Gabriela Terrera - La última Hija de la Luna

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La última Hija de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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En estas tierras de las trece lunas, sus habitantes parecen haber olvidado las predicciones y los terribles khármazos que alguna vez se esparcieron el día de la ola fantasma; sin embargo, hay quienes todavía se mantienen alertas al nacimiento de los cinco niños de la predicción, porque saben que entre ellos podría hallarse una auténtica Hija de la Luna, llamada para destruir a sanguinarios, descendientes de la furia del lago de fuego, y a navegantes, erráticos hijos del mar, quienes han estado en conflicto desde los tiempos de La Llegada. Los terrinos son el fruto indeseado del choque de estas razas, han sido despreciados y aborrecidos desde siempre, pero a pesar de los pactos y conciliaciones que ellos han trazado para asegurar su sobrevivencia, la sombra de una terrible maldición los conduce hacia su inevitable desaparición; la existencia de una Hija de la Luna es el único motor de esperanza que algunos ya han perdido.
Desconocidos por todos es el hecho de que Taghena, última Hija de la Luna que ha pisado sus tierras, aunque poderosa y destructiva, fue incapaz de contrarrestar las maldiciones de los khármazos que sabía habrían de condenar a su raza de terrinos y es entonces que desesperanzada, suplica con el último desgarro de su alma la intervención de «ilqa-peluhen-xurpu».

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—Tienes razón, Taymah… –dijo Kanki y de pronto se sintió abatida–. Te digo, hija, que ya no puedo, que todo se me va de las manos. Satynka no perdona a Yllawie no porque haya impedido que huyeran, Saty sabe que Rufanio nunca la amó como ella lo esperaba, como ella cree que siempre amó a Yllawie.

—Mis hijas… mis hermosas hijas enfrentadas por un mald… –No pudo pronunciar la palabra, Taymah no sabía de agravios.

—Antes de partir pasó algo –dijo su suegra mirando hacia la habitación–, se dijeron algunas cosas, pero eso debes hablarlo con ella, todos coincidimos en que está confundida y quizá… unos días aquí, cerca de sus padres y lejos de aquello que solo le ha producido dolor pueda clarificar su cabeza.

—¡Sí, ma-Kanki, agradezco tanto todo lo que has hecho por mis hijos…! Debes regresar, yo voy a quedarme aquí con ella, al menos durante el Sol Ardiente y luego decidiremos lo demás.

Y con un delicado beso en la frente, Kanki selló complacida el amoroso vínculo que mantenía con su nuera.

Coraza partida, portal abierto

Enufemia permanecía dispersa en el vaivén de las olas del mar, sus pensamientos viajaban hacia los ojos de Lonkkah y regresaban presurosos a la imagen de Yllawie, saberlos juntos en la huerta la intranquilizaba al extremo de perturbar la toma de sus decisiones. ¡Lo habían jurado a maldición! El caparazón roto había abierto una ventana y ella sabía con exactitud a quien debía acudir.

—¿Dónde estás? –preguntó su abuela.

—¡Abusilia! –exclamó Enufemia de forma tierna mientras se arrojaba a sus brazos.

—¿Qué te sucede, hija? –Beasilia sintió el fuerte abrazo de su nieta y su corazón se estremeció.

—Nadie habla conmigo en la huerta, a la única a la que le intereso es a Yllawie, pero se ha involucrado cada vez más con su gente, ya no nos considera familia… Tú siempre estás triste en tu habitación y aquí… aquí soy una sombra.

—Dulce Femy, me rompes el corazón, a veces… a veces las cosas me superan. Tienes a tu hermana, no busques en esta vieja a alguien con quien conversar, Tonia puede escucharte y…

—Ella se volvió distante, Abusilia, compartimos la habitación, pero ella siempre pasa las… pasaba sus noches con Rufanio y Regildo, ellos tres y el abuelo son unidos, hablan en códigos delante de mí, son…

—¿Te maltratan?

—No… –Su pregunta la angustió–. Ellos son amables conmigo, pero… distantes, para ellos sigo siendo una niña. –Hizo una pausa y continuó–: Abusilia, ¿qué pasó con Rufanio… y Satynka? No soy una niña… ninguno de ellos desayuna con nosotros, Rufanio se fue de la huerta y pensé que estaría aquí para reemplazar a mamá porque está muy enferma. –Tomó el coraje necesario y al fin preguntó–: ¿Qué le sucede a Saty?

—Ellos, Rufanio y Satynka… a veces nuestros hombres buscan distraerse con terrinas.

—Pero él ama a Yllawie, él lo prometió… todos juramos a maldición –expresó segura y casi sonriente.

Beasilia tragó saliva y su semblante se palideció, paralizada, se quedó observando a su alrededor, solo después de cerciorarse de que nadie había escuchado estas palabras, atinó a tomar a su nieta del brazo para llevársela hacia la orilla, buscando un lugar más apartado, se detuvieron donde las olas mojaban sus pies, el agua danzaba cálida y calmada entre sus tobillos.

