Pero no me interpretéis mal, no quiero restarle importancia al sol. Nuestro sol está unido al sol espiritual, y a través de él podemos comunicar con este sol espiritual. Del mismo modo, nuestro sol, el intelecto, está unido al sol del plano causal, que es la sabiduría universal, el conocimiento absoluto. Así pues, nuestro sol es una etapa, una puerta, un grado. Sin embargo, no se os ocurra decir: “Si esto es así, ya no iré al sol porque oculta la realidad...” No la oculta, sólo lo hace para aquéllos que no saben ir más allá.
Si el día pone de manifiesto la importancia de la tierra, de los detalles, de lo pequeño, la noche pone de manifiesto su insignificancia. ¿Tenéis problemas, inquietudes? Contemplad las estrellas por la noche y sentiréis que, poco a poco, todo lo negativo empieza a desaparecer, que os volvéis nobles, generosos, indulgentes y que incluso os reís de las ofensas y vejaciones que os hacen. Cuando el hombre consigue desligarse de esta ínfima realidad que es la tierra y se lanza a la inmensidad, se convierte en algo grande y se fusiona con el Espíritu cósmico.
Pero, a continuación, tiene que regresar y reemprender sus tareas, ya que no puede desaparecer del todo porque debe permanecer en la tierra y cumplir con sus obligaciones. Si no disponéis de tiempo para contemplar las estrellas, cuanto menos, antes de dormiros, confiaron al Señor y decidle: “Señor, haz que comprenda y que pueda visitar los esplendores de tu Creación...” Así, durante la noche iréis muy lejos y no permaneceréis estancados en la tierra.
El hombre no está hecho para quedarse agazapado en la tierra, sino para viajar a otros planetas, a otras estrellas, pues para el alma no hay obstáculos. Evidentemente el cuerpo es demasiado denso y no puede volar por el espacio, pero para el alma no hay impedimentos, ni barreras. Para que pueda viajar sólo necesita que sus ataduras con el cuerpo no sean muy fuertes. El alma permanece prisionera y no puede emprender el vuelo si los apetitos, los deseos y las ansias la retienen al cuerpo físico.
Suponed ahora que debido a las condiciones atmosféricas desfavorables – cielo nuboso, plomizo – no llegáis a meditar. ¿Qué tenéis que hacer? Ya que las condiciones no son favorables, tenéis que variar de actividad: en lugar de mantenerla en el cerebro, en el consciente, debéis trasladarla al subconsciente. Os dejáis llevar por este océano cósmico de amor y beatitud, os entregáis a Dios confiadamente y decís: “Señor, me dejo transportar a este océano de luz, tengo confianza en Ti...” Y manteniendo sólo una ligera vigilancia en el intelecto para evitar que nada malo se introduzca en él, os abandonáis, nadáis en un océano de alegría y experimentáis la beatitud. En días parecidos esto es lo que hay que hacer, no dormirse, sólo dejarse arrullar, pero vigilando de vez en cuando lo que pasa en nuestro interior, sin pensar en nada.
Está dicho en los Libros sagrados que aquél que consigue detener el pensamiento saboreará la beatitud y la inmortalidad. Saber interrumpir el pensamiento es la cosa más difícil de todas. Ciertamente es muy difícil conseguir simultáneamente el silencio total en la cabeza y permanecer alerta; no pensar en nada pero sin llegar a dormirse; sentir solamente sin pensar. Sentimos y comprendemos al mismo tiempo y no sabemos bien cómo y por qué, pero comprobamos que no es por medio del cerebro. Este no es el único órgano capaz de comprensión. Los fisiólogos quizás no lo hayan descubierto todavía, pero yo os digo que el cerebro que conocemos no es el único órgano excepcionalmente preparado para comprender; existen otros.
Si comparáis el plexo solar y el cerebro, comprobaréis que están formados por la misma materia gris y blanca, pero dispuestos a la inversa: en el cerebro la materia gris está en la superficie y la blanca en la parte interna, mientras que en el plexo solar es al revés. Gracias a la materia gris el hombre comprende y gracias a la blanca, siente. La materia gris del cerebro nos empuja a comprender el aspecto externo de la existencia, mientras que la misma materia en el plexo solar nos lleva a comprender el aspecto espiritual, profundo e interno de la vida.
La luz y las tinieblas son dos principio divinos. No hay nada negativo en la noche, como tampoco lo hay en el día. El mal sólo existe en la cabeza de los hombres, porque no pueden entenderlo todo, pero en la naturaleza el mal no existe. Las tinieblas desempeñan su cometido, al igual que la luz, y no olvidéis nunca en vuestro trabajo espiritual que las tinieblas son las que originan la luz.
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