Que las urgencias se estaban usando mal, que un dolor de mano de hace tres semanas no es una urgencia, que en el centro de salud no te den cita para mañana tampoco es una urgencia, que tu hijo tenga mocos no es una urgencia, que un largo etcétera de situaciones, no son una urgencia. Situaciones que han hecho que, ante una pandemia, no tengamos recursos suficientes.
Que defendamos más un equipo de fútbol que un equipo de sanitarios, que sigamos pensando que el personal de un hospital está para servirnos cuando y como queramos, que no anulemos citas a las que no vamos a ir, que vayamos a urgencias a pedir paracetamol por no comprarlo en la farmacia, que no haya una educación sanitaria en los colegios que nos ayude a diferenciar lo que es una urgencia y lo que no, a prevenir conductas de riesgo con la obesidad, el tabaco. Todo esto ha ayudado a que hoy nos encontremos en esta situación, que no es culpa de un gobierno u otro. Hay que hacer autocrítica y pensar en qué hacemos mal a nivel individual, ningún gobierno habría hecho nada, porque ninguno sabe qué hacer.
¿Cómo van a saber qué hacer personas que hablan de algo que no han visto ni sentido?, ¿cómo nos van a decir a los sanitarios, que llevamos desde el 17 de febrero tratando con positivos y sin medios, cómo trabajar?, ¿cómo nos van a decir cómo protegernos, si no nos dan los medios?, ¿cómo van a crear un protocolo de actuación si ni siquiera han ido a un solo hospital a ver con qué medios contamos?
Pero a pesar de todo, ellos siguen hablando sin parar, y cobrando también, por supuesto. Con la de EPIs que se podrían comprar simplemente con la parte de sus sueldos que corresponde a dietas que no deberían estar cobrando al no estar trabajando.
Pero solo se les ve criticar conductas inadecuadas del otro cuando luego, en la comunidad que tienen a su cargo, hacen exactamente lo mismo. Pero, por desgracia, esto no es la primera vez que pasa. Ante una situación de crisis siempre hacen lo mismo. Nosotros como sociedad, criticamos en las redes, en casa, en el bar, pero nos quedamos ahí.
Como venía diciendo, todos los años, en invierno, hemos tenido un preludio de esto debido a los recortes de la última crisis y la privatización del sector sanitario, y la sociedad prefería seguir viendo el partido del domingo, comentar el último programa de Gran Hermano o cualquier otro evento, antes que luchar por una educación y una sanidad pública a la que hoy todos rogamos y suplicamos que nos salve.
Al llegar al aparcamiento encuentro sitio a la primera, se nota que la gente tiene miedo y sólo viene a la urgencia cuando realmente es una emergencia médica. El parte, un día más, es agobiante. Hoy han llegado a los sesenta pacientes pendientes de ingreso, pacientes que en su mayoría han pasado la noche en sillas y sillones.
Por suerte, el servicio de cocina está subiendo bocadillos para que todos puedan cenar. Un servicio que al igual que limpieza o mantenimiento, siempre está bajo mínimos, y ahora apenas han reforzado, si es que lo han hecho, que en muchos casos no ha sido así. Aun así, todos y cada uno de ellos da el 200% de su capacidad para que este equipo funcione y podamos dar una atención lo mejor posible.
Me dispongo a empezar. Comienza mi turno en el triaje y, mientras espero pacientes nuevos, refuerzo a mis compañeros, que están desbordados.
Me avisan que hay familiares que vienen a traer ropa a los pacientes. Me indigna que la gente no sea consciente de la situación que vivimos cuando ya llevamos un mes con ella. Que la ropa no es algo imprescindible, que ellos al ir al hospital están poniendo en riesgo a mucha gente porque han estado en contacto con su familiar que es positivo.
Entiendo la preocupación, comprendo la ansiedad que puede producir no saber de un ser querido, por eso salimos, recibimos la ropa y les damos toda la información posible, pero sigue siendo abrumador tener que explicar que eso no es algo imprescindible, al igual que no lo es un neceser.
