Si tomamos el Sol como símbolo del intelecto es porque el intelecto representa para nosotros la facultad capaz de iluminar las cosas, hacérnoslas ver y comprender. Sin esta luz que proyecta somos ciegos, y si somos ciegos podemos desorientarnos y perdernos. El intelecto representa en nosotros el sol en forma de entendimiento, comprensión, claridad y sabiduría. El intelecto es nuestro sol, pero, de momento, un sol que no siempre nos ilumina correctamente.
¿Qué papel desempeña el intelecto? Al igual que el sol, tiene la propiedad de individualizar las criaturas, separarlas de la colectividad y de la inmensidad, para hacerlas conscientes y capaces de estudiar. Por consiguiente es útil, pero, el mismo tiempo, corta nuestros lazos con la verdadera realidad, la inmensidad. Podemos decir que destruye la realidad, porque nos la oculta; exactamente igual que el sol, el cual al impedirnos abrazar la inmensidad con las otras estrellas, sólo nos permite ver una pequeña porción de tierra.
Por el momento, y tal como se manifiesta en ciertos pensadores, filósofos y hombres de ciencia, el intelecto es un asesino de la realidad. El es quien nos impide ver y comprender lo esencial, y cuanto más se fían de él, más se apartan del cosmos y de la inmensidad. ¿Eso será así eternamente? No, porque en los proyectos de la Inteligencia cósmica el desarrollo del intelecto sólo es una etapa. Es evidente que la Inteligencia sabe que si el hombre sólo desarrolla el intelecto, se aislará de todo y terminará por volverse materialista, descreído y ateo. Pero también sabe que esto será pasajero, pues este intelecto inferior que mantiene sujeto al hombre al aspecto yerto, mecánico y muerto de la naturaleza, está unido al intelecto superior o cuerpo causal.
Recordad el esquema que representa al hombre con sus seis cuerpos: físico, astral, mental inferior, mental superior, búdico y átmico. En el centro se sitúan el cuerpo mental inferior – “manas”, como le llaman los teósofos – y el mental superior o cuerpo causal; ambos están unidos. Por esto y gracias a sus actividades, el intelecto inferior terminará un día por despertar al intelecto superior. El hombre necesita poseer un intelecto que le permita desarrollarse como individuo y dominar el mundo material. Si viviese constantemente sumergido en la vida colectiva y universal, sería incapaz de trabajar en la materia. Este es el peligro que acecha a los místicos cuando no saben trabajar en ambas esferas y sólo se entregan al mundo nebuloso y lunar. Evidentemente experimentan algunas alegrías y éxtasis, pero sus trabajos terrestres perecen y también su cuerpo físico. Para poder desarrollarse armónicamente hay que trabajar en los dos planos.
El sol nos impide ver el resto de la creación, la cual, sin embargo, existe; en el universo encontramos incluso soles mucho más grandes y poderosos que el nuestro. El sol es necesario e indispensable, y aunque su luz nos impida ver la inmensidad, no hay que reprochárselo, porque este trabajo corresponde al intelecto. En un pasado lejano, cuando el intelecto de los seres humanos no estaba desarrollado y su conciencia tampoco estaba despierta en el plano físico, su vida era más bien psíquica, astral, habitaban en medio de los espíritus, se desdoblaban fácilmente y visitaban las regiones invisibles en las que veían las almas de los muertos y se comunicaban con ellas. Pero luego, la Inteligencia de la naturaleza decidió desarrollar el intelecto de los seres humanos, y actualmente este intelecto está tan desarrollado que la intuición, la clarividencia y el misticismo han quedado difuminados. Naturalmente algunos han conservado estas creencias, este contacto con las regiones sutiles, pero la mayoría está completamente al margen de todo ello porque trabaja mucho más con el intelecto.
Sin embargo, este intelecto que ahora ensombrece el mundo divino tiene la posibilidad de avanzar y de llegar un día a alcanzar y a unirse con la inteligencia superior, la inteligencia pura y sublime de las causas primeras. En este momento preciso, el hombre conocerá al mismo tiempo el mundo objetivo, concreto y material, y el mundo invisible, sutil, espiritual y divino. No hay que eliminar el intelecto porque de entre todas las facultades que Dios nos ha dado, ésta es precisamente la que nos permitirá reencontrarlo. Si no tuviéramos esta inteligencia, aunque sea mediocre y limitada, jamás podríamos encontrar nada.
Dios ha dado este intelecto a los seres humanos para que puedan encontrarlo; y no sería difícil si tuvieran un poco de buena voluntad. Tomemos un ejemplo: cuando se ha cometido un crimen, o unos atracadores han desvalijado un banco, la policía acude buscando indicios y tomando las huellas digitales. ¿Por qué? Sencillamente porque está absolutamente convencida de que todo acto, toda obra tiene un autor. Siguiendo el mismo razonamiento, ¿por qué los seres humanos no reconocen que si existe un universo con unas leyes, con un orden, con una armonía, es porque también hay un autor? ¡Ah, no! Cada cosa tiene su autor, pero la naturaleza con los océanos, las montañas, los soles, las constelaciones, y todos los seres vivos, no tiene autor... Como veis, éste es un razonamiento inconsistente.
No hay que subestimar el intelecto; nunca he querido disminuir su valor, sino sólo explicar cómo se manifiesta por ahora y en qué límites debe permanecer, sin desconocer su rol que es inmenso, pues gracias a él podemos descubrir al Creador, al Señor. Pero hay que obrar con lógica: si creemos que cada crimen tiene un responsable y la naturaleza toda no lo tiene, caemos en un absurdo total. ¡Para ciertas cosas las personas son incrédulas y para otras son de una credulidad impresionante! No creen en el Creador, ni en la Inteligencia cósmica, ni en el mundo divino, ni en la justicia, ni en la bondad, y sin embargo creen que cosecharán frutos sin haber plantado y sembrado nada. Si conociéramos la reencarnación y sus leyes, sabríamos que no hay que esperar, que hay que preparar el terreno para obtener lo que se pide, y que si hubiéramos trabajado en encarnaciones anteriores, tendríamos todo lo que deseamos en la vida.
Como podéis ver, los seres humanos no creen en la Inteligencia divina, pero sí en la estupidez, en el azar y en el absurdo. Algunos materialistas creen que los átomos se han armonizado entre ellos por azar, de manera que han creado cerebros inteligentes. Pero preguntad a un labrador si es el azar quien gobierna la naturaleza: os responderá que no se cosechan higos en las cepas de los viveros, ni ciruelas en los cardos. Y si sabe esto, también sabe que la inteligencia produce inteligencia, y el absurdo produce absurdo. Entonces, ¿cómo se entiende que los sabios puedan creer que un azar estúpido, insensato y caótico haya creado un mundo tan inteligentemente organizado? ¡Verdaderamente, es inaudito!
III
La alternancia del día y la noche nos enseña que el hombre debe vivir en los dos mundos, es decir, desarrollar su intelecto y distinguir bien los detalles en el plano físico, pero sin permanecer exclusivamente en dicho plano, ya que entonces nunca llegaría a ser completo al faltarle la inmensidad del corazón y del alma. El hombre sabio sabe que debe comulgar con la colectividad de las almas del universo y trabajar al mismo tiempo en el plano físico. Vive en el plano divino y en el físico al mismo tiempo; así se beneficia de la riqueza de ambos mundos. En mi opinión un materialista no es un hombre inteligente, porque no ha estudiado bien las cosas: ha contado sólo con su intelecto, y como éste es el asesino de la realidad, la verdadera realidad se le escapa.
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