1 ...7 8 9 11 12 13 ...20 El comandante ya se retiraba, pero antes de desaparecer por el portal del pabellón de oficiales, volvió sobre sus pasos y tomó la palabra:
—¡Soldados! —dijo en voz alta—. Me consta que sois buenos españoles y fieles a la República; la que todos los españoles y la que vosotros mismos habéis instaurado en España para lograr un país moderno y de progreso, que mejore el bienestar de todos y no solamente el de unos cuantos privilegiados. Por eso os conmino a que defendáis nuestra nación de las hordas golpistas y que detengáis esta rebelión. Este traicionero y cobarde golpe de Estado pretende acabar con nuestra democracia e imponer la represión fascista, que quiere instaurarse en Europa y en nuestro país.
—Quiero que sepáis —continuó hablando— que esta rebelión militar que se ha iniciado en Marruecos ha asesinado impunemente a todos los oficiales que se mantenían fieles a la República en aquella zona, y están consiguiendo transportar en aviones tropas africanas a la península. Una ofensiva militar se ha iniciado en Andalucía y marcha hacia el norte por Extremadura, arrasando campos y ciudades; asesinando a inocentes y masacrando al pueblo desprevenido y desarmado. Al mismo tiempo, otras tropas rebeldes avanzan desde las ciudades castellanas del norte. Ambas tienen como objetivo entrar en Madrid. ¡Hay que evitarlo, soldados! ¡Hay que sofocar esa rebelión y acabar con los traidores! ¡Hay que defender España! ¡Viva la República! ¡Viva España! —y se marchó.
—¡Rompan filas! —ordenó el teniente.
Se deshizo la formación con desánimo y aquello fue un deambular de jóvenes hombres indecisos. Fue tal la sorpresa y el desconcierto que nos quedamos parados, incluso mudos. Ni siquiera sabíamos qué decirnos. Andábamos de forma cansina, sin rumbo. Yo no sabía qué hacer: si regresar a la compañía, si quedarme en el patio, si marcharme… Ahora, según nos había dicho el comandante, estábamos licenciados. Pero la situación irregular que se había generado nos tenía desconcertados. ¿Y el documento que certificaba nuestra licencia? Necesitábamos alguna documentación. ¡A ver si ahora salíamos a la calle y nos detenían por desertores! Teníamos todos que aclararnos y comprender.
Me topé con Adánez y con Santiago. Observé en ellos, por sus expresiones, una desorientación similar a la mía. Estaban parados juntos, pero sin decir palabra. Sorprendidos. Me uní a ellos.
—¡Ahora resulta que nos dejan a nosotros para que, a nuestro albedrío, impidamos que los golpistas logren lo que quieren… —dijo Adánez rompiendo nuestro silencio— Sin nadie que nos dirija y sin saber qué hacer…
—¡Están locos! —dije—. Esta orden sin sentido, esta absurda decisión o como quiera que se llame, equivale a liquidar el Ejército. Pero, entonces…, ¿quién defenderá la República?
—Pues, ¿no has oído lo que ha dicho el comandante? —intervino Gabino—. ¡Pues nosotros!; los que no queremos que los logros democráticos conseguidos se pierdan.
—Pero esto no hay quien lo entienda —dijo Adánez—. Una rebelión militar solamente puede ser sofocada por otra intervención militar. ¡No hay otra solución!
—¡Claro! —dije yo—. Lo que sucede es que el Gobierno de la República no tiene claro quién sigue siendo fiel y quién no. Si no fuese así, ¿no creéis que, después de destituir al coronel Tulio, no podían haber puesto a otro? Lo que pasa es que no saben a quién. No confían en ninguno.
—Se fían más de los que forman su Gobierno, de los sindicatos y los partidos comunistas y socialistas — habló Gabino—. Seguro que estarán al tanto de lo que ellos dispongan.
—O sea, que el orden constitucional —dije— lo dejan en nuestras manos. Las de cualquiera que quiera imponerlo. ¡Mal lo llevamos!
El patio del cuartel estaba revuelto. Los soldados, recién liberados de sus responsabilidades castrenses, se tomaban las libertades que el descontrol imperante permitía. Cada uno hacía lo que le daba la gana.
