Mª Gema González - Lo que nos trajo el Covid-19

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El primer caso del
Covid-19, lo conocimos el 31 de enero del 2020. Aunque ya habíamos oído hablar del virus, a la gran mayoría no les interesaba, ya que estaba muy lejos y pensábamos que aquí no llegaría, pero llegó y todo cambió. Este libro refleja las situaciones de muchas personas ante la enfermedad, y como a través de unas simples cartas, de la unión entre las personas, de la solidaridad, luchamos en esta guerra contra algo que no podemos ver, pero que sentimos en el alma. También aparece el miedo, la soledad, la frustración, pero como todo en esta vida pasará.

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Hoy es un día como otro cualquiera, salgo de casa y me dirijo al hospital, por el camino notas la soledad de las calles, ese silencio que se palpa en el ambiente, alguna persona a lo lejos paseando a su mascota, un coche de policía haciendo ronda para que nadie se salte el confinamiento, y tú con la música puesta en el coche continuas hasta llegar al trabajo.

Te cambias y te diriges a la planta, allí están tus compañeros, raro el que no tiene marcada toda la cara por las gafas, la mascarilla y las orejas doloridas y enrojecidas, averiguas que parte de la planta vas a llevar y coges el parte.

Bueno vamos a ver qué tal se nos da la tarde, lo primero que hago después de recoger el parte es preparar lo que voy a necesitar y preparar las cartas para los pacientes, hoy me han llegado un montón, las reparto por las plantas y me quedo las suficientes para mi planta.

Estoy sorprendida de la cantidad de cartas con mensajes de ánimo que recibimos, jamás pensé que íbamos a recibir tantas, y es que el llamamiento ha volado y recibimos cartas de otras comunidades e incluso de fuera de España.

Serán las cuatro de la tarde aproximadamente cuando aparece por el pasillo la doctora, llamándonos. Chicas, chicas, que voy a dar de alta al matrimonio de la 81, viene ilusionada y todo, será porque, aunque siempre es agradable darle el alta a un paciente, en estos momentos la alegría es máxima.

Todas dejamos lo que estamos haciendo en ese momento y nos colocamos en fila junto a la doctora para despedir a ese matrimonio con aplausos, porqué han luchado como jabatos. Es un momento muy emotivo para todos, los pelos se te ponen de punta, ver cómo se van los pacientes a su casa, ver sus ojos y saber que desde hoy ven la vida de otra manera no hay palabras para describirlo.

Pero no todas las veces tenemos tanta suerte, en este caso resulta que nos fallece un paciente, pero a pesar de ello, te quedas con que, aunque no tiene a sus familiares al lado, se marchó escuchando las palabras de sus familiares, de la voz de una compañera que un rato antes le ha leído una carta destinada a él en concreto, como si estuviera esperando ese momento para poder marcharse tranquilo.

De alguna manera el poder leerles las cartas ya sean para ellos en concreto o de gente anónima te reconforta, y te hace vivir esto de otra manera, tanto a ellos como a nosotros, sacar cinco minutitos para darles un poco de charleta, porque los pobres están muy aburridos, y te lo dicen, muchas gracias por este ratito.

Entre el miedo al virus, el que no respiran bien, la fiebre, el malestar general, que parece que les han metido una paliza, un ratito de charla, una carta y sobre todo el haber ganado la batalla al virus, cuando se van de alta. Por todo esto se han ganado un aplauso en toda regla y así se lo hacemos saber

Todo esto hace que te sientas bien y ahora en este momento eso es el impulso que necesitas para seguir y que no te cueste venir a trabajar. Cada alta de un paciente es un logro para ellos y para nosotros

PORQUE TODOS SOMOS UN EQUIPO

Capítulo 7 Un día más Un día más Un día cualquiera dentro de este caos que se - фото 10

Capítulo 7

Un día más

Un día más. Un día cualquiera dentro de este caos que se nos ha venido encima. Me encuentro a cargo de ocho pacientes agudos. Todos han dado positivo en la PCR de este “Bicho” (lo llamo Bicho por qué no creo que se merezca otro nombre menos despectivo) o están pendiente del resultado, aunque tienen síntomas compatibles.

