María Lucía Cassain - El libro de Lucía II Bajada

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Este segundo libro de Lucía tuvo nuevamente un algo geminiano, empecé o mejor dicho seguí escribiendo por placer y luego empecé a pensar que debía seguir haciéndolo, por las dudas. Tal vez podría gustar el primero y si fuera así me pregunté ¿no tendría algo más que ofrecer si me lo requirieran? Entonces aquí van otros relatos, algunos son homenajes a personas importantes de mi vida, íntimos, cariñosos, otros pretenden transmitir puntos de vista, pueden ser graciosos y/o pueden considerarse escritos con sarcasmo, superficiales ¿por qué no?
Nuevamente en ninguno de esos relatos lo digo todo y me empeño en que los casos judiciales más crueles sean cortos, porque no es mi intención provocar una gran tristeza en quien lea este libro, extendiéndome en detalles escabrosos –que los hay– sino más bien, que se pueda asomar cada uno a ver cosas que le han ocurrido a otras personas sin sumergirse demasiado en lo que, en muchas ocasiones, resulta hasta inhumano.

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Aquí las fotografías de la Dras Carmen Argibay y Lidia Soto En este sábado - фото 12 Aquí las fotografías de la Dras Carmen Argibay y Lidia Soto En este sábado - фото 13

Aquí las fotografías de la Dras. Carmen Argibay y Lidia Soto.

En este sábado 11 de abril de 2020, por segunda vez reabro este relato. Me encuentro en la isla de Palma de Mallorca, confinada desde el 14 de marzo pasado, en el que el Gobierno español decretó el estado alarma y lo hago porque justamente este acontecer es algo así como una guerra y en esta, a mi criterio, las mujeres nuevamente deben ser honradas.

Covid–19. Una “peste moderna,” ignota hasta ahora, global y afamada en pocos días, por la cantidad de seres humanos contagiados y fallecidos, que nos obliga nuevamente a realizar un nuevo recorrido por nuestro interior y no me refiero al espacio físico del obligado confinamiento que llevamos casi todos, sino al del espíritu, para seguir aprendiendo cuáles son nuestras posibilidades y nuestros límites, como mujeres, madres, abuelas, hijas y profesionales, ya que, además de arrastrar los mandatos del esfuerzo que nos inculcaron, adaptarnos a los cambios tecnológicos e informáticos brutales que se han producido, derribando al mismo tiempo prejuicios y muchísimos temas tabúes, llegamos a hoy, para adquirir la certeza de que además conformamos un gran grupo de riesgo, dirían los sociólogos “el colectivo de las mayores”, desde el que trataremos también en esta oportunidad de sortear la enfermedad, la locura y la muerte de las mujeres que aún hoy siguen siendo “mujeres marginadas”.

Han transcurrido veinte años desde aquella conferencia internacional que mencioné y, no obstante, los grandes cambios propiciados y esperados no se han producido. Muchas mujeres siguen realizando trabajos informales que seguramente perderán durante esta pandemia, otras serán víctimas de la violencia de género, ya que el encierro obligado despertará la ira de los “maltratadores”. Otras, las más pobres, no podrán ofrecerse a sí mismas ni a sus hijos los medios elementales y necesarios para evitar el contagio del virus. Me preocupan además las refugiadas, las enfermas y las ancianas. Tampoco me olvido de aquellas otras que están siendo víctimas de la trata.

Solo puedo en estos momentos desde lo material contribuir económicamente para paliar tanta desgracia, y solo puedo con mis palabras ofrecer consuelo a la distancia a aquellas que se sienten solas y que están presentes en mis rezos.

Gracias a todas las mujeres médicas, enfermeras y asistentes que luchan en estos momentos en la trinchera de la salud, aun a costa y riesgo de sus propias vidas, como vos, Teresita Díaz, que lo hacés desde tu espacio en el Hospital San Juan de Dios de Bogotá.

Ellas por cierto merecen mucho más que el aplauso internacional y este es mi humilde homenaje. ¡¡¡Nuevamente GRACIAS!!!

Teresa Díaz La estatuilla Corría 2012 un día cualquiera estábamos llegando - фото 14
Teresa Díaz

La estatuilla

Corría 2012, un día cualquiera, estábamos llegando con Jorge de Espada, mi custodia de la Policía Federal, al Tribunal Oral en lo Criminal Federal nro. 4 de San Martín cuando, a un costado del portón metálico de acceso a él, aclaro, el único existente para peatones y vehículos, vemos una pequeña estatuilla, del tamaño de aquellos enanos de jardín que desde chica me producían fea impresión.

