un impulso buscó a Joe con su mano libre, notando su ausencia, su lado frío y las sábanas revueltas, con un nudo en la garganta no pudo articular palabra, pero su nombre salió en un hilo de voz que se perdió con los sonidos de la mañana —¿Joe? —levantándose de inmediato, caminó hacia su baño encontrándolo vacío —¿Joe? —volvió a llamar, pero él no estaba, volviendo el rostro hacia la cama, notó algo en su almohada. Dio unos pasos lentos, solo para darse cuenta que era el medallón de Joe, lo tomó entre sus manos y se dio cuenta que la había dejado, se dio cuenta que él se había ido pero para no volver jamás, una pequeña risa histérica escapó de sus labios temblorosos, no podía moverse, era incapaz de mover tan solo un musculo.

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