—Cansador, hijo mío, muy cansador –respondió Kanki, exhausta.
—¡Hija mía! Ven aquí y dale un gran abrazo a tu madre –dijo sonriente Taymah desde el umbral extendiendo sus brazos en dirección a Satynka, pero su espontánea felicidad se vio opacada al notar la extrema delgadez en su hija. Kemmel también había borrado su sonrisa.
—Mamá, estoy cansada –respondió Satynka, pero no hubo necesidad de más explicaciones, su madre ya había tomado el pequeño bolso y, presurosa, la acompañó al sanitario.
La creciente ciudad había perfeccionado interesantes sistemas de distribución de agua dulce, preexistentes de las primeras construcciones, los cuales permitían a los habitantes contar con diferentes y estratégicos centros de provisión de agua al alcance de la gran mayoría de los hogares; también se habían desarrollado necesarias y muy útiles redes de canales internos que permitían desechar el agua utilizada en las casas, cada familia era responsable de mantener el cuidado y la higiene de las diferentes infraestructuras.
—Mamá… tengo que contarte. –Satynka no pudo emitir una palabra más, su llanto comenzó a provocarle intensos espasmos que preocuparon a su madre.
—Ya lo sé, hija. –Taymah intentó tranquilizarla mientras le colocaba un paño húmedo en la nuca.
—No, ma… sabes una parte, quiero contarte todo.
—¿Quieres contarme… que esperas un hijo? –dijo su madre y Satynka vio oscurecerse todo a su alrededor, las paredes de la habitación se derrumbaban entre nubes de sombras, un sudor frío trepó por su espalda, sus labios no dejaban de temblar–. Solo hay una inquietud en mi corazón, ¿cómo estás? –Taymah amaba a su hija, su salud y su bienestar eran prioridad.
—Mamá… antes de visualizar la ciudad, comencé a sangrar… mamá… ayúdame por favor.
—¡Hija…! ¡No… por favor…! Se supone que, si llevas un hijo navegante, estas cosas… –Taymah comenzó a perder el control que había tratado de mantener hasta ese momento.
—No lo sabemos, mamá, perdón, mamá, perdón por todo…
—Voy a llamar a ma-Kanki –exclamó aquella mujer que podía sentir su corazón fragmentado–, no te preocupes, hija, estamos aquí para ayudarte, ¿alguien más lo sabe?
—Rufanio –dijo escondiendo la mirada–, por eso… por eso queríamos… me dijo que me llevaría con los merdanes…
—Aparte de él –la interrumpió su madre disgustada.
—No… creo que Neyhtena sospecha algo, ella era la única que quería que viniese… ma, te necesito… no te enojes… vos no –dijo y las venas de su cuello delataban el inmenso esfuerzo que hacía para no agitarse.
Kanki entró en la habitación y cerró todas las aberturas, excepto la ubicada arriba del gran ventanal, por aquella hendidura ingresaba una reparadora brisa marina. Las mujeres se miraron en silencio, Kanki colocó la pequeña caja de madera sobre la mesa al lado del farol y comenzó a sacar diferentes recipientes, tomó la botellita envuelta en un trapo negro.
—Esto me ha dado Ney –dijo la abuela de espaldas a ambas–. Ney… ella me preguntó si… –Giró dubitativa, sus ojos verdes lucían terribles, apresados en una inmensa incertidumbre.
—¿Qué sucede? ¿Qué te preguntó Ney? –Quiso saber su nuera.
—¿Si los merdanes ya te han revisado?
—¿Qué…? Ma-Kanki, no –respondió Satynka sin poder mirarla a los ojos–. Todo se precipitó aquélla noche que Yllawie quiso… pero no, ¿por qué, qué sucede? –preguntó con el poco aliento que le quedaba.
—Atiende bien, desde tus… encuentros con Rufanio, él o sus primas… han intentado darte algo para comer o para beber –dijo Kanki mientras manipulaba los frascos de la caja de madera.
—No… no recuerdo… –Satynka miró su desprolijo bolso donde había arrojado las nueces.
—¿Qué ocurre, qué tienes ahí? –preguntó su madre.
—Beasilia… Yllawie –balbuceó la confundida joven–, Beasilia me envió unas nueces...
