Lourdes Velazquez González - La civilización del Anáhuac - filosofía, medicina y ciencia

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La civilización del Anáhuac: filosofía, medicina y ciencia: краткое содержание, описание и аннотация

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Mucho se ha dicho y escrito que los mexicanos somos el producto del choque de dos culturas, del encuentro de dos maneras distintas de ver el mundo, dos formas diferentes de entender las grandes preguntas del cómo y el por qué de nuestra existencia. Pero una de esas culturas, no la estudiamos, se hace a un lado, sabemos poco o casi nada de ella, incluso para algunas personas el anahuaca que llevamos dentro ha ido desapareciendo y el legado ha quedado irreconocible. Para otros, afortunadamente ese anahuaca pugna por salir y muestra sus destellos en cada uno de los aspectos de nuestra vida, en nuestras relaciones sociales, en nuestra alimentación, en nuestra manera de recibir una nueva vida y de despedir a nuestros muertos. Si la India tiene a Buda y China al Tao; nosotros, la civilización del Cem Anáhuac –tan antigua como ellas–, tenemos la Toltecáyotl, que es la mayor y más valiosa herencia que nos han legado nuestros Viejos Abuelos, fundadores de nuestra milenaria civilización.
El presente volumen es el fruto de una labor de investigación y de una pasión intelectual que ha ido creciendo e intensificándose desde hace más 25 años. Se trata de un interés por la historia compartida por todas las culturas del Cem Anáhuac, desde lo que hoy es Nicaragua hasta el sur de Canadá, articuladas por la Toltecáyotl, en el rico abanico de sus concepciones filosóficas y religiosas, en sus cosmovisiones, en sus conocimientos médicos y científicos, en sus costumbres, en sus prácticas educativas, en su concepción del hombre, de la vida y de la muerte, en su creatividad artística dentro de la arquitectura no menos que en la calidad de sus esculturas, de sus pinturas y composiciones literarias.

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Esta pregunta se la han hecho muchos investigadores a lo largo de los años, personajes como el antropólogo Robert Barlow, la historiadora belga Sylvie Peperstraete o el historiador José Fernando Ramírez, dedicaron muchos años de investigación para responder a esta pregunta, tarea a la que se apegó el maestro en estudios mesoamericanos Gabriel Kenrick Kruell y la expone en su artículo “La Crónica mexicáyotl: versiones coloniales de una tradición histórica mexica tenochca”, llegando a una conclusión. Todos estos escritos provienen de una única crónica de tradición oral que en determinado momento se transcribió, fuente a la que nombraron Crónica X .

La Crónica X representaría una hipotética fuente en náhuatl extraviada, de la cual derivarían directa o indirectamente cuatro documentos bien conocidos por los historiadores: el primer volumen de la Historia de las Indias del dominico Diego Durán, escrito en 1581. La Crónica mexicana de Hernando de Alvarado Tezozomoc, redactada probablemente hacia 1598; la Relación del origen de los indios del jesuita Juan de Tovar, obra que representa un resumen de la Historia de Durán; y la renombrada Historia natural y moral de las Indias publicada en Sevilla en 1590 por el erudito jesuita José de Acosta, el cual se sirvió de la Relación de su compañero de orden, Tovar, para la composición de algunos pasajes de su magna obra.[12]

Especialmente importante para la historia de la medicina es el trabajo del doctor Francisco Hernández, quien fue médico de Felipe II, y por encargo de éste redactó una Historia Natural de la Nueva España. Sus Obras completas constan de seis volúmenes. Hablaremos de esta fuente con más detalle cuando tratemos la práctica médica de los nahuas.

Otras obras de españoles (conquistadores o cronistas) que contienen testimonios indígenas directos y cualificados acerca de las tradiciones y las concepciones de los pueblos subyugados son consideradas de importancia menor.

No se puede decir que sean textos irrelevantes, sin embargo, su valor como “fuentes” reales debe ponderarse en forma cuidadosa caso por caso, por esta razón nos eximimos de mencionarlos, dado además su considerable número. En cambio, señalamos que entre estas fuentes a tratar con cautela también figuran escritos de indígenas o mestizos, quienes escribieron en su propio idioma o en español. Entre ellos, los principales son: Hernando Alvarado Tezozomoc (nacido alrededor de 1525), quien escribió en náhuatl y en un español rudimentario; Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (1575?-1650), mestizo casi totalmente europeizado, pero que dominaba a la perfección ambas lenguas; Diego Muñoz Camargo (1524-1614?), también mestizo. Estos personajes pueden considerarse como “fuentes indígenas”, a pesar de ser indirectas, puesto que obtenían de los indígenas sus informaciones. Sus escritos se consideran parciales, ya que reflejan, a veces, de manera transparente, las ásperas rivalidades que dividían a los diferentes grupos étnicos del Valle de México (rivalidades que fueron hábilmente aprovechadas por Cortés y le permitieron una conquista a todas luces desproporcionada con respecto a la fuerza militar con la que contaba). Es así que en Tezozomoc encontramos la perspectiva mexica; en Ixtlixóchitl, la texcocana; en Muñoz Camargo, la tlaxcalteca. Aunque esto pueda, a veces, conllevar dudas legítimas sobre la objetividad de algunos relatos. Por otro lado, tiene el indiscutible interés de darnos a conocer el testimonio y la opinión de quienes se encontraban del otro lado de la barricada (o el punto de vista de los vencidos), brindándonos a la vez datos que de no ser por ellos nunca habríamos conocido.