Tengo sobre mí la presión de vigilar monitores, frecuencias respiratorias, saturaciones de oxígeno, temperaturas y cualquier signo que nos indique empeoramiento de algún paciente.

Parece que la tarde transcurre tranquila, pero nunca debes pensar eso cuando trabajas en esto. Eso es lo primero que te enseñan cuando te metes en este mundo: Nunca, pero nunca, debes decir, pensar ni siquiera insinuar que el día va a ser tranquilo.

Observo como la saturación de un paciente que llevaba varios días con nosotros comienza a bajar. Intento recolocar el dedal que mide el oxígeno. Ajusto la mascarilla del respirador improvisado y mejorado para que no tenga fugas. No aumenta. El paciente se queda ausente.

- ¡Compañeras llamadme al médico! ¡Traedme un ambú! ¡Teodoro! ¡Teodoro! ¡¿Me escucha?!

Colocamos al paciente de lado, según algunas recomendaciones, y parece que comienza a remontar y a responder, pero no puede. El paciente no puede más. Lleva varios días luchando por respirar con una mascarilla que le oprime la cabeza para que se quede bien ajustada y le insufla aire oxigenado. Está agotado. La saturación de oxígeno no termina de subir.

- ¡Hay que intubar! -Nos indica el médico. - Pero mejor en la sala de Emergencias.

- ¿¡Qué medicación necesitas?! - Le pregunto a la intensivista que también se encuentra allí.

- ¡Compañeras llamar a la emergencia que vayan preparando la medicación!

Desconectamos rápidamente al paciente del monitor y ponemos rumbo a las Emergencias por un pasillo que parece eterno. Me duele el cuerpo del cansancio acumulado, pero una especie de calambre interior hace que mis piernas corran con el único pensamiento de que el paciente no se muera.

- Por favor, Teodoro, aguanta- No pienso nada más.

Según llegamos a la sala de Emergencias mi mente se pone en modo robot, supongo que la tensión no me deja tiempo para el miedo o la duda. Un compañero asiste a la intensivista con el tubo y yo me dedico a la medicación.

- ¡Compañeras, necesito una batea con jeringas con suero! ¡¿Dónde está el propofol, el midazolam y el rocuronio?!

- ¡Monitor! ¡Tensión! ¡¿Cuánto satura?! - Pide la intensivista.

- ¡60% y bajando! - dice una de todas las voces que nos encontramos alrededor.

- ¡Propofol! ¡80 mg! - Me indica.

- ¡Puesto!

- ¡Repetid otros 80 mg!

- ¡Puestos otros 80 mg!

- ¡Vamos a ello! ¡Relajación!

- ¡Puesta! – Le indico.

- ¡Oh, mierda! No consigo verlo bien. (En estas situaciones nos permitimos hablar mal delante del paciente)

- ¡Espera, te ayudo en la colocación de la garganta! - Le digo mientras intento apretar el cricoides del paciente.

- ¡Ahora! ¡Sujetad el tubo! ¡Dadme oxígeno!

Miro el monitor del paciente y observo como sube la saturación. El ventilador comienza a ventilar sus pulmones y el color de su piel mejora.

Respiro profundo, salgo de ese trance mecánico en el que me encontraba sumida y miro a mi alrededor. Somos al menos cuatro enfermeros, cuatro auxiliares de enfermería y varios médicos. Cada uno ha aportado su grano de arena. Mientras yo estaba concentrada en la función de administrar fármacos, cada uno de ellos ha estado concentrado en otra función, incluida la de asistirme a mí con la medicación. Entre todos hemos conseguido que un paciente agotado de respirar por sí mismo, ventile y tenga una oportunidad.

Yo también respiro. Me tranquiliza observar una saturación de oxígeno de más del 95%. Miro al paciente y le digo para mi interior que lo hemos conseguido. Hemos conseguido llegar a la ayuda que tanto necesitaba y llevaba días pidiendo a gritos sin hablar. Ahora le queda una lucha en la UCI dónde deberá ganar al “Bicho”.

21:45h. Hoy ha sido un día más, y, por lo tanto, un día menos. Juntos podremos vencer.

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