Desde un punto de vista simbólico, en la colonialidad se alinean, uniformizan, disciplinan subjetividades. Sus principios son las manifestaciones aviesas del poder que afianza y expande la nueva esclavitud como modo de ser en la vida; afirma la radicalización de la desigualdad, profundiza la pobreza, justifica los métodos de racialidad y somete a las poblaciones al encierro masivo. En definitiva, se legitima la indistinción entre el adentro y el afuera, entre inclusión y exclusión, conformando la inclusión exclusiva .
Precisamente colonialidad es gestión del encierro masivo por cuanto expone al sujeto a su desnudez, al arrasamiento simbólico, al confinamiento de sí. Vislumbra el enlace entre múltiples panópticos visibles e invisibles: una combinación entre un cartesianismo actualizado y un renovado leviatán en los que confluyen el deseo de autonomía, pero también el de sometimiento voluntario. 4
Mediante tecnologías de vigilancia externas e internas, se combinan indistintamente la hechura trascendente y universal que caracteriza la voluntad única y universal del poder por gobernar y dominar, y la gobernabilidad inmanente de la vida –en la modalidad de operaciones y lógicas jurídicas, políticas, económicas y militares a los efectos del ordenamiento de las conciencias a la cadena de producción–; así, el poder incursiona violentamente condicionando deseos y voluntades.
La potestad de quien ejerce la autoridad es “escuchar”, “entender los problemas de la gente”, “encontrar respuestas que alivien el sufrimiento”, “privilegiar las palabras de quienes padecen”, “gobernar para todos y todas”, “respetar las voluntades colectivas”; en fin, devolver a la multitud su humanidad, cuando al mismo tiempo se la abandona. Por eso, cuando hablamos de la nuda subjetividad estamos hablando del acto de lo absurdo.
Sin embargo, las subjetividades ya no dependen solamente de tecnologías de control externo –normalización de voluntades, modelación de deseos–, sino que conciernen al control interno: cada persona no solo debe autorregular su propia conducta, sino que elige relegar su autonomía y libertad para refugiarse en la sumisión ante la promesa incierta de un futuro prometedor. ¡Quiero mi libertad, mi lucha es por mi libertad, pero también lo es mi resignación!
En definitiva, colonizar el pensamiento es creer y respaldar el torrente de promesas por una sociedad futura en la cual soñar; es mirar indefinidamente hacia adelante por cuanto las multitudes lidian ante un presente tormentoso, obsceno, porque al quedar atrapadas en las brumas del pasado se les impide emerger.
Es en este contexto cuando en 2020 una dura epidemia se ha desarrollado por todo el mundo. Precisamente esta época funda una nueva desdicha. Un nuevo virus, el SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, se ha extendido y está infectando a millones de personas. Esta difusión ha obligado a los gobiernos a ensayar diferentes estrategias de contención entre confinamientos, distanciamiento social, barbijos, la promoción de favorecer el contagio de rebaño, entre tantas.
Un escenario de esta envergadura solo había sido concebido en la ficción y hoy constituye una de las preocupaciones centrales de la vida. También se han arriesgado diversas conjeturas sobre factibles causas y sus derivaciones para el mundo que vendrá una vez finalizada la pandemia.
Lo cierto es que la pandemia estalla y al mismo tiempo deja entrever las inequidades estructurales que hemos denominado nuda vida. La situación de COVID-19 en el mundo y especialmente en América detona la precariedad de la vida, y de las brutales condiciones materiales y subjetivas que nunca fueron resueltas.
De esta manera, el escenario de expoliación es evidente y se extiende con la pandemia. En ocasiones se asiste al renacer de propuestas neomalthusianas acompañadas por audaces cálculos económicos y pruebas eugenésicas. Precisamente la pandemia abochorna transitoriamente con el espectáculo de cuerpos expuestos a la indignidad. Rápidamente nuevas falacias, nuevas promesas, nuevas estrategias adormecerán una vez más las conciencias. Por su parte, las poblaciones también se resguardan con medidas contradictorias oscilantes entre empecinados acatamientos a la cuarentena y el estallido de tumultuosas manifestaciones de desobediencia y defensa por la libertad y el fin del encierro.
