“Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores...” Esta petición corresponde a la séfira Hesed con la cual conectamos al pronunciar esta frase. A Hesed le corresponde el planeta Júpiter, símbolo de la indulgencia, de la generosidad. Para perdonar, hay que disponer de esta confianza superior que Júpiter atesora, con objeto de que nadie pueda despojarnos de las riquezas que Dios ha preparado para nosotros.
“No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal...” Este versículo representa a la séfira Geburah, a la que corresponde el planeta Marte. Los Ángeles de Geburah son los que expulsaron a Adán y Eva del Paraíso después de haber sido tentados por la serpiente, porque estos Ángeles son servidores de Dios que combaten el mal y las impurezas. Entrando en contacto con Geburah, el hombre se fortalece y aprende a resistir el mal.
El esquema siguiente os mostrará cómo se pueden agrupar en triángulos estos sefirot:
El triángulo superior, formado por Kether, Hochmah y Binah, corresponde al mundo sublime de las emanaciones que la Cábala llama Atziluth. Más abajo, el triángulo invertido, formado por Tipheret, Hesed y Geburah, corresponde al mundo de la creación: Beriah. Más abajo todavía, el triángulo Iesod, Hod, Netzach, corresponde al mundo de la formación, Ietzirah, y, finalmente, Malkut, quien ya os he dicho que agrupa todos los demás sefirot, corresponde al mundo de la realización: Asiah.
Malkut es el Reino, Iesod el Poder, Hod la Gloria y Netzach la Eternidad. Así, cuando pronunciamos la frase: “Porque tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, por los siglos de los siglos”, entramos en contacto con los cuatro últimos sefirot del Árbol de la Vida.
¿Empezáis a daros cuenta de la inmensidad de esta oración que Jesús nos dio, tan breve y, en apariencia, tan sencilla? El universo entero está contenido en ella. ¡Cuántos horizontes se abren ante vosotros...! Pero lo que os he dicho es aún muy poco; reflexionad, meditad en estas palabras... y descubriréis maravillas.
¡Que la luz y la paz estén con vosotros!
1Del hombre a Dios - sefirot y jerarquías angélicas, Col. Izvor nº 236, cap. II: “Presentación del Árbol sefirótico”, y cap. III: “Las jerarquías angélicas”.
2La fe que mueve montañas, Col. Izvor nº 238, cap. VIII: “Nuestra filiación divina”.
3“Y él me mostró un río de agua de la vida”, Parte XI, cap. 2: “Las raíces de la materia: los cuatro Animales santos”, y cap. 3: “Los cuatro elementos en la construcción de nuestros diferentes cuerpos”.
4Los Esplendores de Tipheret – El sol en la práctica espiritual, Obras completas, t. 10.
5La alquimia espiritual, Obras completas, t. 2, cap. VI: “El milagro de los dos peces y de los cinco panes”.
6El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor nº 202, cap. I: “La ley de causa y efecto”, y cap. VIII: “La reencarnación”.
7El Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, Col. Izvor nº 210, cap. VI: “Las tres grandes tentaciones”.
8La Ciudad celeste (Comentarios del Apocalipsis), Col. Izvor nº 230, cap. XI: “El Arcángel Mikhaël derrota al dragón”, y cap. XV: “El dragón atado durante mil años”.
9Los Misterios de Iesod, Obras completas, t. 7, Parte I: “Iesod refleja las virtudes de los demás sefirot”.
II
“MI PADRE Y YO SOMOS UNO”
Cuando consideramos la historia de las religiones, nos damos cuenta de que Moisés aportó una idea verdaderamente revolucionaria al presentar a Yahvé como un Dios único. Pero este Dios era terrible, era el Amo del universo, un Amo implacable, intransigente, un fuego devorador; ante Él, los humanos no eran más que criaturas temerosas y temblorosas, obligadas a asumir sus mandamientos, si no querían ser aniquilados. Después vino Jesús y presentó al Señor como un Padre de quien somos hijos; la distancia que nos separaba de Él disminuyó: estábamos unidos a Él por lazos familiares, todo había cambiado. En realidad, ¿dónde estaba el cambio? Sencillamente, en nuestras cabezas, en nuestros corazones, en nuestro interior: nos sentíamos más cercanos a Dios.
