Sí, mis queridos hermanos y hermanas, el amor de Dios aporta la plenitud de la vida. Pero hay que saber en qué estado hay que captar este amor, que está difundido por todas partes en el universo, e incluso en las criaturas, hay que saber qué actitud debemos tener para beneficiarnos de él lo máximo posible. Se trata de todo un cambio de mentalidad para ser cada vez más sensibles al lado sutil de las cosas y no solamente al lado material, tangible. El amor de Dios está en todas partes, y debemos saber alimentarnos con este amor, porque los cambios que produce en el ser humano son extraordinarios. Ya no es tan débil, tan esclavo de las circunstancias; se alimenta con este amor y se siente rico, independiente. Tanto si le aman como si no planea por encima de todo, es rico, está colmado, posee este amor en sí mismo. Diréis que es difícil de comprender. Sí, es difícil porque los humanos no buscan lo sutil, lo vivo, lo profundo, lo invisible de las cosas, que es lo único que les puede dar lo que necesitan. Y luego, evidentemente, son vulnerables.
“Bojiata liubov nossi peulnia jivot...” Hace años que pronunciáis esta fórmula sin daros cuenta de que contiene toda una enseñanza. El amor de Dios está en todas partes, pero para captarlo hay que tener una actitud especial. Esta actitud es la de la aguja de la brújula que se orienta siempre hacia la Estrella Polar. Lo que significa, para el hombre, que debe volver su rostro hacia el Señor, y no su espalda, como todo el mundo hace actualmente. Ya no saben cultivar una actitud sagrada.8 Ya no respetan nada, se burlan de todo, y así cierran todas las puertas al verdadero amor y a la verdadera vida. Además, ni siquiera creen que esta cuestión de la actitud que hay que tener con la naturaleza, con la vida, con el Señor, pueda ser tan importante. Se imaginan que cultivando cualquier actitud lo pueden comprender todo, obtener todo. Dios mío, ¡qué ignorantes! Y, sin embargo, conocen la química y saben que, para obtener tal reacción, hay que tomar tal y tal elemento, en tal y tal cantidad, llevarlos hasta tal temperatura… Si no realizáis estas condiciones no se produce nada, todo el mundo lo sabe; pero cuando se trata de las condiciones que hay que cumplir para tener resultados en la vida interior, ya no saben nada, ya no comprenden nada.
El amor de Dios aporta la plenitud de la vida. Pero, para aproximarse a este amor, hay que tener, por lo menos, necesidad de él, y comprender la inmensidad de esta riqueza. Mientras no lo hayan comprendido, buscarán este pequeño amor limitado que deja siempre desechos y sufrimientos, ¡o bien “el gran amor”!, lo que es aún peor, porque este amor es un fuego que lo quema todo; es un incendio, y allí por donde pasa no queda nada. El amor humano os da, desde luego, unas migajas para comer, sólo que hay que pagarlas muy caro, muy caro; mientras que con el amor divino estáis colmados.
No quiero decir que haya que rechazar el amor humano, no; hay que amar a la familia, a la mujer (o al marido), a los hijos, pero, al mismo tiempo, hay que acercarse al otro amor, al amor divino, porque, hagáis lo que hagáis, no podéis hacer felices a los demás sin ese amor. Podéis darles el amor humano, pero nunca estarán completamente satisfechos. Los humanos no saben verdaderamente lo que buscan. Creen buscar el amor humano, pero, en el fondo lo que buscan y necesitan es el amor divino: la inmensidad, el infinito, toda la belleza de la naturaleza y de los seres… Pero antes de llegar a eso, ¡cuántas tiendas irán a visitar! “Dé me el amor… Dé me la plenitud…” Pero ninguna tienda los posee. Únicamente el Señor mismo los posee, y hay que ir a buscarlos junto a Él.9
Mirad lo que sucede con todos estos seres que se han parado ahí, al lado de una tienda. “Tienda”, quiere decir, evidentemente, una mujer bonita… ¡o un señor guapo! Al cabo de algún tiempo, todo está agotado, y se van a otra tienda que se ha abierto más recientemente: la mercancía es más fresca, la publicidad está mejor hecha, los escaparates más surtidos, hay más luz, más colores… Pero ahí también, al cabo de algún tiempo, todo se desmorona, todo se viene abajo, porque no era divino. Sólo es divino aquello que es inagotable y eterno, y eso es lo que deben buscar los humanos: el amor de Dios.