Las previsiones acerca de nuevas sociedades, de nuevas cargas inmunizadoras, agitan los límites de la ciencia. Nuevas generaciones de posnormales auguran un panorama sombrío para las mayorías. Cruje la vieja normalización elaborada por la modernidad por una nueva composición adecuada a nuestros días; la posnormalidad resultará entonces de una combinación de circunstancias protectoras frente al mal que viene de afuera, pero que también contamina desde el interior de la sociedad.
Esencialmente la destreza será proteger y mantener viva la pasión por la esperanza, una perspectiva que disloque el freno angustiante, desesperante del presente. Los porvenires de la sociedad siempre encasillados en la quimera hoy están puestos en la ciencia como un estandarte de protección; ella encierra la clave necesaria para afrontar la pandemia.
Más allá de las necesarias resoluciones biológicas por encontrar una solución a la pandemia, también destacamos variedades de procedimientos –cibernéticos, económicos, raciales– hoy todavía en fase de experimentación biopolítica. Son procedimientos de colonialidad que se preparan para los días que vendrán; enaltecen los deseos de ser libres y, al mismo tiempo, impiden desprenderse de las ataduras. Serán nuevos dispositivos de seguridad cuyas complejidades no descartan la continua mutación entre el deseo de libertad y el de permanecer bajo el abrigo del poder.
Vista así, la estrategia de inmunidad es permanente y se continúa mediante dispositivos contradictorios que constituyen la nueva gestión de la vida. La analogía es perfecta por cuanto también se prevé que la COVID-19 probablemente nunca desaparezca. De este modo se refuerza la narrativa oficial que construye la imagen del enemigo invisible de adentro y de afuera extensivo a un mundo más individualizado, menos solidario, más replegado, aislado, encerrado, y menos dispuesto para interactuar.
¡Sin embargo, la ilusión por alcanzar el homicidio perfecto no logra ocultar las luchas y resistencias de subjetividades enardecidas, tempestades que pugnan por emerger!
En tanto la actualidad pre COVID-19 estuvo cargada por estallidos sociales –en la Argentina macrista, en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, Honduras, Haití–, los movimientos sociales alejados de fantasiosas realidades emprendían resistencias, rechazaban el modelo de explotación neoliberal. En muchos casos superaron las vías institucionales.
Sin embargo, apagados dichos clamores por la pandemia, estos tiempos auguran escenarios en el que los nuevos amos afiancen sus poderes, refuercen imperativos enraizados. ¡De resultas, el llamado al sometimiento voluntario no es otro que el de una necesaria resignación ante la fatalidad del “destino”! Las multitudes buscan en un renovado leviatán la seguridad, la protección, y por eso volverán a optar quedar atrapados en la encerrona.
1. Es Enrique Dussel quien plantea que “el populismo, como la cultura nacional hegemonizada por la burguesía interior de nuestros países periféricos, que por su parte ha significado lo más progresista de las culturas capitalistas latinoamericanas […] remata en la cultura inquisitorial de los militarismos de seguridad nacional” (citado por Zulma Palermo, comp., Des/colonizar la universidad , Buenos Aires, Del Signo, 2015, p. 25, nota 17).
2. Hacemos extensiva la afirmación de Franz Fanon a nuestros días por cuanto, al diferenciarse de Hegel y del proceso de enajenación, expresa: “Hay sin duda el momento del «ser para otro», del que habla Hegel, pero en una sociedad colonizada y civilizada toda ontología es irrealizable”, dado que “el negro no tiene resistencia ontológica a los ojos del blanco” (Franz Fanon, Piel negra, máscaras blancas , Buenos Aires, Abraxas, 1973, pp. 90 -91).
Читать дальше