Para salir a recoger esos artículos alguien del personal sanitario se tiene que quitar el equipo de protección, dejar de atender a los pacientes que están dentro, volver a entrar, vestirse, y ahora mismo estamos desbordados. Aun así, y cada quince minutos, los compañeros de admisión me vuelven a llamar para recoger alguna pertenencia.
Ellos también están cansados de explicarlo, y agotados por todo lo que tienen que atender cada día sin ser escuchados. Todos coincidimos en lo mismo:“el cansancio no es físico, es mental, no podemos más, pero hay que seguir”.
A los pacientes les ingresan a cuenta gotas, siendo más los que llegan nuevos a triaje que los que suben a planta. Seguimos intentando sonreír, los pacientes no tienen la culpa y sabemos que la actitud es lo primero, pero no podemos más.
De repente, un protocolo nuevo. Nos quedamos sin los pocos EPIs que teníamos, habrá que reutilizarlos, nos dicen que nos tenemos que poner un delantal encima y con eso será suficiente. Nos echamos las manos a la cabeza, pero eso ya lo estábamos haciendo antes. Seguimos atendiendo una persona a los pacientes, con el equipo de protección más completo posible y otra encargándose dentro de preparar medicación, material e ingresos, siempre y cuando se pudiese mantener el trabajo así, que no siempre es posible por el volumen.
En el box 6 un paciente no tolera la pronación, está agitado, le miro y pienso: “¿cómo lo va a tolerar?, lleva muchísimas horas boca abajo y con la mascarilla de reservorio sin poder moverse, yo tampoco lo toleraría”. Gracias a una compañera el paciente está en una cama y no en una camilla. No sé de dónde habrá sacado la cama, pero agradezco que, a pesar de todo lo que estamos viviendo, a ella se le haya ocurrido buscar hasta debajo de las piedras para conseguirla. En estos momentos te das cuenta, lo mejor son las personas.
En el box 3 tenemos un matrimonio al que decidimos poner juntos. A la vez que ahorrábamos espacio, les teníamos unidos y tranquilos. Su cara de agradecimiento no tiene precio, nos ven desbordados y entre ellos se ayudan para no tener que pedirnos más que lo imprescindible.
En el box 8 un chico de 40 años espera que la UCI consiga un tubo para él. Nosotros vivimos con angustia el no saber si podrá aguantar. Cada paso que damos lo hacemos con un ojo pendiente de su monitor. Viendo que la saturación no baje. Tras el reservorio, con una respiración agónica, nos pide que llamemos a su familia y le digamos que es fuerte, que va a aguantar. Intentamos que sea él el que hable con ellos, y mientras, por dentro algo de cada uno de nosotros se encoje.
Poco tiempo después, al fin, la UCI tiene un hueco para él. Se le sube a toda prisa, y entre nosotros se ven las miradas de alivio e incertidumbre al mismo tiempo. Por lo menos él va a tener una oportunidad.
De nuevo suena el busca de triaje. Viene una UVI, paciente de 44 años, con mascarilla reservorio, saturación de oxígeno del 77% consciente y orientada, agarrada a la mano de su hermano. Viene rodeada de sanitarios de la UVI con sus EPIS completos tipo buzo, calzas, mascarilla, gafas y capucha, igualito a los nuestros.
Aunque no es momento de pensar en eso, tengamos lo que tengamos, ¡vamos a correr! La paciente tiene síndrome de Down, en cualquier otro momento eso daría igual, ahora es un antecedente más y como tal se tiene muy en cuenta. En estos momentos me alivia no ser médico, no tener que decidir. ¿Quién narices somos nosotros para decidir? Que conste que siempre he estado a favor de la eutanasia, de la muerte digna, pero cuando ya no se puede hacer más, cuando el paciente lo decide libremente. Pero, ¿cómo puede ser que, en un país como España, en pleno siglo XXI, tengamos que decidir quién puede y quién no puede luchar por su vida sólo porque no tenemos medios?
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