“Bojiata liubov nossi peulnia jivot: el amor de Dios aporta la plenitud de la vida...” ¿Veis?, esta fórmula que repetimos antes y después de las comidas tiene un poder formidable. Un día los humanos se darán cuenta de que sólo el amor de Dios puede aportarles la plenitud. Así pues, en vez de pronunciar esta fórmula maquinalmente, hay que procurar ahora fijarse en ella y decir: “¿Cómo podría yo acercarme a este amor divino, comprenderlo, sentirlo?”
Lyon, 20 de marzo de 1966
5La vía del silencio, Col. Izvor nº 229, cap. XII: “Voz del silencio, voz de Dios”, y cap. XIV : “La habitación del silencio”.
6Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor nº 223, cap. VI: “El canto coral”.
7Una filosofía de lo universal, Col. Izvor nº 206, cap. VIII: “La fraternidad, un estado de conciencia superior”, y cap. IX : “Los congresos fraternales del Bonfin”.
8Amor y sexualidad, Obras completas, t. 15, cap. I: “La actitud sagrada”.
9“Sois dioses”, Parte III, cap. 5: “Amarás al Señor, tu Dios…”.
Capítulo III
El estado en el que tomamos el primer bocado es extremadamente importante. Debemos, pues, prepararnos para hacerlo con la mejor disposición posible, porque es este primer bocado el que desencadena interiormente todos los engranajes. Si empezáis en un estado armonioso, todo lo demás se desarrollará armoniosamente.
El momento más importante de un acto es su comienzo, porque ahí se desencadenan las fuerzas, y estas fuerzas no se detienen en el camino, sino que van hasta el final.
Besáis a una chica, y al principio no es nada, un acto insignificante; pero, al mismo tiempo, desencadenáis muchas otras fuerzas más poderosas, y estas fuerzas, al abrirse camino, os llevan muy lejos y ya no os podéis detener. Estáis en una montaña y tenéis encima de vosotros una enorme roca a punto de caerse por la pendiente a la menor sacudida. De vosotros depende el dejarla tranquila o empujarla. Si la ponéis en movimiento ya no la podréis parar: os aplastará, y a otros muchos junto a vosotros. Si abrís las puertas de una esclusa, ¡tratad después de parar el agua!… Al principio sois los amos, pero no después. Cuando los agitadores desencadenan un motín, ni siquiera ellos logran controlarlo después. Por eso se dice: “Quien siembra viento, recoge tempestades...” Antes de proferir una palabra, de lanzar una mirada, de escribir una carta, de dar la señal para una guerra, tenemos todos los poderes, pero después se acabó, ya no somos más que espectadores y, a menudo, víctimas.
Está escrito en la Biblia: “Al principio, Dios creó el Cielo y la Tierra…”, “Al principio era el Verbo…” 10 Los Iniciados saben la importancia del principio. Si desencadenáis al principio fuerzas luminosas, se producirán después acontecimientos magníficos a los que ya ni siquiera podréis oponeros. De nuevo seréis espectadores y víctimas de las fuerzas que hayáis desencadenado, ¡pero qué víctimas! Recibiréis mucho amor, luz, dulzura, belleza.
Cuando nos recogemos, cuando cantamos unos minutos antes de cada comida, ponemos un buen comienzo para que este acto de comer sea un acto divino. Durante estos minutos de meditación debéis tomar conciencia de la importancia de los gestos que vais a hacer, para poder controlarlos a lo largo de toda la comida. De esta manera, podréis controlar también vuestros pensamientos y vuestros sentimientos. Aquéllos que en estos instantes de silencio toman conciencia de la importancia de la nutrición y de la actitud que hay que tener durante las comidas serán dueños de la situación y darán a sus gestos una flexibilidad, una armonía, una dulzura, un amor extraordinarios, que se reflejará en ellos mismos y les acercará al Señor.
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