No obstante, no pensé nada malo en ese momento, no nos detuvimos a observarla, su presencia la habíamos advertido muy fugazmente, en el instante en el que, doblando el volante hacia la derecha ingresábamos con el auto al garaje para dejarlo estacionado allí.

Luego de descender y ya dentro del edificio, como de costumbre después de algunos saludos formales y de otros más cariñosos a “mis chicas”, me dirigí a mi despacho y como siempre me sumergí en el trabajo, olvidándome de aquella visión. Al rato Jorge de Espada entró en la oficina para informarme que la estatuilla que habíamos visto al llegar era la del famoso “san la muerte”.

Por supuesto que esto no me agradó, en esos momentos estábamos haciendo varios juicios, con muchos procesados –detenidos la mayoría de ellos– y por hechos muy graves.

Uno de esos juicios resultaba el relacionado con la efedrina, su ilegal exportación a México vía aérea, camuflada como un producto dietario, el que era seguido a personas de esa nacionalidad que en nuestro país habían montado un laboratorio de producción de metanfetamina y a otras personas más, hechos que durante la investigación del caso habían sido relacionados con el cartel de Sinaloa, recordando que cuando leí por primera vez la causa apareció en ella la foto del Chapo Guzmán. En ese momento reconozco que no sabía quién era y mi falta de información en esa oportunidad, como en tantas otras pienso hoy, me ayudó a trabajar diría con cierta tranquilidad y audacia sin tener en cuenta el grave riesgo que podía estar corriendo.

El otro debate oral que se estaba sustanciando en ese momento se vinculaba con una banda de delincuentes que habían cometido varios secuestros extorsivos y este llamado “san la muerte” es de conocimiento público que es el que invocan los “delincuentes” para agradecer sus proezas y también para hacer daño a los demás, cuando las cosas no les salían bien.

Ello podría decirse que estaba sucediendo en ambos casos, ya que las pruebas que se iban produciendo en ambos debates no eran alentadoras para ninguno de los detenidos implicados en esos juicios.

En fin, ante la desagradable noticia, de que habían colocado la estatuilla de “san la muerte” en el ingreso al tribunal, lo que vaticinaba sin dudas que alguien estaría direccionando alguna maldad hacia los que lo integrábamos, lo primero que se me ocurrió fue decirle a Jorge que sacaran la estatuilla de allí y la arrojaran a la basura, pero para mi sorpresa me contestó que ninguno de los hombres se atrevía a ello.

¡Me estaba diciendo que no se animaban ni los policías ni los prefectos ni los agentes penitenciarios a desalojar a aquel personaje siniestro!

No podía salir de mi asombro por un lado y por otro sentí una gran comprensión. Rápidamente consideré que aquello no pasaba por un tema vinculado a la autoridad ni a la desobediencia, tampoco a una cuestión de género sino que, simplemente, la idea de tocar esa estatuilla era algo así como ponerse en contacto directo con algo contaminado hasta la muerte.

Nadie quería correr ningún riesgo, pero lo cierto fue que no podíamos dejarla ahí. Era en mi opinión, como una exhibición obscena para el pudor del tribunal y su permanencia en ese lugar un triunfo para quien la plantó allí. Entonces, fueron barajadas distintas hipótesis para resolver la cuestión y finalmente quienes se animaron al desalojo fueron los hombres del camión municipal que recogía la basura.

Así, su chofer, convocado para tan extravagante misión, luego de efectuar un reconocimiento del suelo y la ubicación del visitante se subió al camión y desde el volante contando con la ayuda de un compañero, hizo unas maniobras tan certeras que, con aquel escalón en el que normalmente va parado el recolector logró descuartizar la estatuilla, quedando sus pedazos diseminados en la vereda.

Ya con aquel procedimiento heroico del descuartizamiento de la estatuilla, simultáneamente, se desarticularon en nuestras mentes los maleficios, y los restos de aquel “san la muerte” fueron cargados entre otra basura y trasladados hacia un vertedero, lejos de la sede del Tribunal y nosotros pudimos seguir haciendo nuestro trabajo en paz.

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