En efecto, si las fuerzas del mal llegan a destruir al hombre, es porque éste les da la posibilidad de hacerlo. Todo depende de él; si él no las deja entrar, no pueden hacer nada. Su poder de seducción es tan grande que logran hacerle creer que haciendo esto o aquello será más fuerte, más rico, más feliz. Si sucumbe, pueden apoderarse de él y destruirle. Pero si no cede, no pueden hacer nada contra él. Por eso, podemos decir que el hombre tiene los mismos poderes que el Señor, pero sólo cuando se trata de decir no, de rehusar, de oponerse a una influencia. Para imponer su voluntad, para obtener lo que se desea, las posibilidades humanas son muy limitadas y se necesita mucho tiempo y mucho trabajo. Pero para negarse, para decir no, ahí el hombre es todopoderoso. Ni siquiera el Infierno puede nada contra él. Si se deja influir es porque es ignorante, y no sabe en dónde radica su verdadero poder.
En ciertos países, como Turquía, se practica una forma de lucha muy original: los adversarios van casi desnudos y su piel está enteramente untada de aceite. Les es, pues, muy difícil atraparse el uno al otro, ambos se escurren de las manos como anguilas. Pues bien, frente a los espíritus negativos hay que hacer lo mismo. Cuando decís no a estos espíritus, os “untáis de aceite”, y no pueden cogeros. Pero si dejáis hilos sueltos, cuerdas a vuestro alrededor – simbólicamente hablando – los espíritus se agarran a ellas y ya no podéis escapar, sois atados y vencidos. No hay que dejar, pues, cabos sueltos, hay que tener el cuerpo liso, para que los indeseables no puedan cogeros; y ser lisos quiere decir: saber decir no.*
* Ved el capítulo IX: “Velad y orad”.
Cuando se presente una tentación, decíos: “Evidentemente, es atractivo, es apetitoso, pero no es para mí. Yo quiero llegar a ser un sabio, un hijo de Dios; no me dejaré arrastrar, venceré esta tentación, seré más fuerte...” No hay que considerar las tentaciones como inconvenientes, como obstáculos en vuestro camino, sino tomarlas, al contrario, como estimulantes, porque os sirven para fortaleceros. Un sabio, un Iniciado, no evita las tentaciones; incluso las crea adrede para aprender a dominarse. El que huye de las tentaciones, tarde o temprano acaba sucumbiendo a ellas. Huyendo no se resuelven los problemas. Por eso os decía que no estoy seguro de que Jesús dijera verdaderamente: “No nos dejes caer en la tentación”, porque debemos ser tentados para conocer nuestras verdaderas posibilidades y con ello fortalecernos. La tentación es como un problema a resolver, como un examen que hay que pasar: mostráis de qué sois capaces. No hay que pedirle al Señor que nos evite las tentaciones, sino solamente que nos ayude para no sucumbir ante ellas. El mal existe, las fuerzas malas existen, y es inútil suplicar al Señor para que las aniquile. Él no lo hará. Está escrito en el Apocalipsis que sólo al final de los tiempos el Diablo será echado a un estanque de fuego y azufre.8 Hasta entonces, estaremos continuamente enfrentados al mal; más vale, pues, aprender la forma de tratarlo y saber cómo hay que actuar contra él.
Estudiemos ahora el último versículo: “Porque Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria por los siglos de los siglos...” Para comprender esta frase, hay que referirse de nuevo a estas regiones del espacio espiritual de las que os hablaba al empezar, regiones que Jesús llama “los cielos” y que corresponden a lo que la Cábala llama los sefirot. El conjunto de estos diez sefirot forma el Árbol sefirótico o Árbol de la Vida. El nombre de cada séfira expresa una cualidad, un atributo de Dios: Kether, la Corona; Hochmah, la sabiduría; Binah, la inteligencia; Hesed, la misericordia; Geburah, la fuerza; Tipheret, la belleza; Netzach, la victoria; Hod, la gloria; Iesod, el fundamento; Malkut, el reino. La décima séfira, Malkut, el reino, refleja y condensa todos los demás sefirots.9
Jesús dijo: “El Reino de Dios es semejante a un grano de mostaza...” El grano representa siempre un principio, el principio de una planta, de un árbol, etc. Pero hay que comprender que si en el plano físico el principio está abajo, en el plano espiritual, donde los procesos se desarrollan al revés que en el plano físico, el principio está arriba. Por eso, mientras que en el plano físico el crecimiento se efectúa de abajo a arriba, en el plano espiritual se efectúa de arriba a abajo. Por tanto, el grano, la semilla plantada, es la primera séfira, Kether. Cuando el grano se desarrolla, primero se divide en dos, después se convierte en tallo, en ramas, hojas, brotes, flores y frutos; y el fruto, a su vez, contiene semillas. Kether, la semilla plantada, se convierte en un árbol, pasando sucesivamente por todos los demás sefirot hasta llegar a Malkut. El fruto maduro, el fruto que da la vida, la pulpa que se come, es Iesod, y contiene la semilla. Podéis ver, pues, que al final de su crecimiento, la semilla plantada se convierte en la semilla, en el fruto, y Malkut, la semilla de abajo, es idéntico a Kether, la semilla de arriba, porque el principio y el fin de las cosas siempre son idénticas. Cada punto de partida no es otra cosa que el final de una evolución anterior, y cada final, el punto de partida de otra evolución. Todas las cosas tienen un principio y un fin, pero no existe un verdadero principio. Cada causa produce un efecto, y este efecto es la causa de un efecto nuevo.
En la frase: “Porque Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria”, estos tres conceptos corresponden a los tres últimos sefirot: Malkut, Iesod y Hod.
El Reino es Malkut, el Reino de Dios, la realización; ahí es donde se encuentra nuestra tierra.
El Poder es Iesod, que significa “fundamento”, “base”, porque esta séfira preside la pureza, que es el verdadero fundamento de todas las cosas; la fuerza sexual está también ligada a Iesod, porque el verdadero poder está ahí, en la fuerza sexual. Ella es la que crea la vida y ella también es la que, en los planos superiores, aparece como el origen de las más grandes realizaciones. El planeta que le corresponde es la Luna.
La Gloria es Hod, la luz que brilla con el resplandor de todas las ciencias, de todos los conocimientos. El planeta que le corresponde es Mercurio.
La última frase del “Padre Nuestro” significa, pues: “Porque Tuyas son las tres regiones que están al final del crecimiento de Kether en Malkut, regiones que representan la realización…” El Reino, el Poder y la Gloria, forman un triángulo que repite el triángulo del principio: “Santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad...” El Nombre, el Reino y la Voluntad, son los sefirot Kether, Hochmah y Binah. Así pues, al triángulo superior, Kether, Hochmah y Binah, que representa la creación en el mundo invisible, espiritual, corresponde el triángulo inferior, Malkut, Iesod y Hod, que representa la concreción, la formación, la realización en el plano físico... “Por los siglos de los siglos...”, fórmula que corresponde a la séfira Netzach, cuyo nombre significa “eternidad”.
Diréis: “Pero, ¿cómo situar ahora los demás sefirot: Tipheret, Geburah y Hesed?” Podríais descubrirlo vosotros mismos estableciendo las correspondencias de acuerdo con los métodos y las explicaciones que ya os he dado. Pero volvamos de nuevo a los versículos, siguiéndolos por orden, a partir del cuarto: “Nuestro pan de cada día dánosle hoy...” El verdadero pan de cada día, fuente inagotable de vida, es la luz de Tipheret, séfira donde reina el Sol, porque el hombre recibe del sol su alimento físico y espiritual.*
* Ved el capítulo VI: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna”.
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