—¡Vamos a las compañías a por las armas! —gritaba uno—. Y vamos a hacerles ver quién manda aquí.
—¡Menudo error! —comenté—. Si se crean esas milicias populares voluntarias, no tendrán homogeneidad. Habrá algunos milicianos idealistas que sí, que se sientan comprometidos con la Constitución y con la República, y pretendan el orden; pero ¿qué va a pasar cuando los que solo miran por sus propios intereses se sientan con la fuerza que les da un fusil en sus manos?, ¿con esos a los que solo les mueve su envidia, la sed de venganza o que ven ahora la posibilidad de que esa «lucha de clases» que promulgan se apoye, más que en la razón, en la fuerza de las armas…? O, más lejos aún: ¿y si son delincuentes y solo les mueve su posibilidad de saquear o robar…? ¿O, peor, su odio?
Ante el lógico razonamiento, los tres nos quedamos callados, meditando.
—Si cada uno va a actuar a su criterio, si no hay unidad o alguien con liderazgo y capacidad estratégica que sea capaz de dirigir una adecuada intervención militar, estamos perdidos —dijo Adánez—. En este momento se necesita un Gobierno fuerte; un presidente que sea un líder al que seguir; unos políticos capaces de estar unidos ante la adversidad, de llevar el asunto a un consenso internacional que nos dé la razón y nos apoye… Y sin un Ejército fuerte, disciplinado y fiel que los frene, estaremos perdidos. Los sublevados lograrán lo que se proponen. Vencerán. Que no os quepa la menor duda.
Del legajo
4. De vuelta en Madrid
Me encuentro de nuevo en Madrid. Regresé ayer del pueblo. Deseaba la tranquilidad en mi casa y estaba impaciente por leer aquellas, para mí misteriosas, cartas que sustraje del aparador de la vieja casa de mi madre.
Había tenido un día ajetreado y deseaba relajarme. Vivía solo y después de comer algo, me dispuse a echar un vistazo al legajo.
Abrí la caja de zapatos y extendí su contenido sobre la mesa baja que tenía frente al sofá. Pensé que no era bueno romper el orden cronológico y, para no tener que extraer de los sobres su misiva, lo hice fijándome en las fechas de los matasellos; si es que lo tenían.
20 de julio de 1936, se leía en la siguiente carta que tomé del legajo.
Era una carta escrita por mi padre y la destinataria era mi fallecida madre Pilar, que por entonces debía de ser su novia. Por detrás, en el lugar del remitente, ponía sencillamente Mariano, pero no indicaba dirección alguna.
Esta carta, a diferencia de la anterior, con una perfecta letra recta y enérgica, que denotaba que quien la había escrito tenía un cierto nivel de formación.
Madrid, 20 de julio de 1936
Querida Pilar:
Espero que, al recibir esta carta, tú y tu familia os encontréis bien y con buena salud.
Te supongo enterada de las cosas que están pasando, pero me imagino que ahí, en el pueblo, todo estará más tranquilo.
Tengo unas ganas enormes de estar contigo, abrazarte y decirte lo que te quiero. No hay otra cosa que desee más. Eso ya lo sabes. Desde el último permiso que me dieron en Navidad, no he podido verte y ardo en deseos de hacerlo. Espero que pronto sea posible.
Hoy, por fin, me han licenciado; pero ha sido de una forma irregular y extraña. Bueno, lo importante es que para mí la mili ha terminado. Intentaré ir al pueblo lo antes que pueda, pero las cosas ahora no están fáciles y no sé cuándo podrá ser.
No quiero asustarte diciéndote que todo está complicado. Yo estoy bien. Intento no meterme en líos, pero aquí, en Madrid, hay mucho revuelo con eso de la guerra y te tienen que dar permiso para todo. Pero no te preocupes, lo conseguiré. Voy a ver si puedo ir primero a Toledo y después, desde allí, será más fácil llegar al pueblo.
De momento no tengo ninguna dirección donde me puedas escribir, porque desde mañana ya no estaré en el cuartel. Cuando sepa algo ya te lo diré.
Читать дальше