1 ...7 8 9 11 12 13 ...17 Sus ojos se llenaron de ardientes lágrimas que amenazaron con rebosar, sintiéndose culpable, sintiéndose engañada —¡NO! ¡Joe, tú no! —sacudió la cabeza, negando con furia.
Las intensas preguntas sobre su estancia tan corta abrumaban con desatar una intensa cadena de lágrimas y berrinche sin control, sabía que ese medallón en su cama no era una buena noticia, no era una buena señal, no había nada de bueno en su ausencia después de aquella noche que pasaron juntos, aquella noche en la que le entregó su amor puro, su deseo de estar con él sin importar que el mundo se viviera de cabeza a causa de ese amor que estaba destrozándole en esos momentos. Después de quedar unos minutos en blanco, reaccionó —Debe estar en casa... eso es... Debe estar en su casa —vaciló por un momento pero opto por vestirse con unos pantalones y una camiseta, haciéndose una coleta alta, optando ir a casa de Joe y tener información o encontrarlo en casa.
Tele trasportándose a la habitación de su amado Joe, notó que sus cajones estaban abiertos y vacíos, la habitación estaba revuelta y esa era un clara señal que él se había ido de allí, dio un paso adelante pisando el cuadro enmarcado con su foto que ella le regalo, miró hacia el suelo tomando entre sus manos la foto rota —¿Acaso tan solo es un mal chiste? —llevándose una mano hacia la boca trató de no gritar, no tenía sentido calmar su agitado corazón.
Caminó hacia la puerta, la abrió con brusquedad, solo para salir del pasillo y buscar a los padres de Joe, al verlos sentados en la cocina, no saludo, ni pidió dirección, simplemente preguntó atropelladamente —¿Dónde está Joe? No… No sé dónde está ¿Dónde está? —tartamudeaba, mientras que un nudo en su garganta se formaba haciéndole tambalear entre sus propias palabras y llanto.
Tom cerró los ojos y negó con la cabeza, eso no era buena señal —Lo siento, Natle… En verdad lo siento —quiso acercarse pero Natle evadió sus brazos.
—¡NO! ¿Dónde está? —gritó desesperada.
—Lo lamentamos Natle —trató de clamarla, pero ella no deseaba compasión.
—¡No! ¡Dios no! —su pequeño rostro estaba rojo ante las lágrimas, mientras que intentaba no gritar y salir de control, miró al suelo con tensión.
—Él solo se fue, tan solo se fue sin explicación alguna. Solo nos pidió que cuidáramos de ti, no sé qué ha pasado, pero sé que cuando se calme, volverá.
—¡No lo hará! Él no regresará —sacudió la cabeza negándolo, cerró los ojos, tratando de tomar más fuerza de la necesaria, estaba completamente sola, frustrada, con miedo, temía regresar a Ben Cork, tenía tanto miedo de vivir —Regresaré a casa —titubeó.
—Sabes que si necesitas algo, no dudes en llamarnos —exclamó Anna.
—Lo haré. Lo haré —respondió automáticamente, destrozada, giró sobre sus talones y desapareciendo de la casa que una vez fue de Joe.
NADA MÁS QUE ESPERAR.
Una vez en su habitación del internado, tomó el medallón de Joe en sus manos apretándolo con fuerza sobre su pecho, mientras que sus lágrimas surcaban sus mejillas. La soledad de su habitación la oprimió de tal manera que cayó de rodillas en medio de ella, deshecha en lágrimas, con el corazón marchito, sus labios trataban de formar alguna palabra, pero lo único que salía era nada.
El dolor de su pecho era abrumador, que no le permitía respirar, quedando rendida, echa un ovillo sin ganas de seguir, sin motivo para caminar y ver más allá de lo que le esperaba, ante el dolor quedó profundamente dormida por el cansancio, por las lágrimas, por sentirse sola, engañada y sin nada por qué luchar. No tuvo tiempo, ni fuerzas para poder soñar, ya que de la nada la puerta se abrió de golpe, en un respingo, se sentó, restregándose los ojos ante las lágrimas con el corazón martillando sobre su garganta, dio un suspiro al ver a Gabrielle entrar — ¡Oh Dios mío, apiádate! —rogó en voz baja, ya que nada bueno podía esperarse de las visitas de su hermana menor.
