Y qué de la flaccidez, que te acosa en cuanto te descuidaste un poco y que con la otra, la que nombré anteriormente, juntas son tan perversas que creo… que son capaces de seguir molestando aun después de la muerte.
Son como las piernas, extremidades, y en este sentido también de inicio son largos o cortitos, si fuera lo primero es una incomodidad porque es como que te sobran un poco, si fuera lo segundo te complica porque te resulta a veces difícil abrazar completamente, cada situación tiene sus pros y sus contras, según se lo mire.
Por suerte para todos apareció la moda, que cuando sos joven no importa tanto, pero que con los años puede llegar a ser un perfecto auxiliar, sobre todo para nosotras, las mujeres, que somos tan exigentes con nosotras mismas. Es que con los años si no trabajamos los músculos de los brazos tristemente te empiezan como a colgar. Sí, en realidad es más que eso, se descuelgan de los huesos y son como flancitos. O sea, ¡¡¡de terror!!!
Entonces gracias a la moda de manga larga, tres cuartos o al codo, zafamos de lo mejor, con elegancia y discreción, tapando la real destrucción, sin embargo, mientras vas atravesando ese sufrimiento nunca falta alguien que para tu cumpleaños te regala una remera musculosa, que tenemos que aceptar con una sonrisa deseando desde el vamos “el ticket de cambio” abrochado a la bolsita que la contiene. ¡Esta es la pura verdad!
Por favor, lectores, reparen en este texto con detención para saber qué regalo de cumpleaños elegir. Lo mejor para todas las mujeres son las pulseras, los relojes, el pañuelo de cuello, las billeteras y si es posible todo con mucho color.
Respecto de los hombres, para ellos tampoco resulta tan sencillo el transcurso del tiempo, aunque no se les exijan los mismos requisitos que a las chicas, porque parece que nacen con permiso para ser un poco feos o por lo menos para no ser tan lindos y después… hasta tienen algún permiso para engordar.
Se me ocurre que el problema principal de ellos para considerar sería el tema de la pérdida del pelo, pero la mayoría de las veces ello no se produce todo junto, sino de a poquito y, generalmente, las canas que amanecen en las sienes parecen beneficiarlos, nosotras mismas, las mujeres, somos las que afirmamos que ellas los hacen más interesantes y entonces no todos se empiezan a preocupar.
La panza les sigue en el orden de sus inquietudes corporales, junto a los “flotadores”, pero tampoco todos se preocupan demasiado, y no obstante que sus deterioros también se instalan en otros sectores, ellos son más vivos que nosotras, son más inclinados a callar y al propio tiempo comienzan a reparar en otros aspectos de la vida en general, justamente, poniendo el foco en los cuerpos y actitudes de los demás.
Mas allá de todo lo que asenté aquí con cierto sarcasmo, pienso al contrario, que los seres humanos seamos lindos o feos, chuecos o derechos, rubios o morochos, gorditos o flaquitos, somos maravillosos si queremos serlo, y siempre podemos mejorar para agradarnos y para agradar, para ser mejores personas en todo sentido, en lo estético y en lo espiritual.
Lo importante para mí sería caminar para encontrarnos con el otro yo de verdad, y pienso que no debemos esperar a aburrirnos completamente de nosotros mismos para empezar a mejorar, el esfuerzo sostenido siempre ofrece excelentes resultados.
El rostro y la mirada pueden ofrecer comprensión, las piernas y los brazos pueden sostenernos y ayudar a sostener y contener a los demás.
La cola a las mujeres y también a los hombres nos sirve para empujar algunas puertas muy pesadas que nos abre el conserje del edificio, cuando regresamos del supermercado y tenemos las dos manos ocupadas, y las “lolas” de las chicas, con un sutil escote, pueden ofrecer un momento de fascinación a cualquier chico mayor.
Y, todo esto puede lograrse aún pese al envejecimiento, tiempo en el que debemos reconocer que hemos perdido la tersura de la piel y en el que tomamos conciencia de que hemos perdido la tersura de nuestro corazón.
Es que la mayoría de nosotros sufrimos choques y hasta vuelcos por la pérdida de algún amor o algunos amores y las abolladuras que sufrimos, seguramente, nos han dejado huellas que atentaron contra su suavidad.
¡¡¡Este es un humilde homenaje al colectivo de los mayores!!!
El insomnio es el tiempo del pensar.
En mi concepto y desde una perspectiva no científica, por cierto, se me ocurre pensar en esta etapa de la vida que hay distintos tipos o clases de insomnio.
Aquellos que son anteriores al dormir como acto en sí mismo, momento en el que perdemos la conciencia –la noción de presencia y de realidad–, y aquellos otros insomnios, los que voy a señalar como estados posteriores, que se producen al despertar, cuando volvemos a tomar contacto con el mundo o mejor dicho con la vida, desde lo físico y lo mental.
Durante el primero, los pensamientos están como desordenados, nos sentimos como agitados, nos es difícil la relajación y la entrega al sueño porque parece que nuestra cabeza aún tiene trabajos que realizar, diría que cosas para elaborar y es posible que, si no logramos con cierta rapidez alcanzar la comprensión acabada de aquellas cosas que nos están pasando, empecemos como a ascender involuntariamente por un espiral, a una etapa del pensar y del sentir en la que se combinan primero la ansiedad, después los “feos” pensamientos y luego posiblemente la angustia y en estos casos, que para muchos resultan tiempos horribles, algunos terminan por refugiarse en el rezar, como un método eficaz para lograr aplacar el alma.
A este fenómeno se lo suele llamar “trastorno del sueño” y en realidad para mí debería catalogarse como “trastorno del alma”.
A contrario, cuando esa transición se produce directamente desde los sueños, en el despertar, a veces afloran recuerdos de personas y situaciones especiales y nos encontramos ahí, como suspendidos, buscando respuestas a cosas de nuestro pasado y nuestro presente.
Diría que allí suelen aparecer las “cuentas pendientes” que todos tenemos, las frustraciones y la miserabilidad de algunas conductas propias y de terceros. Aparecen la rabia contenida y también, por qué no decirlo, “las culpas”, por no haber hecho a tiempo alguna cosa o acaso haber dejado pasar los hechos tal vez sin actuar, es decir, simplemente asoman en esos momentos las facturas, que hemos ido acumulado en nuestro camino sin cobrar o sin pagar.
Estos son esos despertares tenebrosos, por decirlo de alguna manera, que nos impiden ponernos “a pie de cama” con excelente actitud porque por cierto muchos de nosotros tenemos ese dejo masoquista oculto, en el que nos enlodamos cuando no debemos salir apurados a cumplir obligaciones laborales o de otro tipo y entonces… remoloneamos en la cama por demás, cayendo en esos momentos aún –sin quererlo– en una trampa, casi mortal.
Hoy, en tiempos de cuarentena, estos trastornos del cuerpo y del alma se agudizan, porque el enemigo invisible nos acecha y el poder público nos asusta aún más, sea que esto ocurra en España o en la Argentina, como me ha ocurrido, allí, acá o en cualquier lugar.
Y así, entre cabildeos y fantasías en estos días la mayoría de nosotros atravesamos esos momentos de riesgo y de miedo a la muerte que acompañan nuestra edad.
Esta idea acerca de que los insomnios son un tiempo del pensar comenzó a gestarse en Buenos Aires, viajó junto a mí a Santa Ponsa, en Mallorca, y me ha acompañado hasta Buenos Aires, en ese viaje de “repatriación” durante la cuarentena, que jamás habría de imaginar.
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