Por último, como una exposición total de la filosofía de Santo Tomás —igualmente histórico-sistemática— más amplia y exigente hay que nombrar la obra de Etienne Gilson, Le Thomisme. Introduction à la Philosophie de St. Thomas, últimamente aparecida en una revisión en inglés bajo el título The Christian Philosophy of St. Thomas Aquinas[14].
Los dos libros últimamente citados de Chenu y Gilson tienen una característica común que aparece a primera vista. Ambos autores son franceses (Chenu es dominico; Gilson un laico, originariamente profesor en el Collège de France), pero los dos han enseñado muchos años en el «Nuevo Mundo», en Canadá. Este hecho de que ambos libros hayan aparecido en la atmósfera peculiar de este joven continente, nos parece que es algo más que un dato externo. Creemos que en su lectura continuamente se puede percibir algo del viento fresco de Norteamérica, con lo que queremos indicar algo bastante preciso, es decir, una cierta objetividad marcadamente imparcial, que, más allá de toda erudición meramente histórica, radica en que se plantea la pregunta sobre la verdad de las cosas y se responde conforme a lo auténticamente decisivo.
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También de entrada, dirijamos una rápida mirada a los hechos biográficos.
Tomás nació alrededor de 1225 en el castillo de Roccasecca, cerca de Aquino, una pequeña ciudad entre Roma y Nápoles. ¿Es, por tanto, «latino», italiano del sur? Sí y no. Ya esta dificultad es importante. Por una parte habría que responder que «sí»: Tomás es italiano; sabemos que más tarde predicó en su lengua materna, en el lenguaje del pueblo de Nápoles. Y uno de sus hermanos, Reinaldo, alcanzó fama como poeta[15], como autor principalmente de poesías amorosas en lengua popular, que por entonces —dos generaciones antes de la Divina Comedia, de Dante— empezaba a convertirse en lengua culta. También la dinámica interna de los articuli latinos de Santo Tomás tiene que considerarse a la manera y ritmo de la lengua italiana meridional: rápida y muy enérgica. No obstante, hay que recordar que Tomás es de sangre germana tanto por lado paterno como materno; la familia materna es normanda; la paterna es o lombarda o asimismo normanda. Y el ambiente social del que Tomás procede y en el que crece está impregnado por el sello de los emperadores suabios de los Hohenstaufen. Su padre y su hermano pertenecen a la aristocracia cortesana de Federico de Hohenstaufen. Todo ello significa que Tomás no procede del antiguo suelo imperial romano, sino que viene de las nuevas estirpes que, primero como fuerzas bárbaras invasoras, después como «ocupación» y finalmente como inteligentes discípulos y herederos históricos, inundaron y ocuparon el Imperium Romanum. Los tiempos de Boecio, que intenta entregar a las nuevas fuerzas históricas la herencia de la Antigüedad greco-romana mediante la traducción y el comentario, hace tiempo que han pasado. Los discípulos han llegado a la mayoría de edad.
El niño Tomás, que es el más joven de sus hermanos, es enviado a la escuela, y a los cinco años de edad, a la cercana Abadía de Montecasino. Escasamente diez años después —según se encuentra en más de una exposición biográfica— «se traslada» a Nápoles. Tras un estudio más detallado se ve que no se trata de un simple cambio de residencia, sino de una huida. Como tampoco sería exacto si se dijese de los intelectuales emigrados de la Alemania nacionalsocialista que un día «marcharon» a América. Y la huida del joven Tomás tiene igualmente que ver con la historia política universal, es decir, con la lucha entre el Emperador y el Papa. Montecasino no era meramente una abadía benedictina, sino también el castillo fronterizo entre las posesiones imperiales y pontificias. Por cierto que el monasterio que había fundado Benito en el 529 —en el año de la disolución de la Academia platónica en Atenas— ya había sido destruido entonces dos veces, una por los longobardos y otra por los sarracenos; incluso había permanecido desierto por más de cien años.
