Antes de que aparezca el sol, la luna y las estrellas, se necesita una preparación en la oscuridad, en las tinieblas, en la noche. Según la Ciencia iniciática, la noche prepara la llegada del día, y las tinieblas la de la luz. Observad el carbón: es negro, y esta oscuridad precede a la llama que brotará de él. Así pues, en primer lugar existen las tinieblas, y a través de ellas surgirá la luz, pues son aquéllas las que preparan el nacimiento de la luz.
Las tinieblas representan la materia desorganizada, el caos, el trabajo del subconsciente, antes de que surja algo en la conciencia bajo la forma de luz, comprensión, entendimiento. Hay que saber trabajar con estas nociones, y el mejor momento de hacerlo con el subconsciente es cuando el cielo está cubierto y no hay sol. Hay días que conseguís tener éxito en vuestro trabajo espiritual con el consciente y con el supra-consciente porque el sol brilla y las condiciones atmosféricas y las corrientes electromagnéticas son favorables. Sin embargo, cuando estas condiciones son diferentes, ya no podéis hacer el mismo trabajo, y entonces tenéis que cambiar de actividad. Y puesto que este tiempo nublado y pesado corresponde a la noche, deberéis detener la actividad de vuestro cerebro y descender al plexo solar.
El plexo solar es la sede del subconsciente, mientras que el corazón lo es del consciente. El subconsciente está unido al cosmos, a la inmensidad, y representa el aspecto colectivo; por lo tanto, cuando os sumergís en él entráis en la vida universal, en el océano de la vida universal, os unís y os fusionáis con ella; a través del plexo solar vibráis con la inmensidad. Y cuando queréis convertiros en un individuo consciente, libre, separado, ascendéis de nuevo al cerebro. El cerebro individualiza a los seres humanos y el plexo solar los hace ingresar en la colectividad; con el plexo solar hacéis el trabajo correspondiente a la noche.
Durante el día os individualizáis, os sentís completamente desligados de los demás, e incluso podéis llegar a oponeros a ellos, a combatirlos. Por el contrario, durante la noche ya no tenéis vida individual, entráis en la vida universal, en la vida cósmica y os fundís con la inmensidad, extrayendo de ella fuerzas para restableceros, exactamente como hacen los peces, que en los mares y en los océanos nadan y se nutren de los materiales disueltos en ellos. Los seres humanos emergen y se sumergen en el océano cósmico, y esta alternancia es lo que llamamos el día y la noche, el consciente y el subconsciente, la vigilia y el sueño.
Los alquimistas comprendieron enseguida que las tinieblas preceden a la luz. Cuando hablan de “la luz salida de las tinieblas”, dan por supuesto que es el resultado de un gran trabajo previo que se hace en la oscuridad. Y si se puede trabajar en la oscuridad, ello significa que la oscuridad en realidad no existe. Efectivamente, durante la noche reina una luz deslumbrante que los ojos físicos no pueden percibir porque es una luz astral. Lo que resulta tenebroso para algunos es luminoso para otros, y siempre coexisten en el mismo instante la luz y las tinieblas.
Se puede decir que la luz es hija de las tinieblas, porque es el niño que sale del seno de su madre y no a la inversa. La luz jamás ha parido la oscuridad porque ésta la rechaza, pero la oscuridad sí ha parido la luz. ¿De qué forma? Eso es un misterio: por medio del movimiento. Sin movimiento la luz no aparece. En primer lugar hay que frotar, golpear, originar un movimiento que produzca calor, y seguidamente este calor será el que se transforme en luz. Transponiendo este concepto al ser humano, puede decirse que la voluntad es la que origina el movimiento, y éste, a su vez, origina el calor, es decir, el amor; después, al intensificarse, el amor resplandece en forma de luz, inteligencia y sabiduría.