Taymah se dirigió al bolso y hurgó desesperada sin comprender lo que ocurría, encontró el pequeño envoltorio y se los dio a Kanki.
—¿Qué sucede, ma-Kanki, que sucede…?
—Aún no lo sé, solo sigo instrucciones de la niña, ya sabes cómo es. –Kanki vertió unas gotas del contenido del pequeño frasco sobre una de las nueces, ambas miraban absortas sin saber qué debían ver, sentían el aroma agridulce que expelía la botellita–. Yo no veo diferencias, me dijo que me iba a dar cuenta, yo… yo te juro que aunque lo intento, muchas veces no sé de qué habla Neyhtena… o lo que intenta decirnos.
—Mamá… –dijo Satynka, las sábanas comenzaron a teñirse debajo de su entrepierna–. No… no me siento bien…
Su abuela y su madre corrieron a asistirla, Kanki sabía cómo ayudarla, solo debía continuar confiando en las instrucciones de Neyhtena y utilizar las mezclas que había preparado Wayhkkan.
Danhola ya dormía exhausta en el cuarto de las visitas, su hermano Xukey, como era de esperar, se había instalado con sus padres, pero ella prefirió quedarse con la familia de su esposo. Chattel y Kemmel fumaban sus tabacos fuera de la casa, a veces sentados en el umbral, a veces de pie, pero en todo momento, inquietos y taciturnos; expulsaban el humo en dirección al mar y la brisa se lo devolvía disuelto en aromas marinos, en silencio, podían escuchar los diferentes festejos de las casas aledañas de donde se escapaban otros aromas que delataban intensos y agradables sabores a comida recién asada. Las propiedades de los terrinos compartían calles y los vertederos de agua, el asentamiento de los navegantes se situaba del otro lado del mercado principal, irónicamente, más alejado de las playas sobre terrenos algo más elevados, desde donde se podía apreciar el mar en todo su esplendor. Esta ciudad los albergaba a todos por igual, juntos… no mezclados. A semejanza de la dolorosa realidad que se destacaba en las caravanas, la presencia y los juegos de niños, diferenciaban el ritmo bullicioso entre ambas comunidades.
La mayor parte de quienes habían marchado a Refugio del Mar para dar origen y respaldar el Pacto de Conciliación, eran jóvenes de ambas estirpes, algunos ya unidos en matrimonio, en ellos se habían depositado las esperanzas del inicio de esta flamante ciudad y fue así que año tras año, vieron nacer y crecer niños navegantes al mismo tiempo que sintieron el dolor y la angustia por las pérdidas que sufría la comunidad de terrinos.
—Pa-Xunnel no ha regresado aún –expresó pensativo Chattel.
—No te preocupes por ese viejo necio. –Intentó tranquilizar su padre–. No sé… a veces deseo que encuentre al cobarde, pero de inmediato pienso que nunca debió seguirlo, no sé, dejarlos ser… ella lo eligió así, no la entiendo, involucrarse con uno de ellos, ¿qué espera de Rufanio?
Los nuevos pactos de La Conciliación no prohibían la relación interracial, solo existían sanciones para todo aquél que forzase o intentara violentar cualquier tipo de vínculo, en especial para con los niños y las niñas, considerados sagrados e intocables; la única sanción acordada y aceptada para quien quebrantara este mandato, se basaba en la pena de muerte. Para hechos de violencia o sometimiento entre miembros de una misma comunidad o distinta, existía el inflexible acuerdo de aplicar castigos severos que incluía acciones de resarcimiento o reclusión en el Apartamiento. Sin embargo, para cualquier otro vínculo o amorío interracial de mutuo consentimiento, no existían restricciones ni impedimentos sociales; aún así, el hecho provocaba sentimientos opuestos entre las etnias, por una parte, los navegantes lo consideraban idilios sin importancia, medios de diversión y en su mayoría, motivo de regodeo; por la otra, este tipo de relaciones eran detestadas por los terrinos a quienes les resultaba en extremo humillante y deshonrosas, al tiempo que provocaba una condena implícita de rechazo o exclusión; en su comunidad, los involucrados eran tratados como traidores y por esta razón, las familias implicadas ocultaban los hechos o trataban de hacerlo, para evitar el rechazo de los propios, considerado el peor de los juicios.
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