1 ...7 8 9 11 12 13 ...18 El empirismo está íntimamente relacionado con el positivismo. Se trata de una doctrina psicológica que afirma que cualquier tipo de conocimiento procede únicamente de la experiencia humana, ya sea esta, interna (reflexiones personales) o externa (sensaciones percibidas del ambiente). De manera que solo se podría conocer la realidad por medio de la observación atenta y sistemática. La frase atribuida al filósofo sofista Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”, viene a resumir esta tendencia. Sin embargo, la experiencia que depende de los sentidos y de las propias reflexiones personales de cada ser humano es siempre subjetiva. El conocimiento adquirido de tal manera será siempre convencional, compartido por los miembros de una sociedad cultural y, por tanto, provisional. El concepto de verdad es como un caleidoscopio de colores y matices diversos que no se pueden abarcar por completo desde la sola experiencia.
El racionalismo es otra corriente filosófica, formulada por René Descartes 8y desarrollada durante los siglos XVII y XVIII, que acentúa el papel de la razón en la adquisición de todo conocimiento. Se opone al empirismo ya que este resalta el valor de la experiencia. Los racionalistas priorizaban la razón sobre los sentidos, pues estos nos podían engañar, mientras que la razón matemática proporcionaba seguridad a la ciencia para descubrir la verdad. Al aplicar tales principios a la religión se llegó a la conclusión de que la revelación no era necesaria y, por tanto, el racionalismo se tornó antirreligioso. Del teísmo se pasó al deísmo y de este al ateísmo. “Al matar a Dios, el hombre moderno destruía también inevitablemente el fundamento último de la moralidad y el sentido de la vida” 9.
Finalmente, el biologismo afirma que la biología puede explicar también todos los fenómenos psicológicos, sociales y culturales de la humanidad. Algunos biologistas creen que las ciencias que estudian a los seres vivos no solo describen organismos individuales sino que también serían capaces de explicar realidades supraindividuales porque, en el fondo, toda la biosfera es como un único superorganismo. No obstante, los razonamientos biologistas caen en un reduccionismo flagrante capaz de generar prejuicios ideológicos, especialmente al referirse a las diferencias biológicas para justificar las diferencias sociales y culturales.
Pues bien, todas estas ideologías anteriores defienden que las leyes naturales son de naturaleza mecanicista. Es decir, que todos los fenómenos naturales se explicarían perfectamente por medio de leyes mecánicas que no podrían alterarse nunca y afectarían a la generalidad de los seres del cosmos, siendo por tanto imposibles las excepciones a dichas leyes, los llamados milagros o las intervenciones sobrenaturales. En general, es posible afirmar que la ciencia clásica fue marcadamente determinista ya que entendía la materia, el cosmos y la propia vida como piezas de un gran reloj sometido a leyes inmutables que no podían ser alteradas. Un mundo en el que apenas había espacio para la libertad.
No obstante, el cristianismo siempre se opuso a esta visión empobrecedora y reduccionista de la realidad. La mayoría de los apologistas cristianos se manifestaron, de una u otra forma, contra el determinismo absoluto. La propia concepción bíblica de un Dios creador omnipotente y providente, contradice la posibilidad de que pudiera estar de algún modo imposibilitado para actuar en el mismo universo que él ha creado. Si Dios es el Creador de todo a partir de la nada, ¿cómo no va a poder alterar las mismas leyes que ha diseñado? Desde luego no lo hará arbitrariamente, contradiciéndose a sí mismo, sino solo cuando lo exija su plan divino. De la misma manera, el comportamiento humano no puede ser explicado solo por argumentos físicos y químicos. Cada persona es un ente racional con conciencia y capacidad para elegir entre el bien y el mal. Si se niega esta realidad y se pretende que toda acción viene ya determinada de antemano, ¿dónde queda la libertad? Sin libertad no hay responsabilidad y sin esta el individuo se distingue muy poco del bruto o del animal irracional.
