El poder de la
buena educación
Soukaina El Hmidi Khomssi
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El poder de la buena educación
© Del texto: Soukaina El Hmidi Khomssi
© De esta edición: NPQ Editores
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ISBN: 978-84-18496-90-5
A mamá, por educarme.
A mi familia, por enseñarme.
A mis amigas.
Munia, esto no hubiera sido posible sin ti.
A Albert, por enseñar y dejar huella
en el corazón de una alumna.
A Ernest, Martí y Ana,
por enseñar desde el alma.
Prólogo
Cuando suena la alarma, la demoro cinco minutos y pasado ese tiempo vuelvo a demorarla hasta llegar al límite para ir corriendo a coger el bus que marcha a las siete y cuarenta y dos de la mañana. En ese instante en el cual me veo obligada a apagar ese horrendo sonido y salir de la cama pitando, me pregunto una y otra vez el porqué. Simplemente me cuestiono si vale la pena despertarse e ir a la escuela.
Parece un poco insólito lo que digo, pero siendo sinceros, ¿cuántos de vosotros os habéis preguntado infinidad de veces el porqué de ese despertar? Empezar esa rutina sin tener claro el rumbo de nuestra vida…, vamos y venimos, venimos y estudiamos y finalmente estudiamos y dormimos. Esperad. Rebobinando la frase anterior, ¿dónde queda el aprender? Por eso, entre estas páginas revueltas entre sí, daré una visión de una simple estudiante que va con esta corriente, pero de vez en cuando se da cuenta de que salir de ella no está nada mal. Verlo desde otro ángulo más amplio, analizar los diferentes términos y conceptos, salir y volver a entrar en esta organización de manera que a veces hablaré incluyéndome en esta realidad escrita, y otras, saldré de ella para examinarla de fuera.
Me gustaría dejar claro que es la voz de una alumna y actual estudiante, este es mi punto de vista y lo afirmaré hasta donde he logrado observar y vivir. Conviene subrayar que las personas somos diferentes, y puede ser que alguien discrepe conmigo en lo que expondré. No obstante, es mi voz, aunque dentro de ella llevo a todos mis compañeros y amigos afectados por este traumatizante sistema. Hecha esta salvedad, voy a continuar con lo que decía.
Lo que vengo a exponer son las deficiencias del sistema al que estamos obligados a elogiar, y si no es el caso, todos los que «saben del tema» te darán motivos varios para que cambies tu opinión. Sería de mi gusto que conforme vayas leyendo el libro indagues sobre qué es la educación, quiero que empecemos a pensar y a utilizar el sentido crítico. Nos tenemos que cuestionar todo, porque si no lo hacemos, no sabremos qué estamos haciendo en realidad. Quitémonos las vendas de los ojos, no seamos unos esclavos que obedecen sin saber a lo que están renunciando. Ojalá, al terminar este libro, estemos de acuerdo en la importancia de recibir una buena educación.
La buena educación
A menudo nos preguntamos de dónde viene la ignorancia de las personas. Pues he de decir que tengo una buena respuesta para esta grandísima pregunta: viene, sin duda, de las carencias de la educación. Asimismo, de la mala educación. Recibimos durante seis horas lectivas clases en las que aprendemos prácticamente todas las materias, sin embargo, no existe una asignatura que eduque a los seres humanos como personas.
Muchas veces se da por supuesto que la educación ya viene dada desde casa. No obstante, la escuela la pone a prueba sin premeditación. Hay muchas deficiencias en el sistema educativo que mencionaré más adelante.
Según la RAE la educación debe orientarse hacia el pleno desarrollo de la personalidad humana y del sentido de su dignidad; fortalecer el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales, así como capacitar a todas las personas para participar efectivamente en una sociedad libre; y favorecer la compresión, la tolerancia y la paz. Pues bien, los centros educativos, también tienen como objetivo educar y desarrollar la personalidad e incrementar los valores del ser humano. Lo que podemos apreciar en las escuelas es la disminución de esta práctica. Se le da más valor a las otras materias con el fin de llegar a ese aprobado al que tanto aspiramos.
Pienso que la inculcación de los valores y de la buena educación tendría que estar siempre presente en las aulas y no importa el tipo de estudios que estés cursando, dado que sin las cualidades que te hacen ser persona no puedes moverte por la vida. Cuando digo que tendría que estar presente en clase, no me refiero solamente a esa hora que pido en particular dedicada única y exclusivamente para inculcar a los alumnos los valores necesarios, sino que en cada asignatura tendría que verse reflejada «la buena educación».
Muchos estudiantes hemos sido testigos de la humillación que se ha dado y se continúa dando en algunas de las clases dadas por el mismo profesor. Simplemente por no responder bien a una pregunta o por querer que el silencio hable por ti en alguna respuesta. En primaria, concretamente en sexto hubo una materia cuyo nombre era Ciudadanía. En esta, aprendimos algunos de los conceptos claves para vivir en sociedad, como el respeto o la tolerancia. Había una serie de ejercicios que te situaban en la vida real y tenías que responder a dichas cuestiones. Eso era un ejercicio mental que, por muy insignificante que parezca, ayudó mucho en el desarrollo de nuestras virtudes. Desde entonces no volví a presenciar una clase de ese tipo, y la echo en falta.
En mi opinión, los centros educativos son un claro ejemplo de oxímoron. Es una clara contradicción, porque no acaba educando en todas las facetas que conlleva el significado de la palabra, ya que podría hacerse en al menos cuatro sentidos: el de la enseñanza, la cortesía, la cultura y la instrucción. Y estoy conforme en que nos enseña, pero tristemente nos orienta a conformarnos con un sistema educativo que acaba sin educar correctamente a los estudiantes. Cuando tan solo tenía 7 años, mi hermano en aquel entonces cursaba la ESO y siempre venía agotado, desgastado y cansado. Un día de esos, tuvimos una pequeña conversación sobre su estado.
—Pero ¿por qué vienes así del colegio? —le pregunté.
—No me gusta estudiar, me aburro muchísimo, no se me dan bien las mates ni la física, y aún menos la química —me respondió con una voz seca.
Le seguí haciendo preguntas porque no lo entendí, pero él cada vez me contestaba menos. No sé si pensó que yo era una pesada o si simplemente él no tenía ganas de hablar. Yo siempre he sido muy curiosa y cuando él me daba una respuesta, yo no estaba conforme con ella y quería más explicaciones. Sinceramente no lo entendía, ya que a mí me gustaba ir a la escuela para reencontrarme con mis compañeros y no me cabía en la cabeza que a mi hermano no le gustara.
Con el tiempo, cuando fui creciendo y pasando de curso, se acumulaba la faena y empezaban los exámenes. En ese período me sentía grande. Nunca me han gustado las pruebas de evaluación o la importancia que se les da, ya que no le veía el sentido a someterse a un examen y obtener una nota que definiera tu inteligencia. Desde entonces, empezaron las diferencias porque quien más nota tenía más listo era.
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