—¿Qué acabas de decir?

—Juramos a maldición cumplir nuestros deseos, nuestras promesas.

—¿Qué sabes tú de… cuándo fue eso? ¿Quiénes estaban… qué hicieron? –indagó Beasilia mezclando palabras y preocupaciones, sabía con exactitud lo que era un juramento a maldición, antigua hechicería oscura que creía desaparecida de su cultura, pero por, sobre todo, de su sangre.

—Abusilia, ¿qué sucede?

—Femy, quieres que yo hable contigo, voy a responder todo, pero ahora necesito tus respuestas. –La energía del mar parecía haber regresado a los ojos de Beasilia, una vitalidad que hacía mucho tiempo le fuera arrebatada por alguna de sus mareas internas despojándola de todas sus fuerzas.

—Fue hace… no lo sé… yo tenía… no sé, era una niña –dijo Enufemia intentando disfrazar la verdad.

—Eras una niña –repitió susurrando su abuela y casi pudo sentirse aliviada–. ¿Quién más, quién inició el ritual?

—Tonia o Rufanio, o los dos creo.

—¿Qué usaron como portal? –preguntó, pero su nieta solo tenía una expresión de desconcierto–. ¿Usaron algún instrumento, recipiente…?

—Un caracol, el de Yllawie, ese que encontró una vez en…

—Sé cuál es, el que luego quiso hacérselo quedar tu hermana –interrumpió su abuela y el pánico nubló su razón. «Es imposible» pensó al recordar que su hija lo había escondido, pero luego de reconsiderar, cuestionó–: ¿Quiénes cruzaron el portal? –Sacudió su cabeza para corregir su pregunta–. ¿Recuerdas quienes participaron y qué objeto personal colocaron en él?

—Sí, todos colocamos rizos de nuestros cabellos, el mío atado con cinta azul y el de Tonia, con cinta roja para diferenciarlos, el de Yllawie era muy delicado y bonito, no era negro como los nuestros, Rufanio también colocó el suyo y lo sellaron con una sustancia viscosa.

—¡Eras una niña! –Beasilia se exasperó en un intento de convencerse a sí misma de que su inocente nieta no corría peligro alguno–. Confía en mí… nada va a pasar contigo porque yo sé cómo protegerte, lo que no sé es… no sé qué debo hacer con tu hermana o tu primo.

—¿Y no te preocupa Yllawie? –preguntó Enufemia, su abuela solo podía ver ingenuidad en sus ojos.

—Estoy preocupada, si ellos iniciaron el ritual es porque… sabían lo que hacían, pero… ¿por qué, por qué…? –Aunque intentaba encontrar alguna explicación convincente, no dejaba de tropezar con cabos sueltos en el relato–. ¿Satynka participó del rito?

—No –respondió Enufemia y su abuela vislumbró agotamiento en sus palabras y falta de interés para seguir contestando las preguntas, también sabía que su nieta era demasiado amable y tolerante para negarse a continuar.

—¿Dónde está el caparazón? Es posible… existe la posibilidad de frenar todo antes de abrirlo. ¿Sabes dónde… en qué lugar lo esconden? –preguntó Beasilia, pero Enufemia prefirió el silencio–. Femy… ¿dónde está?

—Estaba… en un hueco escondido debajo del mueble de las sábanas.

—¿Estaba?

—Tonia lo rompió… lo dejó caer.

—¿Lo rompió o lo dejó caer? –Beasilia sintió que la sangre se helaba, apoyó sus manos en las mejillas de su nieta–. ¿Puedes recordarlo bien?

—Después de sacarlo de su escondite, Tonia lo colocó sobre la mesa de la habitación y llamó a Yllawie, cuando Lawy apareció, se lo pidió, le pidió que se lo alcanzara. Lawy estaba sorprendida… no, sorprendida no, ella no entendía bien qué sucedida, lo tomó dubitativa y se lo entregó, pero Tonia quitó su mano y el caracol se rompió. Fue hace poco, antes del desayuno de celebración de Yllawie.

—¿Sabes los secretos de ellas? –cuestionó su abuela, Enufemia negó con su cabeza–. Me imagino que ninguno de ustedes, ninguno de ustedes que participaron en el ritual ha tocado esos cabellos.

Su nieta continuó negando con sus expresiones en silencio y Beasilia respiró aliviada; concentrada en esta nueva e inesperada preocupación, comenzó a armar conexiones para encontrar la manera de proteger a sus nietos, pero Enufemia habría de soltar perturbadoras palabras que desestabilizarían su semblante:

—No. Ninguno del ritual ha tocado esos cabellos.

—Qué… qué quieres decir… ¿Quién… alguien más los tocó?

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