Y como era de esperarse, su hermana atravesó la habitación, su furia era palpable, una ira incontrolable que crecía dentro de ella, sin más alzó la mano y la dejó caer con fuerza sobre el rostro pálido de Natle, el duro sonido acentuado con el silencio de la habitación, proporcionándole una momentánea satisfacción.
Natle no sintió el golpe, pero si el ardor que se expandía sobre su mejilla y la evidencia de esta, dejando una marca rojiza que se distinguía sobre su palidez. El golpe fue tan fuerte que Natle no tuvo la fuerza para sostenerse, cayendo de lado sobre su muñeca, lastimándosela ante la caída inesperada.
—¿Qué rayos sucede contigo Gabrielle? —exclamó sentada en el suelo, tratando de encontrar una explicación a los debidos ataques, además de tratar de acomodarse la barbilla.
—¡¿Explicación?! ¡Una maldita explicación! —bramó su hermana.
—¡SÍ! —gritó Natle.
—¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste hacerlo? —le reprochaba algo que ni ella misma sabía.
—Me parece que golpearme se ha hecho en un gran hábito para todos en este internado de mierda… y si supiera de qué diablos hablas trataría de explicártelo pero veo que interrumpir en medio de mi habitación y abofetearme como a un trapo es suficiente. Creo que ya deberías estar satisfecha.
—¿¡Explicarme!? ¿Explicarme? Siempre fuiste tan egoísta. Una maldita perra egoísta.
—¿Egoísta yo? No sé de qué me hablas —trataba de defenderse de los constantes ataque de su hermana.
—No te hagas la tonta, que ese papel no te queda ya. Mamá perdió a su bebé y tú tan feliz aquí, mientras que ella está sufriendo por la pérdida.
—Sacas conclusiones precipitadas. Como siempre —inquirió —Yo no tuve nada que ver —trató de hacerle entender y sacarla de su error —¡Lo juro!
—No es de genios saber que en cada desgracia esta tu nombre escrito en neón. Debes de estar contenta por la pérdida del bebé. Por qué crees que ni Joe te lo dijo, porque sabía que eres una egoísta, qué harías todo por ser siempre el centro de atención.
—¡Calla! ¡Calla! —Natle no lo soporto más derrumbándose en su propia miseria.
—Ya debes estar contenta, siempre deseaste que pasara eso. Pues al fin lo lograste maldita perra —con un intento más a golpearle, elevó la mano lista para dejarla caer sobre el rostro de su hermana, cuando una mano fuerte y dura le asió la muñeca sin miedo a lastimarla.
De la nada, Ray apareció detrás de Gabrielle evitando que esa bofetada encuentre lugar, Philip corrió a lado de Natle tratando de ayudarle, pudiendo observar que el golpe había lastimado la comisura de sus labios, brotando hilos de sangre de sus delicados labios, limpió la sangre con sus dedos, preocupado por el rostro pálido y enfermizo de Natle —¡Natle! ¿Te encuentras bien? —susurró, a lo que ella tan solo respondió con un asentimiento de cabeza.
—¡Tranquilízate Gabrielle! Creo que es suficiente, creo que estas castigándole demasiado. Que seas su hermana no te da el derecho de golpearle a tu antojo, pero si hablamos de eso. Creo que tu línea de sangre no te permite golpearle y sabes bien a lo que me refiero.
—¡SUÉLTAME! —ordenó Gabrielle, pero Ray solo logró clavarle los dedos.
—Y yo diría que bajes esa mano. No vez que no tiene la mínima idea de lo que pasó, tan solo fue un accidente, deberías controlarte y detenerte de una jodida buena vez.
—Contigo —la señaló con el dedo de manera despectiva —La vida es un riesgo. Contigo todo puede pasar y los accidentes no son opción a tu lado. Además Joe esta tan ciego que socaparía todas tus ridiculeces. Ambos son tal para cual, ambos son idénticos, no me extraña que sean el uno para el otro en todos los sentidos posibles. Quizás por eso se tuvo que ir de Ben Cork, lo estabas asfixiando tanto con tu maldito papel de víctima e inocente paloma.
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