Fuentes no escritas

Desde hace mucho tiempo perdió vigencia el dogma que afirmaba que la “historia” de un pueblo comienza a partir del momento en que se cuenta con testimonios escritos de la misma. En particular, si la historia abarca los aspectos culturales en un sentido muy general, está claro que los restos arqueológicos tienen una importancia considerable. Este discurso es aún más válido cuando se trata de culturas que han desarrollado un fuerte sentido del simbolismo (prácticamente todas las culturas que no estén permeadas por una fuerte dimensión racionalista). Éste es el caso de la civilización náhuatl. De ahí que fuentes como las obras de arte diferentes a la literatura, es decir, pinturas, esculturas, decoraciones, arquitectura, resulten útiles: ellas entrañan un vasto contenido de ideas expresadas en símbolos , cuya interpretación (más allá de las dificultades que cualquier operación de este tipo encuentra relativamente a cualquier época y cultura) se ve facilitada por el hecho de que algunas representaciones simbólicas también se encuentran en los códices y, de este modo, el conocimiento de ese tipo de escritura a menudo ayuda a descifrar el símbolo.

La tradición oral ha sido siempre muy importante para el estudio de la historia, y aunque se le tache de “teléfono descompuesto” al momento de escuchar el mismo relato hablado por distintas bocas y diferentes versiones, la idea central trasciende y se mantiene. Esto mismo ocurre en la actualidad en los calpultin de nuestro país, donde maestros de la tradición oral comparten las enseñanzas de sus abuelos y las cuentan tal y como se las narraron a ellos y las enseñan tal y como se las enseñaron, algunos tienen unas versiones, los demás otras igualmente valiosas, pero la idea central es siempre la misma. La tradición oral es un arte de composición de la lengua cuyo fin o función es transmitir conocimientos históricos, culturales y valores ancestrales que se actualizan desde una temporalidad cíclica que le otorga su sentido más profundo. Estos relatos están profundamente relacionados con la espiritualidad de estos pueblos, porque en el acto de narrar un relato no sólo se cuenta una historia sino que se genera la unión entre lo terrenal y lo espiritual, dando sentido a la identidad cultural de los pueblos indígenas.

Los relatos de la tradición oral de nuestros viejos abuelos, conforman su memoria colectiva. Por ello, estas culturas los consideran como la antigua palabra o la palabra de los ancestros , se les concibe como la autoridad máxima en el establecimiento del orden social y la transmisión de valores y enseñanzas. Son la vía de transmisión de la cosmovisión, conocimientos filosóficos, religiosos, económicos, artísticos, tecnológicos, políticos, que las generaciones adultas transmiten a las jóvenes. Los relatos, junto a los tejidos, pinturas, diseños gráficos, danzas, música, son las bibliotecas de estas civilizaciones.[13]

No todas las fuentes que hemos mencionado son de igual importancia para la historia, entendida en sentido estricto. Sin embargo, ya se dejó claro en la “Introducción” cómo esta historia no puede prescindir de marcos conceptuales más amplios. Cuando llegue el momento de centrar nuestra atención en los temas más estrictamente médicos y filosóficos, también mencionaremos cuáles de estas fuentes son las más significativas a este respecto.

[1]Nos limitaremos a mencionar, a título de ejemplo: Ángel María Garibay, Llave del náhuatl , México, Porrúa, 1994 (es, en cierto sentido, la primera gramática de esta lengua realizada con base en criterios científicos, y contiene un apéndice y un breve diccionario). Anteriormente, César Macazaga Ordoño publicó un Diccionario de la lengua náhuatl (México, 1991) basado en la gramática de esta lengua redactada por el sacerdote jesuita Horacio Carochi a mediados del siglo xvii.

[2]En el fondo esta es la misma razón por la que muchos autores llaman “lengua mexicana” a la lengua náhuatl. Esto ocurre desde los primeros tiempos, y también se puede explicar porque los españoles prefirieron usar el topónimo de México para nombrar la capital azteca. Este topónimo, sin embargo, es náhuatl (significa “colocado en el ombligo del maíz”) y también era utilizado por los nativos. Más tarde, sirvió para nombrar a todo el país, sustituyendo, tras la descolonización, el nombre de Nueva España introducido por los conquistadores.

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