Pero cabe ir aún más lejos. Mientras situéis al Señor en algún lugar del universo que se llama Cielo, con sus ángeles y sus arcángeles, tendréis una idea objetiva de Él; aunque Él sea vuestro Padre y vosotros sus hijos, El seguirá encontrándose en vuestro exterior. Es posible que Dios exista fuera del hombre; pero cuando el hombre lo concibe como algo muy lejano, siente sus propias limitaciones, percibe los obstáculos que le separan del Señor: demasiados mundos, demasiadas estrellas, espacios infinitos... Así, es imposible unirse a Él.10
Si consideramos al Señor externo a nosotros, ello significa que también nosotros somos externos a Él y que deberemos sufrir la misma suerte que cualquier objeto. ¿A qué objetos me refiero? Tomad, por ejemplo, a un labrador, un artesano o un obrero: utilizan objetos que son, evidentemente, distintos a ellos mismos; los utilizan durante un momento y, después, una vez terminado el trabajo, los dejan a un lado; y, al día siguiente, o más tarde... los vuelven a coger. Así también, mientras nosotros creamos que existimos fuera de Dios, debemos aceptar que Dios nos coja, y después nos deje a un lado como si fuésemos objetos. Ved lo que hace el alfarero con sus cacharros, o el ama de casa con las cacerolas de su cocina: si las cacerolas tuvieran conciencia, ¿qué dirían? Gemirían: “¡Hace tanto tiempo que nuestra ama nos ha abandonado! Cuando nos utilizaba, por lo menos éramos calentadas, la cuchara nos rascaba y ello producía un ruido agradable y nos alegrábamos; pero ahora todo se acabó, nos ha olvidado: ¡qué maldad! ¡qué crueldad!”
¡Qué esperáis pues! Si frente al Señor os comportáis como objetos, es normal que de vez en cuando se olvide de vosotros. No se lo podéis reprochar. ¿Osaría, acaso, una cacerola de vuestra cocina, reprocharos que la habéis abandonado? Sois los dueños de vuestra casa, hacéis lo que queréis y ello es normal. Entonces, ¿por qué os rebeláis contra el Señor cuando os sentís abandonados? No es lógico, no es justo... Cuando seáis algo dentro de Él, en su cabeza, en sus miembros, entonces estaréis siempre con Él; si no, debéis aceptar que, de vez en cuando, os deje de lado.
Pronto, creedme, se producirán cambios en la filosofía y en las concepciones religiosas de los humanos. De momento, ellos ven como normal, natural, marcar distancias que los separan de Dios; todo el mundo está convencido de que debe ser así. Pues bien, entonces, ¿por qué gritan cuando sufren las consecuencias de este distanciamiento?
Ya os he dicho que en el futuro habrá un Tercer Testamento que vendrá a completar los dos precedentes; y esta verdad será subrayada, recalcada, presentada como lo esencial: que el hombre todavía debe aprender a acercarse más a Dios, a sentirlo dentro de sí mismo. Entonces ya no se sentirá abandonado.
En realidad, si nos sentimos abandonados por el Señor, es porque nosotros también lo hemos abandonado a Él. ¿Acaso estamos siempre con Él? Habéis hecho la primera comunión, de acuerdo, y durante unos minutos le habéis rezado al Señor, pero, desde este día hasta los cincuenta o sesenta años ¿habéis pensado de nuevo en Él? No. Entonces, ¿por qué tendría Él que pensar continuamente en vosotros? ¿Qué somos nosotros, qué representamos para que Él esté obligado a ocuparse continuamente de nosotros?
Evidentemente, el Señor piensa siempre en nosotros, ¡pero de una manera muy diferente de lo que nos imaginamos! Cuando nace un niño, la Inteligencia cósmica le otorga todo lo necesario para vivir en la tierra; no le falta nada: brazos, piernas, órganos, todo está ahí. Lo envían a la tierra completamente avituallado, como se hace con un soldado: le dan un fusil, unas botas, un casco y municiones, y después él tiene que arreglárselas con todo esto. A nosotros, el Señor también nos ha dado todo lo que necesitamos: vida, salud, fuerza e inteligencia, así como todo cuanto precisamos para mantener estos dones; es culpa nuestra si no sabemos utilizarlo.
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