Hemos dicho que en la biografía de Santo Tomás se encuentran unidos y mezclados casi todos los ingredientes del siglo. En este simple hecho de la «huida de Montecasino a Nápoles» ya se pueden advertir varios de tales ingredientes. En primer lugar, la lucha entre el Emperador y el Papa que iba a conmover a la Cristiandad y la iba a empujar a una nueva estructura. En segundo lugar, la salida del monasterio benedictino, concebido feudalmente con características de la Alta Edad Media, que ya no conservaba virtualidad representativa alguna ni ninguna posibilidad eficaz para los tiempos que corrían. En tercer lugar, la entrada, no sólo desde el antiguo monacado en la ciudad, sino incluso la entrada en una Universidad, en la primera Universidad estatal en el sentido propio de Occidente, hacía poco fundada por Federico II. En cuarto lugar, el encuentro con Aristóteles, que precisamente en esa Universidad, conscientemente mundana, no podía evitarse en absoluto y que, por entonces, en ninguna otra Universidad podía haber sido tan hondamente posible. En quinto lugar, la confrontación con el tremendo dinamismo del «movimiento de pobreza», con las primeras generaciones de las Órdenes mendicantes, un encuentro que, de nuevo, sólo podía tener lugar en una ciudad. De estos puntos, sobre todo de los tres últimamente citados —Universidad, Aristóteles, movimiento de las Órdenes mendicantes— hay que hablar todavía en detalle.
Aproximadamente a la edad de diecinueve años ingresa Tomás en una de las dos Órdenes mendicantes, en la Orden de Predicadores, fundada por el español Domingo, seguramente a consecuencia de una rápida decisión, inflexiblemente mantenida después, de la que probablemente no había dado antes conocimiento a su familia. Más tarde, Tomás, en un escrito polémico en defensa del estado religioso, discute la objeción de si una tal decisión no tiene que ser pensada y aconsejada largamente; a lo que contesta con una frase desacostumbradamente severa: de tal consejo hay que mantener alejados en primer lugar a los parientes de sangre, quienes a este respecto antes son enemigos que amigos[16]. En su propio caso, ciertamente, no tiene lugar sin considerables conflictos. Cuando sus hermanos de religión en Nápoles buscan apartar cuanto antes mejor al novicio recién llegado de la esfera de poder de su familia y también del Emperador Hohenstaufen (pues las Órdenes mendicantes caen siempre bajo sospecha de actuar del lado del Papa contra el Emperador), cuando Tomás es destinado rápidamente y se pone en marcha a París, sus propios hermanos le apresan, probablemente con la ayuda imperial, y le encierran largo tiempo, tal vez un año, en un castillo de su padre. Aprovecha, por cierto, el tiempo; como ha descubierto Grabmann[17], hace una copia o resumen de un escrito lógico de Aristóteles. Finalmente, es puesto en libertad y continúa viaje a París.
Tomás llega a la Universidad occidental por antonomasia, primero como estudiante; más tarde será uno de sus más grandes maestros. En París, precisamente el año de su llegada, 1245, ha empezado a enseñar Alberto Magno. Aun cuando se hubiese buscado en todo Occidente no se podría haber encontrado para Tomás ningún maestro más significado ni más moderno. Ambos marchan juntos a Colonia donde Alberto ha de erigir una escuela de la Orden. En este tiempo de aprendizaje en Colonia junto a Alberto, en el que por cierto coincide la colocación de la primera piedra de la catedral, se encuentra Tomás, en la persona de su maestro, con un ingrediente básico, del todo nuevo, de la mentalidad occidental, con el neoplatonismo. Precisamente en los años de Colonia, Alberto Magno se ha entregado al estudio de Dionisio Areopagita, aquel místico neoplatónico que mediante su apariencia de autoridad —era el discípulo de San Pablo del que hablan los Hechos de los Apóstoles— mantiene presente la herencia platónica en el Occidente cristiano, fascinado por Aristóteles.
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