En un principio se encuentra la voluntad o el movimiento. La voluntad es algo oscuro, son las tinieblas. En ellas hay una actividad que no vemos y que produce calor, que tampoco vemos pero que sentimos. Finalmente, al intensificarse el calor aparece la luz. Este es exactamente el proceso de la creación. Está escrito en el Génesis: “Y El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas...” El agua representa la materia sobre la cual el Espíritu de Dios iba a trabajar. Este movimiento del Espíritu produjo el calor y éste se transformó en luz, como lo demuestran las siguientes palabras: “¡Que exista la luz!” Dios ha creado el mundo con la voluntad – el movimiento, y con el amor y la sabiduría – el calor y la luz. De la misma forma puede crear el hombre, pues el movimiento se halla en el plexo solar bajo la forma de vida, el calor está en el corazón bajo la forma de amor y la sabiduría en el cerebro bajo la forma de inteligencia. Por otra parte, si tenemos en cuenta la trinidad hindú: Brahma, Vishnú y Shiva, vemos que los Rishis de la India que penetraron en las profundidades de la creación, han situado a Brahma – El Creador – en la región del plexo solar, Vishnú – el Conservador – en el corazón, y Shiva – el Destructor – en el cerebro.
Como podéis ver, ¡cuántas materias nos quedan por profundizar!
II
Hay un mundo iluminado en el que todo se distingue claramente: formas, colores, dimensiones, distancias, peligros... Y hay otro mundo oscuro donde todo esto se difumina en beneficio de otras realidades. Y el hombre, que pasa una larga noche en el seno de su madre donde se forma y se prepara para salir al exterior, repite toda su vida esta alternancia: tan pronto despierta y sale de la noche, como se duerme y entra de nuevo en la noche. Y si Moisés ha escrito en el Génesis: “Hubo una tarde y hubo una mañana: primer día”, se debe a que en el lenguaje esotérico, la tarde, o la noche, precede al día, es decir, a la manifestación.
La manifestación es el día; y la preparación, construcción y formación en la oscuridad y el caos, es la noche. La noche precede al día, y las creaciones más importantes se elaboran en la oscuridad. Entonces, ¿cómo se entiende que los Iniciados en la filosofía moral hayan asociado la noche al principio del mal y el día al principio del bien? ¿Por qué las tinieblas han sido siempre el símbolo del Infierno y la maldad, y la luz el del bien, del Cielo? En realidad todo constituye una sola forma, un aspecto exacto, aunque limitado.
Cuando el sol sale por la mañana, todo se vuelve visible y preciso en el limitado espacio que ilumina: podéis informaros, orientaros, trabajar, calcular e investigar. Pero cuando se oculta, todo se difumina, y entonces no distinguís las formas ni los colores, pero veis la inmensidad, el espacio infinito, multitud de estrellas... Es tan grande y tan vasto que casi os hace perder la cabeza. Vuestra alma emprende el vuelo, se sumerge en esta inmensidad y se fusiona con otras existencias. La paz y la serenidad se apoderan de vosotros, porque ante esta inmensidad lo insignificante desaparece, y finalmente penetráis en la vida universal.
¿Es necesario menospreciar el valor del sol porque haya otros muchos soles en el universo? No, pero tenemos que aprender el lenguaje de la naturaleza. ¿Cuál es la función del sol? La de individualizarnos, iluminarnos para que podamos estudiar y trabajar en beneficio de nuestra evolución, pues si no existiera sería imposible el hacerlo porque nos perderíamos en la inmensidad. El sol es absolutamente indispensable para poder individualizarnos y ser conscientes. El sol, la luna y las estrellas están representados en nosotros mismos. El sol está en nuestra inteligencia en forma de luz, y en nuestros sentimientos en forma de amor. En nuestro organismo está representado por el corazón, que es el centro de donde emana y se distribuye por la sangre para alimentar los órganos, a semejanza del Sol que nutre los planetas. Pero el verdadero centro de nuestra vida es el plexo solar, porque de él proviene la vida. Los rusos llaman a este lugar jivot, que en búlgaro quiere decir “vida”. Para ellos, jivot es toda la región del vientre, estómago y plexo solar. En el Evangelio se dice que cuando el hombre se purifique y se convierta en el Templo de Dios vivo, “de su seno brotarán manantiales de agua viva”. El agua viva sale del plexo solar, y de ahí recibe también el niño la vida de la madre a través del cordón umbilical.
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