La crisis de pánico es un episodio de miedo intenso que surge de manera espontánea. Quien lo padece queda sometido en forma inmediata a una intensa sensación de pérdida de control, acompañada de síntomas físicos como: incremento de la frecuencia respiratoria, sudoración, náuseas, dolor u opresión en el pecho, temblor, sensación de calor, mareos, sequedad de boca, dolor de estómago; junto a pensamientos catastróficos (que tienden a interpretar lo que se está percibiendo) como: “estoy descomponiéndome, estoy muriendo, estoy teniendo un infarto”, entre otros. La crisis dura entre 5 y 20 minutos, se presenta de manera recurrente, y entre los episodios se suele tener miedo a volver a padecerlos. Aunque no hay pruebas específicas de laboratorio o radiográficas para hacer su diagnóstico, es necesario descartar otras patologías físicas que tengan síntomas similares, como por ejemplo: infarto cardíaco, hipertiroidismo, síndrome del intestino irritable y asma.
Cuando hablamos de fobias específicas nos referimos a un miedo determinado, exacerbado y que anula nuestra capacidad de actuar. La persona afectada experimenta un elevado grado de ansiedad cuando se expone al objeto que le provoca la fobia. Incluso puede presentar reacciones físicas, como sequedad de boca, mareos, palpitaciones, náuseas y sensación de desmayarse. Las fobias son claramente diferentes de un “miedo normal”. Comienzan en la niñez, y son persistentes debido a que solo un bajo porcentaje de las personas afectadas buscan tratamiento. Las más prevalentes son la fobia a las alturas, a las tormentas, al agua, a volar, a las multitudes, a los espacios cerrados, a la sangre, a los dentistas y a los hospitales. Como se puede observar, suelen ser estímulos y situaciones a las que nos enfrentamos a diario, de ahí lo inhabilitante de las fobias. Afortunadamente, existen tratamientos con alto grado de efectividad para este tipo de desórdenes.
Enfermedades neurológicas
Tal como mencionamos anteriormente, otra causa frecuente de consulta son los síntomas afectivos, ansiosos, psicóticos, cognitivos o conductuales secundarios a enfermedades neurológicas. Estos tienen un gran impacto en el bienestar y la calidad de vida de quienes los padecen como de su entorno.
Un ejemplo podría ser el caso de la epilepsia, una enfermedad neurológica relacionada con la aparición de actividad eléctrica anormal en el cerebro. Las investigaciones realizadas a nivel mundial estiman que un 20-30 % de las personas con epilepsia sufren trastornos conductuales o psicológicos (de los cuales el 58 % son trastornos depresivos, el 32 % son agorafobia sin pánico u otros trastornos de ansiedad y un 13 % de psicosis). En relación al funcionamiento cognitivo, se ha reportado que un alto porcentaje de personas con epilepsia tienen compromiso en una o más funciones cognitivas, y entre las más afectadas se encuentran: la memoria, la atención, las funciones ejecutivas y el lenguaje.
También podemos citar el caso de la esclerosis múltiple, una enfermedad en la cual, según las investigaciones publicadas, hasta el 70 % de los pacientes tienen comprometido el funcionamiento cognitivo, incluso en estadios iniciales de la enfermedad. También se han reportado trastornos depresivos y de ansiedad.
Uno de los grandes desafíos de estos cuadros clínicos es que generan confusión para la persona que los padece, son difíciles de explicar o de poner en palabras. Para su entorno también es complejo tener una visión acabada de los cambios de conducta, de humor, rutinas de su familiar y, en consecuencia, poder contener y acompañar.Otra razón importante por la cual estas enfermedades ponen en especial alerta a la sociedad es que históricamente han sido estigmatizadas, e incluso algunas fueron conceptualizadas erróneamente como potencialmente peligrosas. Son frecuentes los sentimientos de culpa e incluso de vergüenza por sufrirlas.
HACIA UN BUEN DIAGNÓSTICO
Como hemos visto, es fundamental poder acceder a un diagnóstico. Este es parte de un proceso en el que los profesionales de la salud mental buscan comprender lo que le está pasando a la persona. Así podrán brindarle toda la información necesaria para buscar juntos las mejores alternativas de tratamiento.
Indefectiblemente, tanto si consultamos por nosotros mismos o por un familiar, van a surgir temores en torno a lo que está sucediendo: si tiene cura o no, cómo va a evolucionar, qué repercusiones va a tener en la vida cotidiana. Pero hay que comprender que solo con un buen diagnóstico podremos empezar a responder estas preguntas y a mejorar la calidad de vida de nuestro familiar junto con el equipo profesional a cargo.
Entender y conocer el diagnóstico nos acerca a nuestras familias, a nuestros amigos, pero también resulta de crucial importancia para poder mantener un tratamiento. Cuando entendemos, estamos más cerca de aceptar; y cuando aceptamos que algo nos está ocurriendo o le está ocurriendo a nuestro ser querido, estamos más cerca de poder emprender el camino de un tratamiento y, en definitiva, de estar mejor.
▶ Dentro de los motivos de consulta más frecuentes a profesionales de la salud se encuentran síntomas anímicos, ansiosos, psicóticos, cognitivos y conductuales.
▶ Los motivos de consulta pueden ser muy diversos, pero tienen en común la capacidad de afectar las capacidades de las personas para desarrollar las actividades de la vida cotidiana.
▶ Es fundamental consultar a un profesional de la salud cuando se detectan estos tipos de síntomas y así poder arribar a un diagnóstico y comenzar un tratamiento.
▶ A pesar de los temores que puedan surgir, tener un diagnóstico nos acerca a comprender qué está sucediendo y qué se puede hacer para mejorar la calidad de vida de la persona que está sufriendo y de su entorno, lo cual no es menor cuando se trata de un ser querido.
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