Sin embargo, los últimos hallazgos de la física cuántica vienen a confirmar lo que la Biblia enseña desde hace milenios. La física actual está contra el determinismo que antes profesaba la misma ciencia. Se ha descubierto que existe una especial libertad en todas las partículas subatómicas que conforman la materia. Parecen poseer una misteriosa capacidad de elección que únicamente puede provenir de una mente racional que sabe elegir bien y las ha creado así. Esta singularidad de lo ínfimo lleva a pensar, desde la fe, que Dios en la creación, del milagro hizo naturaleza. Pero una naturaleza indeterminista cuyas partículas esenciales son libres para actuar, y no están sometidas inevitablemente a la tiranía de unas leyes mecanicistas que se oponen a la acción divina en el mundo.
El hecho de que el estado mecánico de las partículas elementales no parece determinar su estado futuro, no significa sin embargo que Dios no esté en el control del universo. Nada impide creer que detrás del indeterminismo subatómico, o la libertad corpuscular, está la mano del Creador que prosigue sustentando permanentemente el mundo. Dios no puede estar limitado por su propia creación. La indeterminación de lo material puede conformar perfectamente un universo ordenado y controlado hasta en sus mínimos detalles por Dios. La aparente anarquía frenética de los electrones es, por ejemplo, el sustento material de un órgano tan altamente sofisticado y coordinado con el resto del cuerpo, como el cerebro humano.
Por tanto, el desorden es usado para mantener el evidente orden natural. El Creador optó por la libertad en todos los rincones del cosmos, incluso asumiendo el riesgo que esto implicaba, ya que la mala elección obrada por las criaturas ha traído siempre las peores consecuencias. Pero, a pesar de todo, Dios concede la capacidad de elección porque ama la libertad, característica esencial de la persona humana y también de toda materia creada.
Diversas escuelas apologéticas
A lo largo de la historia del cristianismo han surgido diversas maneras de entender la apologética en función del énfasis concedido a los diferentes argumentos, así como a la teología natural. Aunque todas estas escuelas persiguen, en el fondo, lo mismo, defender la fe cristiana frente a las críticas contrarias, actualmente pueden señalarse hasta cinco escuelas apologéticas diferentes: clásica, evidencialista, presuposicionalista, fideísta e integral. Los principales representantes de algunas pertenecen al protestantismo angloamericano y sus trabajos han crecido en rigor y complejidad desde la década de los ochenta del pasado siglo XX. Veamos las características principales de cada una de ellas.
1. Apologética clásica
La apologética clásica se remonta a los dos primeros siglos del cristianismo, aunque sigue teniendo continuidad en el presente. Asume que la fe cristiana posee coherencia interna. Es decir, que aunque se requiera de la fe en todo aquello que tiene que ver con lo sobrenatural, esta se fundamenta también en la razón y busca las respuestas más lógicas. La apologética clásica suele mostrar evidencias que confirman la veracidad de la revelación bíblica y la inconsistencia de las ideologías que se oponen a ella. Acepta los argumentos racionales sobre la existencia de Dios y analiza las evidencias a favor y en contra de los acontecimientos milagrosos para elegir aquellas que presentan mayor verosimilitud.
Entre los apologistas clásicos de la antigüedad cabe destacar a Justino Mártir, Anselmo y Tomás de Aquino, mientras que entre los clásicos contemporáneos sobresalen Norman L. Geisler, C. S. Lewis, R. C. Sproul, William Lane Craig, Richard Swinburne, Alister McGrath, J. P. Moreland y Ravi Zacharias, entre otros. Todos estos autores suelen darle mucha importancia a los discursos apologéticos que aparecen en el Nuevo Testamento, como el del apóstol Pablo en el Areópago ateniense, y de la misma manera procuran avanzar por etapas. Primero, intentan demostrar la existencia de Dios como creador omnisciente y omnipotente. Para ello, emplean la teología natural y enfatizan los clásicos argumentos cosmológico y teleológico. El primero afirma que debe existir una causa no causada que explique el origen del universo y tal causa tiene que ser Dios. Por su parte, el argumento teleológico se centra en el diseño y la finalidad que manifiestan todos los seres vivos para concluir que debe haber un diseñador original de los mismos. Algunos autores se refieren también al argumento de los valores morales innatos y presentes en todas las culturas como prueba de la existencia divina.
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